24 horas en el Servicio Militar
El Servicio Militar cambió. Hoy recluta a casi 13 mil jóvenes a lo largo de todo Chile. Un equipo de La Tercera acompañó esta semana, durante un día completo, a los recién llegados al Batallón de Infantería de Montaña, del Regimiento Yungay N° 3, en Los Andes. Himnos al amanecer, ranchos, nada de celulares, harto papeleo, cortes de pelo y retos en la fila.

EL reloj marca las 15.55 del lunes 11. Regimiento Yungay N°3 de Los Andes. Sol tenue. Cuatro buses acarrean a un grupo procedente de Curicó. Son los últimos conscriptos en arribar al destacamento, destinado a formar soldados especializados en la montaña; 310 futuros uniformados llegaron hasta este recinto militar durante el día. De ellos, 235 son hombres y 75 son mujeres. Nerviosismo en las caras de los recién llegados. Otros se muestran impasibles. “¡Formarse en filas de a tres, jóvenes!”, es la primera orden dada por uno de los instructores militares que recibe al grupo en el patio principal. Los muchachos acatan con lentitud.
“Ustedes llegaron a la Batería de Artillería, que es el arma más poderosa que tiene el Ejército de Chile”, aleona un cabo primero. No hay gestos ni palabras de reacción tras la arenga. Es muy pronto. Son separados entre los que tienen cuarto medio y los que no. Los que poseen la escolaridad completa son destinados a escuadras como la de Morteros. “Hacen labores más complejas”, explican. Noventa y ocho de ellos son destinados al Batallón de Infantería de Montaña N°18 Guardia Vieja, a cargo del comandante Patricio Ochoa. Grupo al que La Tercera siguió por 24 horas.
16.24 horas. El grupo parte a las cuadras, nombre con el que se conocen las instalaciones dormitorio.
Antes de entrar, los bolsos son revisados en busca de drogas o elementos cortopunzantes. La comida tampoco entra. Los militares instructores requisan medicamentos: paracetamol, dicoflenaco sódico y clorfenamina, entre otros. Papelillos para fumar también aparecen entre las pertenencias. El proceso es largo. Grandes bolsas con galletas, sándwiches y bebidas desfilan ante la fiscalización militar. Todo lo que traen de alimento deben comerlo el mismo día. “Con la comida llegan ratones”, explica un suboficial.
Tras varios minutos ingresan a las que serán sus habitaciones durante el año. Todo se ve en orden. El capitán Waldo Riffo advierte de antemano: “los casilleros son nuevos. El que lo raye con Garra Blanca o con lo que sea, lo paga nuevo. No lo limpia, ¡lo paga!”, advierte con voz fuerte. Silencio.
17.28 horas. Llega el comandante Ochoa, la autoridad de esa cuadra. Los soldados nuevos son formados en tres corridas de cuatro filas que rodean al oficial. Su presencia es imponente. Su voz suena en todo ese patio. Tras saludarlos, anticipa: “Transformar a un civil en militar ustedes lo ven muy lejano, pero para nosotros no es difícil”.
Pregunta si alguien tiene algún problema y aparecen las primeras historias personales. Nicolás Quezada, de 19 años, dice tener una complicación. ¿Cuál?, pregunta Ochoa. El joven, con voz temblorosa, cuenta que se inscribió voluntario para realizar el servicio militar, pero en su familia le dijeron que no querían que lo hiciera, para que no se alejara. Entonces, la estrategia fue matricularse para estudiar Ingeniería en Informática en un instituto, el que ya le estaba cobrando. Ahora estaba con duda de qué hacer. “Vamos a llamar al instituto”, le replica Ochoa. “Pero, ¿usted quiere o no hacer el servicio?”, inquiere el instructor, con voz de mando. El emplazado enmudece. El servicio es voluntario, pero “al poner la firma y la huella ya es obligación”, sostiene otro militar. El joven vuelve a la fila. Otro recluta, José Morales, tuvo una riña en 2014, por lo que tiene una citación judicial pendiente este mes. Se le toman los datos y tramitan la gestión para que ese día pueda realizar su salida.
18.15 horas. Se da la orden de ir al rancho a cenar. Caen las primeras instrucciones: “Izquierdo, izquierdo, izquierdo, derecho, izquierdo”. A los comedores se llega marchando. Fideos con carne molida, ensalada de lechuga y una fruta de postre es la cena. También pueden ser lentejas, tal como al almuerzo. Ambos platos saben bien. “Tienen que comerse todo”, aclaran los instructores. Todos comen en los ranchos. Soldados nuevos y los de alto rango.
Los instructores, en su mayoría, no superan los 25 años y acompañan en todo momento a los recién ingresados. “Para que no tengan tiempo de echar de menos”, dice la capitán Karina Morales.
Todo el proceso inicial consiste en hacer la transición de civil a militar, explican. No hay ejercicios militares ni castigos con actividad física. Al menos, por ahora. También tienen más tiempo para comer. Después de los primeros cuatro días ese lapso se estrecha. A las 19.04 horas se les entrega la ropa de cama: dos sábanas, tres frazadas y un cubrecama. Se les enseña cómo va cada artículo. Siempre se hacen las camas de a dos. También tienen un pijama ajustado de color negro.
En la cuadra de Infantería de Montaña hay seis piezas con 10 camarotes cada una. Nada de TV ni radios. Los celulares tampoco entran. Los teléfonos se les entregarán en sus ratos de esparcimiento. Los colchones tienen algunas manchas y roturas, que tapa la ropa de cama nueva.
Llega la hora de cambiar los jeans por el pantalón de camuflaje y las zapatillas deportivas por las botas color marrón para montaña. El traje ya no es a la medida. El apellido, generalmente bordado en la chaquetilla, algunos sólo lo llevan escrito a lápiz.
Es tiempo de los ejercicios de enumeración y los básicos para la marcha. La posición firme -pies en 45 grados, torso erguido y manos abiertas al costado- es la fundamental.
Son las 20.48 horas y la luz día se fue. En el patio del contingente no hay faroles. Da igual. Se sigue con las instrucciones iniciales. Un joven hace una broma en la fila, como en el colegio. El cabo a cargo de esa unidad lo llama adelante y lo increpa: “¿Qué te he dicho del respeto?”. “Sí, mi cabo”, dice el muchacho, con cara de arrepentido. El frío comienza a acompañar la oscuridad.
Se acabaron las instrucciones de la primera jornada. 21.10 horas y hay que acostarse. Según el cronograma, a las 21.30 debe haber silencio de final de día, pero se tiene mayor flexibilidad por esta vez. Dieciséis minutos después de la orden de meterse en sus camas la luz se apaga. Los reclutas hablan entre ellos y se puede escuchar risas amistosas. “¡No hablen!”, se les ordena.
Debe pasar media hora después de que se acuesten para que puedan ir al baño, dice el suboficial mayor, Claudio Ferrada. Algunos se levantan al urinario. El día se acabó. Sólo un joven presentó problemas estomacales. Nada grave, asegura el encargado de cuidar la noche.
La primera diana
Varios truenos resuenan a las 6.50 del martes 12 y reemplazan a los toques de trompeta. Relámpagos y lluvia se cuadran en Los Andes. La temperatura es agradable. A las 6.30 es la hora oficial en que los conscriptos se levantan, pero por ser la primera “diana” -término usado para el inicio de la jornada-, ésta se retrasa para las 7.40.
Nada de clarinetes. El capitán Riffo conecta un reproductor de MP3 en un computador, prende los parlantes y presiona play. “Los Viejos Estandartes”, himno del Ejército, retumba toda la cuadra. “¡Levantarse, soldados!”, gritan los instructores. El susto asoma en los reclutas.
Lo primero es hacer el “rollo”. Envolver la ropa de cama para que ésta se ventile. Minutos más tarde, a la ducha. Contra todo pronóstico, el agua es caliente. Después, vuelven a la pieza, se visten y regresan al baño a afeitarse. “Aunque no tenga un pelo, se afeita. Del servicio van a salir con barba”, diría después Riffo. Los baños se inundan y deben llamar a los técnicos. Tras la formación se pasa revista. Daniel González cuenta que en la primera noche estuvo “todo tranquilo”. Lo mismo Ricardo López: “Dormí súper bien”.
Una hora después es el primer desayuno. Una hallulla con manjar, una galleta de avena y café. A esto le sigue el test de una sicóloga que busca detectar eventuales conductas de riesgo. Son 100 preguntas para responder sí o no: “¿Han copiado alguna vez en una prueba?”, es una de las que arranca carcajadas.
El cuestionario es la antesala al esperado corte de pelo. Entre risas, los jóvenes van por turnos a la silla dispuesta para el look militar.
Al mediodía se realiza la ceremonia de bienvenida, oficiada por el coronel Alejandro Kluck. Antes de la formación, el capitán Riffo azuza: “¡Infantería es para los rudos. Al que no le guste que le griten, que se vaya al grupo de las mujeres!”. En las filas, los novatos hacen chistes. El hielo se derrite de a poco, como en la montaña que pronto conocerán. La timidez va quedándose en la víspera. En menos de 24 horas, comienzan a hacer sus primeras armas para afrontar un año entero.
“Estaban bastante animosos, se vieron bien”, concluye Kluck, jefe del regimiento andino, con 200 años de historia. Los días que vengan serán los de un año en el Servicio Militar. Ya sin prensa ni testigos.b
Proceso 2016: 19 mil voluntarios en las FF.AA.
La ceremonia oficial para el acuartelamiento 2016 se efectuó en el Regimiento de Infantería N°1 “Buin”, en la comuna de Recoleta. El acto lo encabezó el Ministro de Defensa, José Antonio Gómez, acompañado del comandante en jefe del Ejército, general Humberto Oviedo. Ellos, simbólicamente, recibieron a los 12.052 jóvenes que durante este año y parte del siguiente cumplirán con el Servicio Militar en el Ejército.
Las diferentes unidades a lo largo del país recibieron ya el 100% de voluntarios (en 2015 se completó el 89% del contingente requerido con voluntarios), que considera a 10.532 hombres y 1.520 mujeres. Todos ellos se trasladaron hasta sus respectivas destinaciones, en el norte y sur del país, mediante el plan de transporte desarrollado por la División Logística del Ejército.
La Dirección General de Movilización Nacional (DGMN) informó que los voluntarios para hacer el Servicio Militar llegaron a 19.772, con lo cual se completaron los requerimientos en las tres instituciones de las FF.AA. Además, del Ejército, hay 500 conscriptos en la Armada y 324 en la Fuerza Aérea, siendo en total 12.876 los que inician esta nueva etapa.
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