Jorge Aravena se niega rotundamente a atribuirle el Gol Imposible a la fortuna. Seguramente lo ha repasado miles de veces, en conversaciones, fotografías, audios, videos y, principalmente, en su mente. Porque al final, y ese puede ser uno de sus mayores tesoros, sólo él sabe cómo hizo para que una pelota se metiera en el ángulo del segundo palo de un arquero de 1,91 metros, después de un tiro que ejecutó casi pegado a la línea de fondo. Un imposible.
Mañana se cumplen treinta años de su acierto más celebrado y por eso vuelve al Estadio Nacional, se prueba otra vez la indumentaria de la Selección, sale por el túnel y recrea el disparo que sobrepasó al uruguayo Rodolfo Rodríguez, uno de los mejores porteros sudamericanos en la década de los ochenta. Un tanto que contribuyó a la victoria 2-0 sobre la Celeste y que mantuvo la esperanza de Chile de clasificar al Mundial de México de 1986 hasta que la caída en el repechaje frente a Paraguay cortó la ruta del equipo de Pedro Morales hacia el país azteca. Y que fue eternizado por la FIFA con la adjetivación que mejor define la improbabilidad de convertirlo.
El Mortero compara al fútbol con el billar, a la cancha de Ñuñoa con la mesa y a sus zapatos con el taco con el que podía lograr que el balón buscara esquinas inalcanzables para los metas de la época. Y, seguramente, también para los actuales. "Es igual. Para conseguir un determinado efecto, hay que meterle el pie a la pelota de una manera específica. Es uno quien conduce la pelota al lugar donde la quiere llevar. Como a la bola en el pool. Nada es fruto del azar", explica.
De inmediato, el entonces jugador del Valladolid español lleva a la práctica el planteamiento. Toma la pelota, la acomoda en el mismo lugar desde donde lanzó la falta que Víctor Diogo le cometió a Hugo Rubio, muy cerca de la línea de fondo. Y describe cómo logró ese inolvidable chanfle, que superó a una barrera compuesta por tres charrúas, quienes, cómo no, habían intentado adelantarse.
Antes de percutar, precisa que los movimientos de Lizardo Garrido y Carlos Caszely dentro del área fueron claves para distraer a Rodríguez. "Rodolfo se jugó porque el remate iba a ir al primer palo. El 'Chano' y el 'Chino' se adelantaron. Él también. Por eso, la pelota lo sobró. Le pasó sobre los brazos. Y él es muy alto", acota.
La ceremonia comenzó un poco antes. Después de la fuerte entrada de Diogo sobre el Pájaro, que incluyó dos patadas en el suelo posteriores en contra del talquino, el juez colombiano Jesús Díaz decretó la falta. No tenía otra opción. Los uruguayos, fieles a su estilo, resistieron el cobro. Aravena intentó sacar provecho de la situación y acomodó la pelota en una posición que le daba una opción más amplia para buscar el pórtico. Jorge Barrios la metió contra la línea.
Las preguntas sobran. El ex cruzado se entusiasma y se apodera del diálogo. Gesticula con cada una de sus palabras. "Tenía una sola opción: meterle el borde interno y parte del empeine muy abajo a la pelota y comenzar a subir la pierna describiendo con ella una curva. A eso había que añadirle potencia para que la pelota subiera mucho y bajara violentamente. El remate fue fuerte", detalla, paso a paso (ver infografía). E intenta comprobarlo. Durante la sesión fotográfica, varios disparos lograron una trayectoria parecida a la que logró vencer a Pantera, de quien fue compañero en el Portuguesa brasileño en 1993. La potencia es considerablemente menor, pero la justificación no está en la pérdida de energía de la zurda del ex mediocampista, sino en la falta de aire en los balones.
Algo que celebrar
El ex arquero también guarda un recuerdo fresco, pero ingrato. "¿Treinta años pasaron ya? Es increíble. Ustedes me llaman siempre para recordarme esa jugada. Me alegra que se acuerden de las cosas buenas que tienen para contar. Ojalá que el fútbol chileno crezca y que consiga los títulos que merece", responde. La frase está cargada de una medida dosis de sarcasmo. Que duele.
Luego, se muestra cercano. "Tuve la suerte de ser compañero de Jorge tiempo después, en Brasil, y, además de ser un gran jugador, es un muy buen amigo. Aproveche de saludarlo en mi nombre. Y haga lo mismo, si puede, con Caszely y (Elías) Figueroa", encarga.
El oriental intenta derribar la geométrica teoría del Mortero. Busca restarle méritos. "Años después, me confesó que le pegó mal y que el tiro se le coló en el segundo palo", dice, sonriendo, desde Montevideo. Suena poco creíble.
El ex golero también repasa su error, pero su versión no coincide con la del ejecutante. "Yo estaba jugado con la opción de que le iba a pegar al primer palo. Pero, le insisto, el gol tuvo mucho de fortuna. No será el primero ni el último gol así. Sólo hay que pegarle bien a la pelota. El 90 por ciento de las veces, Jorge le daba al primer palo. Yo me corrí instintivamente en esa dirección. Y lo pagué caro", reconoce.
Más allá de las consideraciones técnicas, Rodríguez destaca las cualidades del chileno. "Jorge era un pateador temido. En esa época no existía el nivel de información de hoy, pero todos sabíamos de él. Cuando fuimos compañeros, comprobé que tenía una pegada exquisita. Darle fuerte a la pelota depende del balón. Con los actuales, sería uno de los mejores del mundo. Podría, perfectamente, estar al nivel de Cristiano Ronaldo. Sabía darle curva a sus ejecuciones". Sin conocer la reflexión del ex golero de Sporting de Lisboa, Aravena también se compara con el portugués del Real Madrid. "Cristiano tiene un solo tiro: envuelve la pelota. No usa el borde interno. Con estos balones, la probabilidad de acertar es mayor. A los antiguos, jamás les habría dado efecto", dice.
El Mortero luce su victoria con orgullo. Una vez más, se apodera de la palabra. "El gol tuvo más trascendencia después de que dejé de jugar. La gente me lo recuerda siempre. Cuando me llamaron para decirme que FIFA lo había declarado como el Gol Imposible, me llené de orgullo. Y en fechas como ésta, más todavía", admite. Rodríguez, a la distancia, da su venia: "Celébrenlo, porque lo merece".
Es marzo de 2015. Han pasado treinta años. El Estadio Nacional ya no tiene los tablones celestes descoloridos de hace tres décadas. El Mortero extiende los brazos. El bullicio de 1985 es reemplazado por un profundo eco. Aravena mira hacia la tribuna Andes como aquella tarde, la del Gol Imposible.