DESDE EL TECHO de la carpa aún se desprendía un oscuro y grueso humo, y algunos escombros, que hasta hace un rato formaban parte de la escenografía, seguían recociéndose entre las llamas. Pasaban de las 5 de la madrugada del sábado 12 de marzo de 1977, Santiago quedaba libre del toque de queda impuesto por el régimen militar. Ese mismo día, el general Augusto Pinochet anunciaría en pocas horas la disolución de todos los partidos políticos a excepción del Partido Nacional de Chile y otros de extrema derecha. El teatro vivía su propio y violento asedio.

Los actores José Manuel Salcedo y Jaime Vadell, entonces de poco más de 40 años y quienes habían tomado distancia del Ictus para fundar el grupo La Feria, fueron a encontrarse a esa hora en la esquina de Marchant Pereira con Providencia. Hacía dos semanas que allí habían levantado una carpa bajo la que presentaban el espectáculo Hojas de Parra, salto mortal en un acto, cuyo texto recogía poemas del antipoeta chileno Nicanor Parra, y que retrataba a un circo venido a menos que era invadido por un cementerio en su apogeo. Mientras, un tal Mr. Nadie, un febril candidato a la presidencia, fanfarroneaba con sus falsas promesas políticas. "¿Qué cresta vamos a hacer ahora?", preguntó Salcedo, envuelto por la turbia niebla. Su compañero, a pocos metros suyo, chuteaba los restos calcinados con ambas manos sobre la cabeza: "Cagamos, poh".

En su primera función, el 18 de febrero del mismo año, Hojas de Parra convocó a poco más de 30 personas. Era, según recuerdan ambos hoy, y haciéndole honor al subtítulo de la obra, su primer "salto mortal" tras desligarse de una de las principales agrupaciones teatrales del país. "Fue un acuerdo con José Manuel salirnos del Ictus para hacer un teatro más popular, directo y masivo", dice Vadell. "Pero no fue la acertada", cree Salcedo. "No nos acompañó mucho en la realidad, pienso. Contra toda voluntad, tuvimos que reducirnos: el incendio de la carpa, entre otras cosas, nos significó un problema financiero bastante serio", agrega.

Poner el hocico

Convencer a Nicanor Parra de subir otra vez al escenario no fue difícil, como creían. Siete años antes, y tras la aparición de Obra gruesa (1969), Eugenio Dittborn ya le había abierto las puertas del teatro con Todas las colorinas tienen pecas (o solo para mayores de cien años), una creación colectiva inspirada en sus textos y a cargo de un grupo de actores novatos de la U. Católica.

"Fuimos personalmente a hablar con Nicanor y él nos facilitó varios poemas suyos, pero cuando le entregamos el primer borrador de la obra nos agarró a chuchada limpia", recuerda Vadell. Fue el mismo Parra quien pulió el texto hasta dar con la versión final. "Fui ahí cuando a la escenógrafa, Susana Bomchil, se le ocurrió que toda la trama se desarrollara en su propia salsa: una carpa de circo -dice Salcedo-, pero no es que hubiésemos decidido siempre hacer teatro en una carpa", explica. En un mes el guion estuvo listo, y el elenco, conformado por más de 30 artistas, casi todos circenses y bajo la dirección de ambos, ensayó otro más.

El tibio debut de Hojas de Parra tendría un giro insospechado a partir de su segunda función, a la que asistieron casi 800 espectadores, al igual que a las otras nueve que alcanzaron a presentar. "No cabía nadie más en la carpa -recuerda Salcedo-, y Nicanor, quien había ido al estreno, estaba fascinado. Pero el cruce con lo que vivía el país en esos años, además del aumento de público, enfureció a las autoridades", afirma. Vadell añade: "Hubo varias advertencias antes de la quema. Primero, la municipalidad nos clausuró tres veces la carpa por no cumplir con la normativa de higiene ambiental -por la cantidad de baños y señalética-, lo corregimos, y luego vino la desastroza cobertura de la prensa". Ese 28 de febrero, el periódico La Segunda tituló en portada: "Infame ataque al gobierno". Cuando ambos lo vieron, fueron en busca del antipoeta para preguntarle qué hacer: "Nosotros no íbamos a parar, pero queríamos su opinión. El, por supuesto, estuvo de acuerdo y dijo que había que poner el hocico y seguir. Y eso hicimos", afirma Vadell.

El 12 de enero, Salcedo recibió un llamado pasadas las 3 AM: "Habían tomado preso al cuidador. Llamé a Jaime y tuvimos que esperar hasta las 5 de la mañana para que terminara el toque de queda, y recién ahí juntarnos en la carpa, que había sido quemada entre esas horas en que nadie más podía. Me iba acercando al lugar y el humo se veía a lo lejos. Fue terrible", recuerda el actor. "Con los años, llegué a pensar que las dictaduras son muy duras pero quebradizas a la vez, como los vidrios", dice Vadell. "Ante cualquier trizadura no son capaces de resistir, entonces pensaron: 'Si dejamos caminar esto, se les van a colar otros'. Obviamente tenían que dar un golpe fuerte, y no solo a esta obra, sino a cualquier otro pelota que quisiera hacer algo parecido. Ese es un criterio típico del poder: EEUU en Vietnam, Hitler en Alemania, Stalin en Rusia y Mao en China lo hicieron. Mientras más absoluto el poder, más violenta la dicotomía entre la lógica y acción", agrega.

Nunca hubo una versión oficial de los hechos, tampoco culpables. Los restos de la carpa de La Feria, en tanto, fueron echados abajo ese mismo sábado, y Hojas de Parra nunca más volvió a presentarse. "Me incendiaron la carpa, me sometieron a dos interrogatorios y me enviaron un mensaje muy feo que decía 'Córtela con Míster Nadie porque o si no uno de ustedes tres va a desaparecer'", contó Parra en una entrevista en 1978. Hoy, a 40 años, el recuerdo de ese día quedó impregnado de humo. Vadell concluye con una confesión: "Nicanor había quedado tan feliz con el montaje que hasta nos pasó otro texto antes del incendio, y que nunca hicimos.

Curiosamente, se llamaba Incendio en el cementerio".