EL 17 de noviembre de 2012, como todos los días, José Salvador Alvarenga zarpó en su pequeño barco del puerto de Paredón en la costa occidental de México a sus habituales labores de pesca de tiburones.
Antes de partir, pasó a recoger a Ray, su habitual compañero de pesca. Por su inesperada ausencia, improvisó como colega a Ezequiel Córdoba, un joven mexicano de 22 años y sin experiencia marítima.
Alvarenga sólo volvería a pisar tierra 438 días después. Su frágil embarcación perdió el motor volviéndose ingobernable, debido a lo que él llama "viento del norte". Tras 14 meses días a la deriva, el barco encalló en Ebon Atoll, en las islas Marshall, el 30 de enero de 2014.
En su desventurado viaje, según su propio relato, Córdoba se negó a ingerir pescado crudo y beber orina y sangre de tortuga - la fórmula con la que el náufrago asegura haber sobrevivido- lo que finalmente le valió la muerte, sólo un mes después de haberse extraviado. Alvarenga entonces decidió lanzarlo al mar.
Todo es parte del relato que el periodista del New York Time, Jonathan Franklin hace en el libro Salvador, que el propio Alvarenga está promocionando en España en su recién estrenada versión en castellano.
Capítulo oscuro
"El cuerpo de Córdoba permaneció varios días en el barco. Cada mañana le daba los buenos días, no sé si guiado por las alucinaciones o por la soledad", relata Salvador en el libro.
Finalmente se decidió a lanzar su cuerpo por la borda.
Es el capítulo más lúgubre de la travesía. Tan difuso, que la familia de Córdoba decidió demandarlo. Lo acusa de haberse comido su cuerpo, y que es la explicación de cómo logró sobrevivir más de un año en alta mar.
Alvarenga se defiende. Dice que lo único que busca la familia de su timonel es el dinero que le reporte su libro.
El texto también hace mención a la difícil sobrevivencia diaria.
En una entrevista difundida por el diario El Mundo, el salvadoreño reconoce que su momento de mayor desesperación fue después de que un barco se acercara lo suficiente para divisarlo entre las olas. "Pero la tripulación sólo me saludó al verme... no se detuvieron para recogerme", recuerda.
Por ello, planteó suicidarse: "Tenía pensado ahorcarme en la proa del barco", dice.
Hoy rema no sólo contra los fantasmas que le recuerdan sus 438 días en alta mar, sino también con la querella de la familia de su compañero y el descrédito de muchos que dudan de su historia, precisamente la razón que según admite, lo impulsó a dar su testimonio en el libro.