Apenas cayó una bomba atómica en Hiroshima, el gobierno japonés se reunió para analizar el nuevo escenario. Cerca de 80 mil personas fallecieron en el momento y buena parte de la ciudad había sido borrada por el poder de destrucción de la nueva arma.
La bomba que los había “golpeado” no era desconocida para las autoridades del imperio del Sol Naciente. De hecho, las FFAA niponas mantenían proyectos para construir un tipo de bomba nuclear, pero que aún estaban muy atrasados. En buena media, porque no se trataba de un plan unificado, sino que lo llevaba el Ejército y la Marina por separado.,
Pero al tener conocimiento de lo avanzada y compleja que era la bomba, los líderes militares nipones colocaron en duda la capacidad de Estados Unidos de detener una segunda bomba armada y lista para ser lanzada en corto tiempo.
Fue aquí donde comenzó a cimentares una profunda división en el seno del gobierno imperial: por un lado, los que creían que era imposible una rendición, y por otro, los que pensaban que había llegado la hora negociar una salida a la guerra e intentar salvar alguna parte de los territorios conquistados, sobre todo en China.
Basados en que EEUU sólo tenía una bomba, el bando de los militares duros prevaleció y Japón siguió luchando.
De ahí que entre el ataque a Hiroshima y el de Nagasaki, oficialmente la autoridad imperial no emitió ningún comunicado y la situación se mantuvo igual.
En Washington, en tanto, sabían del espíritu de lucha de los japoneses y, contradiciendo la creencia del alto mando nipón, tenían lista una segunda bomba para ser lanzada en breve. El día elegido fue el 9 de agosto y la ciudad: Kokura, pero el mal tiempo obligó a recurrir a la segunda opción, Nagasaki.
Con una segunda bomba atómica en corto tiempo, la Casa Blanca buscó dar la señal a su enemigo de que contaba con un stock masivo de bombas de este tiempo.
Eso no era cierto, pues efectivamente no era sencilla la producción de estas armas y la disponibilidad de ellas era limitada. De hecho, Estados Unidos tenía programado lanzar nuevas bombas atómicas recién a fines de agosto, mediados y septiembre y octubre, en el caso de que Japón se mantuviera en guerra. No se confirmó, pero todo indicaba que la tercera bomba caería sobre Tokio. Sin embargo, nunca llegó, pues el Emperador Hirohito anunció la rendición el 15 de agosto, seis días después del ataque a Nagasaki.