Pasó el 8 de mayo de 2000, poco antes del mediodía, con un protagonista que ya no está entre nosotros y en un lugar que cumplía fines distintos a los actuales. En uno de los salones del Hotel Carrera, una conferencia de prensa hacía las veces de presentación de Poética del cine, libro de Raúl Ruiz publicado en francés en 1995, sobre cuya cubierta gris lucía una faja negra que recordaba la condición de Premio Nacional de Arte de su autor e incorporaba una leyenda: "El cineasta chileno más destacado".

El director de El tiempo recobrado fue presentado por Germán Marín, editor del volumen, quien se confesaba contento de hacerlo en el mismo hotel donde alguna vez se alojaron Clark Gable y Orson Welles. Y luego le tocó a Ruiz, quien sin exponer largamente -"no soy un conferencista nato"-, destacó el hecho de que su debut como escritor se fue construyendo como un tapiz árabe, "con motivos que se entretejen, con recurrencias, con lugares comunes".

Dijo Ruiz que el libro pretende sobre todo "hacer sentir que cuando vemos una película, hay más que una historia que se cuenta, que un tema que se trata: hay una acumulación increíble de elementos que vienen de todas las épocas". Y agregó que la gente que hace películas normalmente no reflexiona sobre ellas. Y viceversa. Con el libro quería hacer frente a las carencias que de allí se derivan.

Trece años más tarde, ya no están el Carrera ni el protagonista de la presentación. Pero queda la obra: la primera parte, ahora retraducida, y también la otras dos que ya se anunciaban (la segunda publicada en París en 2006 y la tercera, inédita hasta ahora). El grueso volumen es una "summa" ruiziana donde transitan la erudición y las inquietudes de un artista imprevisible, los arranques de su imaginación y su trabajada lógica interna. Se llama Poéticas del cine y viene de la mano de Ediciones UDP, sello que este año publicó una compilación de entrevistas con el director y que en los meses venideros lanzará un ensayo biográfico a cargo de Alan Pauls, a su vez traductor de la presente obra.

SIN CONFLICTO CENTRAL

El adjetivo "ruiziano" sugiere muchas cosas, entre ellas paradoja y extrañeza. Ya es ruiziano, por ejemplo, que la última de las Poéticas incluya una reflexión acerca de El sentido del cine, libro del soviético SM Eisenstein, contra cuya política del montaje se reveló en sus tiempos de profesor de la UC, a principios de los 70.

No es menos ruiziano, asimismo, que la primera poética sea una "traducción de una traducción". Como cuenta Alan Pauls, corresponde a conferencias dadas en inglés, aunque el texto en inglés señala que es traducción de la edición francesa, que también dice provenir de otro idioma, mientras los textos originales en español se perdieron.

Para todos los efectos, el escritor argentino destaca de Ruiz que, "así como sus películas son puro pensamiento encarnado, así sus ensayos son verdaderas máquinas de ficción montadas sobre arquitecturas conceptuales". Y agrega que las Poéticas "se dejan leer perfectamente como una enciclopedia de teorías salvajes que derrapan hacia el relato fantástico cada vez que se traducen en un ejemplo, una ilustración, un caso".

Para Valeria Sarmiento, por su parte, lo que se lanza ahora es la obra de un "artista completo". Agrega la colega, montajista y viuda de Ruiz que a éste "siempre le gusto pensar, reflexionar sobre aquello en lo que trabajaba: la imagen". Y recuerda que redactó la primera parte mientras daba un seminario en Harvard, la segunda en la Universidad de Duke y la tercera cuando trabajaba en la de Aberdeen, Escocia.

Esta "gran recapitulación de temas relativos a la historia del arte y a la historia de las mentalidades", como la definió su autor, conversa con la neurología, el arte barroco, la teología, la teoría de sistemas, las tradiciones filosóficas de Oriente y Occidente. Convoca a Pascal, a Whitehead, a Calderón de la Barca, a Freud, a Bohr, a Gombrich, a Hitchcock y a otros muchos. Hay certidumbres parciales, pero también mucha convicción.

De esto último da cuenta su examen crítico de la "teoría del conflicto central", ama y señora de la narrativa hollywoodense desde hace largas décadas, en virtud de la cual "una historia se pone en marcha cuando alguien quiere algo y otro no quiere que lo obtenga".

"Todavía no logro comprender por qué una trama narrativa necesitaría un conflicto central a modo de columna vertebral", apunta Ruiz, quien defiende un cine hecho de fragmentos comunicados misteriosamente entre sí. O bien un arte donde las sombras tienen vida propia, acaso más interesante que la de las luces.

"Se nos dice que nuestro papel consiste en llenar dos horas de la vida de unos cuantos millones de espectadores y en asegurarnos de que no se aburran", señala Ruiz. Pero, con argumentos que viajan hasta la teología medieval, plantea que es posible que el aburrimiento sea algo bueno: "Las películas que me interesan provocan a veces una especie de aburrimiento. Digamos que poseen una alta calidad de aburrimiento. Quienes hayan visto películas de Snow, Ozu o Tarkovski sabrán de qué estoy hablando".