Primarias o no primarias. Ir con un solo candidato a primera vuelta o ir con varios. Preparar el programa antes o hacerlo después. Mantener o desahuciar la Nueva Mayoría. Decir que el oficialismo anda un tanto confundido es decir poco. La verdad es que comenzó a extraviarse el día en que el gobierno de la Presidenta Bachelet perdió la brújula al persistir en un programa de reformas que el país rechazaba.
Esta fue una coalición que nunca voló por sí misma, que nunca tuvo motor propio. Los partidos la concibieron, la organizaron y se embarcaron en la aventura sólo porque vieron en Michelle Bachelet la posibilidad de reconquistar el gobierno con una candidata potente. Fue en lo único que convergieron y se pusieron de acuerdo. Y, al menos en términos políticos, la experiencia funcionó mientras ella mantuvo su carisma y ejerció el liderazgo. El día en que, por distintas razones, algunas de orden político y otras de orden personal, los atributos de confianza, cercanía y credibilidad de la Mandataria se vinieron abajo, la coalición entró a una zona de turbulencias y a una etapa de confusiones e inseguridades de las cuales nunca pudo salir. El espectáculo que el bloque está dando ahora es la expresión de eso. De una nave que perdió el timón, que navega sin rumbo por mares inciertos, probablemente a la espera de aguas más quietas, y que los partidos no abandonan porque, como sea, de momento la embarcación todavía se mantiene a flote. Siendo así, saltar por la borda puede ser mucho más riesgoso que permanecer.
Nada de lo que actualmente está ocurriendo en el oficialismo es ajeno al fracaso y a la impopularidad al gobierno. El dato que posiblemente más llama la atención al observador es que la Nueva Mayoría en la actualidad no tiene liderazgo. Fue la Presidenta quien se lo dio y se lo prestó mientras ella, en los buenos tiempos, lo tuvo en abundancia. Pero ahora, cuando existe un vacío de poder que comprueba que lo que le resta de liderazgo no da ni siquiera para unificar la acción de su gobierno, los partidos de la coalición afrontan la dolorosa experiencia de no tener claro qué quieren y de no saber tampoco para dónde van.
Confundida, desordenada y muy golpeada en términos anímicos, esta coalición tiene, sin embargo, un certero instinto de poder. Un instinto que incluso está inscrito en su acta de nacimiento y que es el factor que finalmente debiera sacarla de su actual encrucijada. Tal como están las cosas, más allá del desafío que tienen los partidos para lograr las cotas mínimas del refichaje de su militancia, hoy la Nueva Mayoría no tiene ningún candidato más competitivo que el senador Alejandro Guillier. Obvia- mente, el parlamentario no cumple con los estándares de la ortodoxia socialista o que hubieran preferido las dirigencias que trajeron de vuelta a Michelle Bachelet de Nueva York y que se embriagaron con la épica refundacional de la Nueva Mayoría. Pero, en tanto candidato y en términos de tonelaje electoral, en la coalición parece no haber nadie mejor.
Guillier es una figura sorpresiva y curiosa. De todos los parlamentarios de la Nueva Mayoría es por lejos el más independiente de las orgánicas partidarias de la coalición y el menos contaminado por los discursos de La Moneda. Que sea él quien a la postre termine dando la cara por el oficialismo tiene algo de tabla de salvación. Pero tiene también algo de derrota, porque significa que Bachelet y su gobierno no pudieron proyectarse en nadie que, superando la prueba de la pureza ideológica y del rating electoral, pudiera tomar las banderas que ella levantó.
Si bien las amenazas de fractura van a persistir con seguridad no solo hasta el 14 de abril próximo, que es cuando se sabrá qué partidos calificarán y tendrán derecho a inscribir candidatos, sino incluso hasta el día antes de las primarias del oficialismo, todo indica, en función del pragmatismo político, que la Nueva Mayoría debiera llegar a la papeleta presidencial de fin de año con un solo candidato. Es cierto que entre Guillier y la DC no hay grandes complicidades ni simpatías. Pero los que saben de política dicen que eso cuenta poco, porque en lo único que hay que fijarse es en los intereses, y cuando están en juego los puestos de cientos de militantes colgados del aparato del Estado, las razones para alcanzar acuerdos, misteriosamente o no, siempre aparecen.
El mayor problema para la coalición, sin embargo, no es tanto ese, el de la unidad, sino el de haber dejado perdido en el intertanto la épica de su discurso. La Nueva Mayoría ha dejado botada en el camino mucha chatarra utópica que en su momento le dio enorme capacidad de movilización. Gran parte de ese instrumental fue desvencijado o se oxidó pronto. Después de todo, la idea-fuerza de esta administración era asestarle un golpe letal al modelo de desarrollo y golpes hubo, pero no letales. Las cosas al final no salieron como se esperaba, el país se frenó y fue más bien pobre la cosecha de oportunidades para quienes estaban en desventaja. El oficialismo no puede menos que sentirlas como decepciones y tampoco puede menos que reconocerlas como la mochila con la cual ninguna coalición política quisiera llegar a una elección.