La idea de que escuchar a Mozart, incluso antes de nacer, podía hacer a un niño más inteligente comenzó a gestarse en 1993, luego de una investigación publicada en la prestigiosa revista Nature. Doce estudiantes universitarios, luego de escuchar al compositor, sacaron un puntaje más alto en un test de coeficiente intelectual que el grupo que rindió el test sin ninguna estimulación. Aunque en el mismo estudio se señaló que el efecto duraba 15 minutos y posteriores investigaciones no pudieron replicar este resultado, creció toda una industria relacionada, con artistas como los Beatles o Metallica en versiones para niños. Y, a la par, un mercado destinado a sacar todo el potencial de los bebés: softwares, juguetes didácticos, programas especiales.
Uno de los más populares era Baby Einstein, de Disney, que mediante colores y figuras proponía que los niños despertaran sus sentidos.
Pero la semana pasada, la compañía anunció que devolvería el dinero de los DVD a los padres que se sintieran disconformes. Porque hoy se sabe que no se trata de ningún compositor en particular. Sino, simplemente, que ejecutar música o aprender una canción está asociado a ciertas mejoras en el rendimiento, porque la música mejora el razonamiento espacio-temporal, un proceso neurológico importante para, por ejemplo, aprender matemáticas. "Pero tampoco se trata de que los niños sean más inteligentes si escuchan música, sólo se predisponen mejor para el aprendizaje", dice Sergio Mora, doctor del Instituto de Ciencias Biomédicas de la U. de Chile.
Otro mito: por el simple hecho de exponer a un bebé a un software didáctico se le estimulará. Falso. Hoy se sabe que la interacción social es lo más importante para el aprendizaje. No hay posibilidades de que un menor extraiga los contenidos de un software educativo sin un adulto que intervenga en ese proceso.
Tercer mito: las ventanas de oportunidad. Es cierto que existen períodos de tiempo donde la estimulación crea nuevas conexiones neuronales. Pero hoy se sabe que, si bien estas ventanas se cierran alrededor de los 10 años, el cerebro tiene la suficiente plasticidad como para crear nuevas conexiones neuronales a lo largo de toda la vida. En otras palabras, el aprendizaje es posible hasta, incluso, la vejez.
Cambiando las rutinas
Los aportes de la neurociencia en la educación suman y siguen. En varios colegios ingleses, por ejemplo, los alumnos inician el día con una serie de ejercicios fuertes que los predisponen al aprendizaje. ¿La razón? En 2007, un estudio alemán descubrió que el aprendizaje aumenta 20% después del ejercicio. Esto, porque genera nuevas conexiones neuronales en el hipocampo, zona del cerebro relacionada con la memoria.
Otra vertiente importante de investigación ha sido el vínculo entre las emociones y el aprendizaje. Cuando un ambiente tiene un componente emocional positivo, el cerebro lo conserva, produciéndose el aprendizaje. Pero si se trata de un ambiente estresante, la amígdala -una estructura cerebral vinculada a las emociones primarias- activa respuestas de evasión. Es cuando las emociones dominan sobre la cognición y la parte racional del cerebro es menos eficiente. Un hallazgo clave para entender que el clima que se vive en el aula es uno de los factores más importantes en el proceso de aprendizaje.