Pocos episodios retratan mejor la personalidad de Agustín Edwards que el secuestro de su hijo Cristián. Pocas veces uno de los personajes más poderosos del país quedó tan vulnerable, expuesto a secretos familiares y la voluntad de secuestradores que lo forzaron a negociar un precio por el menor de los Edwards del Río.
Ese episodio comenzó la noche del 9 de septiembre de 1991, cuando un comando del Frente Patriótico Manuel Rodríguez secuestró a Cristián Edwards y pidió cuatro millones de dólares a cambio de devolverlo con vida. Después de cinco meses -en los que el entonces gerente de diarios regionales de El Mercurio pasó encerrado en una ratonera de dos por tres metros, con luz artificial y música permanente, dopado, sin ventilación natural-, esa cifra se redujo a un millón de dólares.
Lo primero fue una demostración de poder, si no un acto desesperado o de sentido común. Como sea, el asunto es que dos días después de iniciado el secuestro, el padre recibió una carta en la que le notificaban que su hijo estaba en poder de "profesionales experimentados", que antes de cualquier cosa exigían "no comunicar de esta situación a la prensa, policía, amigos y parientes".
Pues esa misma tarde, Agustín Edwards Eastman tomó el teléfono y le contó las novedades a Enrique Krauss, el ministro del Interior del gobierno de Aylwin.
Pero no sólo eso. Pese a que Krauss le prometió que "pondría lo mejor de sus hombres para lograr la ubicación" del secuestrado, Edwards Eastman, a espaldas del gobierno, apeló a altos contactos en Carabineros y luego hizo lo propio en la Dirección de Inteligencia del Ejército para asesorarse y reunir información.
Agustín Edwards no confiaba en el gobierno. Tampoco en la Policía de Investigaciones, que asumió el caso y a los pocos días "lo mejor de sus hombres" adelantó la tesis del autosecuestro. Ni siquiera confiaba del todo en las Fuerzas Armadas, donde había un Ejército que seguía al mando del general Pinochet. Para hacer frente a lo que se le venía, conformó un comité de crisis privado que actuaba en paralelo a un comité de gobierno.
En este último participaban desde el ministro del Interior a los máximos jefes policiales y, según Edwards, sólo servía para "mantener en alto la moral". En el otro, el que realmente importaba, participaban dos de sus máximos hombres de confianza en El Mercurio y un experto en secuestros que llegó a instalarse a Chile para trabajar a tiempo completo en el caso.
Hugh Bicheno, norteamericano, ex agente del servicio de inteligencia británico, resultó determinante en las decisiones que tomó Agustín Edwards. Empezando por negociar una importante rebaja de las exigencias monetarias, aunque ello significara prolongar el cautiverio del secuestrado.
Bicheno decía que la oferta inicial no podía ser tan baja como para que los secuestradores se enfadaran y mataran al secuestrado. Pero tampoco era cosa de llegar y pagar de entrada lo que pedían. Sería un proceso largo, advirtió. Y en ese proceso recomendó actuar a espaldas del gobierno y que no fuera el padre quien negociara directamente con los secuestradores, tal como estos exigían.
En su declaración a la justicia, Agustín Edwards dejó entrever que también fue una decisión personal: "Me negué rotundamente, porque no podía negociar con una persona que era un mero mensajero que leía recados mandados por otros y que no tenía ningún poder de decisión del que, en cambio, yo obviamente disponía".
En su reemplazo, el comité propuso al sacerdote Renato Poblete. Pero el problema era que los secuestradores no daban su brazo a torcer. En uno de los primeros contactos telefónicos con Poblete, le mandaron un recado:
- Hágale entender que todo el tiempo que demore el señor Agustín en hablar con nosotros serán más días de cautiverio para el señor Cristián.
A esta conversación telefónica le siguió un mensaje escrito en el que los secuestradores advertían de los "trastornos psíquicos" y las "lamentables consecuencias" de un encierro prolongado.
El tira y afloja se extendió por casi tres meses y lo ganó la familia del secuestrado. Poblete sería el encargado de mediar en una negociación que, por exigencia de los secuestradores, se hizo mediante mensajes en clave publicados en la sección de Antigüedades y Objetos de Arte de los Avisos Económicos de El Mercurio.
Siguiendo la recomendación de Bicheno, que proponía "incrementos cuidadosamente calculados", la primera oferta llegó a comienzos de noviembre en un aviso clasificado donde se leía:
Compro icónicos veda, perfecto estado, pago contado. 420.000.
Los secuestradores mandaron a decir que el monto ofertado -420 mil dólares- era "miserable".
Las siguientes ofertas fueron rechazadas una y otra vez por los secuestradores, que acusaban una actitud "inhumana (mal asesorada) y burocrática" de la familia y advertían del deterioro físico y psíquico de quien llamaban "el muchacho".
Para vísperas de Navidad el monto ya iba en 650 mil.
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Tal como había advertido el asesor, los secuestradores aprovecharon las festividades de fin de año para presionar a la familia. En una carta dirigida a sus padres, carta que, según dijo después, había sido dictada por sus captores, Cristián Edwards les pide que "hagan todo lo necesario para sacarme de aquí, hagan todo lo humanamente posible y después yo los ayudo".
En su libro de memorias, Renato Poblete recordó que la madre del secuestrado "pedía subir la cantidad", y que de haber dependido de ella, "hubiera pagado altiro". Pero no es del todo claro si la decisión de regatear obedeció al orgullo personal del padre, a una estrategia o simplemente a la falta de dinero.
Sin referirse al caso en particular, Bicheno ha dicho que a veces las familias se niegan a "parecer demasiado fácil" y ofrecen una suma baja. Eso o algo peor ocurrió en 1974 con Jorge Born, uno de los mayores magnates argentinos, cuyo hijo permaneció por nueve meses en poder de los Montoneros. Por principio, y orgullo, el padre se negó a pagar, y fue el hijo quien negoció desde su cautiverio el pago de 60 millones de dólares de la época.
En este caso, el mismo Edwards escribió una carta a los secuestradores en la que les dijo que "como Cristián les tiene que haber dicho, estamos muy endeudados (…) y deben saber que enfrentamos una demanda del Banco del Estado que, en cualquier momento, puede producir un congelamiento de nuestros activos".
La carta fue refrendada por Poblete, que en una de sus últimas gestiones como mediador les dijo a los secuestradores que Agustín Edwards "está quebrado, es puro nombre nomás, ustedes podrían haber elegido a otra persona".
Sin embargo, en su biografía sobre Agustín Edwards, el periodista Víctor Herrero dice que si bien "aún tenía importantes deudas y había perdido algunas empresas", su situación no era tan desmejorada. Prueba de ello es que a mediados de 1991 había vendido todas sus acciones de la compañía de seguros La Chilena Consolidada. Y, según el mismo autor, seis meses después de la liberación de su hijo, compró 650 hectáreas en el sur del país, por un monto cercano a 2,5 millones de dólares de la época.
Como sea, recién la tercera semana de enero de 1992 la familia publicó un aviso económico en el que anunció "una oferta especial" que fue aceptada por los captores.
Cristián Edwards, de 34 años, quedaba libre después de 145 días.
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A las pocas semanas de que su hijo fuera liberado, Agustín Edwards apareció en las pantallas de TVN, entrevistado por la periodista Cecilia Serrano. Cuando escuchó que le preguntaba sobre el modo en que el secuestro había cambiado su visión, así como el de los familiares de las "personas que por motivos políticos han desaparecido", Edwards se mostró algo sorprendido y meditó una respuesta.
-¿Qué les diría usted a esas madres que todavía no encuentran a sus hijos? -volvió a preguntar la periodista.
-Tener fe nomás. Tener fe en el Señor. Que El decida; por último, es una cruz que te mandan y es una señal. Y es una señal que no necesariamente es mala, todo lo contrario, es más bien positivo.
Luego, ante el asombro de la periodista, agregó:
-Porque a nosotros (el secuestro) nos produjo muchas cosas positivas: la unión de la familia, hermanos con los que no habíamos hablado mucho tiempo, se juntaron; fue muy positivo.