Cuando los refugiados sirios, afganos e iraquíes fueron sacados a punta de golpes y lacrimógenas por la policía del campo de inmigrantes de Idomeni, en la frontera de Grecia y Macedonia, Ai Weiwei recogió la poca ropa que tenían y dejaron tirada tras escapar: faldas, pantalones, jeans, blusas, camisas, poleras, chalecos de niños, calcetines, bufandas y hasta calzoncillos. El artista chino mandó a lavar, planchar y organizar por categoría y tamaño esas 2.046 prendas y armó una colosal lavandería en la galería Deitch.

Las filas de zapatillas, botas y chalas forman un mar de zapatos huachos. Se podría pensar incluso que es una tienda de ropa usada en medio del sofisticado SoHo neoyorquino. La instalación, titulada Lavandería, huele a ropa limpia y casi se puede sentir la presencia de los refugiados ausentes e invisibles. Al lado de hileras de colgadores, separados en ropa de hombres, mujeres y niños, en un video se ve a militares de Macedonia utilizando gas lacrimógeno para detener la entrada de migrantes.

Después de disparos y de la destrucción de sus tiendas de campaña con máquinas excavadoras, se ve al equipo de Weiwei negociando con las autoridades griegas para conservar las miles de prendas de vestir y frazadas, y luego su taller subterráneo en Berlín, una antigua fábrica de cerveza, lleno de esa ropa. En el documental se aprecia a los colaboradores del artista lavándola, secándola, planchándola y elaborando un sistema de organización. A las zapatillas, zapatos y botas se les sacó el barro con escobillas en baldes con agua y jabón. El registro termina con la imagen de una luz roja que parpadea en una zapatilla de niño, un gesto final de esperanza.

"Los migrantes tienen que cruzar montañas o saltar de barcos. No hay tiempo para lavar. Tienen que tirar su ropa sucia. Su vida es una lucha diaria", explicó Weiwei al New York Times luego de la inauguración de la muestra que coincidió con las multitudinarias protestas contra la elección de Donald Trump como presidente.

El artista de 59 años prefirió limpiar la ropa que recogió al recordar que cuando era un niño pobre su madre siempre le decía: lávese las manos. "Para mí la limpieza es la dignidad humana básica", dijo.

Weiwei expone en Nueva York, donde vivió 12 años en la década de los 80 y aprendió de Warhol la estrategia de convertir objetos simples en arte, mucho antes de convertirse en una figura mediática al ser detenido por el gobierno chino.

Las paredes de la galería están tapizadas de collages con fotografías de los campos de refugiados que visitó. El suelo está empapelado con tweets de noticias sobre inmigrantes, protestas y manifestaciones.

Hábil en el uso de redes sociales como cualquier celebridad, los que revisan su cuentas de Twitter o Instagram con más de 600 mil seguidores saben que su principal preocupación desde el año pasado es la crisis global de refugiados, con 60 millones de personas fuera de sus países buscando mejores condiciones de vida o convertidos en desplazados por la guerra. Desde que su pasaporte fue devuelto por el gobierno chino en julio de 2015, ha visitado campos de inmigrantes en Africa, Europa y Medio Oriente.

Entró a muchas tiendas de campaña, donde le sorprendió ver a tantos niños mojados, con frío, en una situación inaceptable. "Pero no lloraban quizá porque ya se les terminaron las lágrimas", dijo el Premio Embajador de Conciencia, otorgado el año pasado por Amnistía Internacional.

Un artista mediático

El disidente chino confesó que el drama de los migrantes le recuerda su historia familiar. Su padre, el poeta chino Ai Qing, fue exiliado a los márgenes del desierto de Gobi y su familia creció en la pobreza. El padre fue obligado a limpiar baños públicos por cinco años y en un momento vivieron en un agujero cavado en el suelo porque eran considerados los habitantes más bajos del pueblo. Ahí el joven Weiwei aprendió a fabricar ladrillos de adobe.

"Crecí en condiciones similares a la de los refugiados", ha dicho Weiwei. "Me hubiera gustado ponerme los zapatos usados de mi hermano. Siempre eran demasiado grandes, pero los hubiera usado. Cualquier cosa es mejor que no tener zapatos. Mi padre utilizó su corbata como cinturón porque no tenía nada para amarrarse los pantalones. Cuando hacía trabajos forzados en el invierno, usaba su corbata para envolverse un pie porque no tenía calcetines".

La galería Deitch le sugirió una retrospectiva de su trabajo, pero el artista prefirió centrarse en el presente y hacer sonar una alarma sobre esta emergencia internacional.

Lavandería es la más polémica de sus cuatro exposiciones en Nueva York. En la galería Lisson, en Chelsea, colocó grandes troncos secos hechos de hierro fundido contra un muro donde la crítica realidad de los inmigrantes sirios en Grecia es recreada a través de la estética de los antiguos frisos greco-romanos. En carteles se lee "Ninguna persona es ilegal" o "Abran las fronteras". Los dibujos registran tiendas de campaña hacinadas, campos de concentración rodeados de alambre de púas, ancianos y mujeres embarazadas con velo esperando en fila un pedazo de pan, barcos repletos de migrantes, militares apuntando ametralladoras contra multitudes desde tanques y vehículos blindados, cadáveres y helicópteros sobrevolando ciudades en ruinas llenas de edificios destruidos por la guerra.

En la galería Mary Boone, también en Chelsea, ensambló un gigantesco árbol muerto de las montañas del sur de China. En un muro dorado contiguo recreó la visión en 360 grados de las cámaras de seguridad, el pájaro símbolo de Twitter, esposas y cadenas y su propia imagen hecha con piezas de Lego destruyendo un jarrón de la dinastía Han de 2 mil años de antigüedad. En la sede de la Quinta Avenida de la misma sala exhibe 40 mil teteras de porcelana china rotas, todos símbolos del exilio y la represión política.