Arturo Alessandri Palma estaba próximo a terminar su segundo período presidencial y su imagen pública languidecía tras la derrota oficialista en las elecciones y la matanza del Seguro Obrero. Llegó el 3 de diciembre de 1938 hasta la Avenida Sur (actual Grecia) para inaugurar lo que su gobierno había definido como "el más grande y más moderno estadio de Sudamérica". Un recinto que nacía a la vida con dos días de fiesta, aunque sin estar terminado.
Hay quienes han reportado una pifiadera de proporciones al anunciarse al "León de Tarapacá", pero que se sepa no hay evidencia auditiva de ello. Tampoco de una cita que le atribuyen: "Ojalá este elefante blanco se pueda llenar algún día". Más bien fue todo lo contrario, afirma Valentina Rozas en un libro de próxima aparición y cuyo título no habría podido venir más al caso: Ni tan elefante ni tan blanco. Arquitectura, urbanismo y política en la trayectoria del Estado Nacional (Ril).
Diversos reportes de asistentes a los dos días de celebración, prosigue la autora, dan fe de que el coliseo deportivo (porción discreta de las 59 hectáreas que originalmente llevaban el nombre de Estadio Nacional) estuvo lleno en ambos, sumando cerca de 85 mil espectadores. ¿Por qué, entonces, la insistencia en esta versión? He ahí una de las preguntas que se formula este libro nacido de una tesis de magíster en la UC, y que en el camino a terminarse dio pie al proyecto Estadio Nacional: Archivo Abierto (archivoestadionacional.cl), especie de historia visual del recinto desarrollada al alero de la Facultad de Arte, Arquitectura y Diseño de la UDP.
Con ánimo desmitificador, y en el intento de contestar la señalada pregunta, Rozas se las vio con otras interrogantes. Por ejemplo, y a propósito de Alessandri, ¿cómo entender la "imparcialidad" o "neutralidad" normalmente atribuidas a un espacio usado una y otra vez por los presidentes para exhibir musculatura política y que hasta fue campo de concentración en 1973? ¿Cómo operan respecto de ella la memoria y las pulsiones patrimoniales? ¿Por qué un puntal del progreso urbano se convirtió en una externalidad negativa para quienes viven a su alrededor? ¿Qué lógicas rigieron la interacción de sus actuales 64 hectáreas con la ciudad de Santiago? O bien, en el área chica, ¿por qué su principal coliseo nunca se terminó?
De Renca a Ñuñoa
Nace este espacio de "un Estado empeñado en adoctrinar a sus ciudadanos en la transmisión de valores de moralidad, salud y bienestar", señala la obra. Y su origen más temprano, prosigue, puede hallarse en una manifestación de deportistas en el centro de Santiago, el 20 de mayo de 1909. Originalmente, el recinto iba a estar en Renca: hasta firmó el gobierno un convenio con la Universidad de Chile, en mayo de 1936, y dio comienzo a las obras. Pero el descontento de entidades como la Sociedad Nacional de Agricultura detuvo lo andado.
Emulando lo que se hacía en los grandes estadios del mundo, instalados en las afueras del radio urbano, se acude entonces a Ñuñoa. Y así es como el Estadio Nacional pasa a participar de dos dimensiones fundamentales de la modernidad chilena. Por una parte, se diseña bajo los ideales del modernismo local, cumpliendo funciones específicas y obviando los remilgos neoclásicos en beneficio de ciertos rasgos art déco (la marquesina con el volado más grande de la ciudad, el volumen del marcador, los elementos escultóricos, los mástiles, las losetas de acceso). Por otra, adhiere a la función social del proyecto de modernización del país: darle empuje a una comuna de clase media, desconcentrando la ciudad.
"El Estadio Nacional es moderno en su arquitectura, es funcional, monumental en sus dimensiones, pero modesto en sus terminaciones", complementa Rozas. "La concepción urbana del conjunto Estadio-desarrollo de ciudad es una idea moderna también: sería, en términos actuales, un proyecto urbano-estratégico. Ser moderno en esa época también significaba tener fe en el progreso y el estadio materializa este espíritu". Lo que queda hoy de esa modernidad, remata, "es la visión de que el Estadio Nacional es una utopía para el país".
Ha tenido el Nacional una decena de planes maestros que han privilegiado, según el caso, la práctica deportiva de los iniciados o el acercamiento del ciudadano de a pie. Y si bien las continuidades han sido más que los quiebres, una fractura destacada por la autora es la generada por la ampliación del coliseo para el Mundial de Fútbol de 1962: con el fin de aumentar el aforo, se densificaron las graderías, obstruyéndose los aciertos espaciales del original, que permitían desplazarse con más facilidad por el lugar y tener mejor vista. Asimismo, se eliminó el velódromo, subrayándose así la futbolización del recinto, en desmedro de su carácter olímpico original.
Mientras investigaba, Rozas descubrió el lúgubre y desconocido tercer piso del estadio, que originalmente albergaría a deportistas extranjeros, pero nunca se terminó. Asimismo, se involucró en el "Parque de la Ciudadanía", proyecto de reordenamiento territorial según el cual la obsolescencia del campo deportivo, que para la urbanista es resultado de casi 40 años de ausencia de planificación urbana e inversión coherente, "es un desafío abordable por un urbanismo comprehensivo y anticipatorio". La propuesta es transformar el espacio existente en medio de la infraestructura deportiva en un parque público, incorporando áreas de bosques, jardines, prados, laguna, plazas duras y juegos de agua.