La comunidad internacional expresó su fuerte  inquietud tras el nuevo estallido de violencia entre budistas y musulmanes en  el oeste de Birmania que dejó al menos 56 muertos y provocó una nueva ola de  desplazados.

Tras varias semanas de aparente tranquilidad en el Estado de Rakhine, la  violencia entre budistas de la etnia rakhine y rohingyas, una minoría musulmana  apátrida considerada por la ONU como una de las más perseguidas en el mundo,  volvieron a estallar el domingo.

Un portavoz del gobierno rakhine dio cuenta de al menos 56 muertos. "25  hombres y 31 mujeres murieron en cuatro comunas", indicó el viernes a la AFP  Win Myaing, portavoz del gobierno, precisando que unas 2.000 viviendas fueron  incendiadas.

El balance podría ser aún más grave, según otro responsable que evocó,  pidiendo el anonimato, 67 muertos.

Al menos 75.000 personas, en su gran mayoría rohingyas, fueron desplazados  en la primera ola de violencia. Los últimos días son miles los que llegan cada  día a pie o en barco hacia los campamentos en los alrededores de Sittwe,  capital del Estado de Rakhine. Los campamentos están sobrepoblados y faltan  alimentos así como cuidados médicos para los desplazados.

La crisis ya es problemática para el presidente Thein Sein, que multiplicó  las reformas desde que accedió al poder en marzo de 2011. El ex general lanzó  negociaciones con las rebeliones étnicas, algunas de las cuales están en  conflicto con el poder de Naypyidaw desde la independencia en 1948.

Pero la violencia en el Estado de Rakhine es de otra naturaleza.

En ese Estado, uno de los más pobres del país, se oponen dos comunidades  para las que las tensiones existen desde hace décadas. Desde junio, cuando  comenzaron los enfrentamientos, 150 personas murieron, según las cifras  oficiales que muchas organizaciones estiman por debajo de la realidad.

Unos 800.000 rohingyas viven confinados en el Estado de Rakhine. Hablan un  dialecto similar al que se utiliza en la vecina Bangladesh.

No forman parte de grupos étnicos reconocidos por el régimen de Naypyidaw,  ni por muchos birmanos que los consideran la mayoría de las veces como  inmigrantes bangladesíes ilegales y no esconden su hostilidad hacia ellos.

Pero la comunidad internacional se inquieta por estos musulmanes apátridas,  rechazados por el mundo entero.

"El gobierno debe resolver las causas subyacentes de las tensiones y del  conflicto entre las comunidades budista y musulmana en esta región, incluso el  efecto de los prejuicios y las actitudes discriminatorias", declaró en Nueva  York el relator especial de la ONU para los Derechos Humanos en Birmania, Tomas  Ojea Quintana.

El régimen de Naypyidaw debe investigar todas las acusaciones y "ocuparse  de la discriminación endémica hacia los rohingyas", agregó antes de presentar  su informe a la Asamblea General de la ONU.

Estados Unidos instó "a las partes a actuar con moderación y poner fin de  inmediato a todos los ataques" y reclamó esfuerzos para "lograr la  reconciliación nacional en Birmania".

El viernes, el diario oficial en inglés New Light of Myanmar publicó en  tapa un comunicado de Thein Sein en el que prometía reinstaurar la tranquilidad.

"La comunidad internacional observa el progreso en curso en Birmania con  interés", subrayó. "Individuos y organizaciones proceden a manipular (...) se  tomarán medidas legales contra ellos", añadió.

En este contexto las principales organizaciones musulmanas de Birmania  anularon las celebraciones del Aid al Adha, una de las principales fiestas del  islam que comenzaba este viernes.

Bangladesh, que en junio frenó varios barcos de refugiados rohingyas,  anunció por su lado que reforzará sus patrullas fronterizas para impedir la  llegada de más barcos.