Ayer, en la primera de las conferencias del Festival de Cine de Valparaíso dedicadas a Alberto Santana (1897-1966), desconocido impulsor del cine chileno en los años 20, un espectador de 90 años afirmó haber participado en un filme suyo en Viña del Mar. Los expositores, que han investigado su trayectoria por varios países, quedaron impresionados: nadie sabía que el autor había hecho un filme en esta ciudad.
Figura tan misteriosa como inasible, Santana es un puzzle a completar para los historiadores locales. Buscó hacer una industria del cine en Antofagasta, Punta Arenas, Santiago, Lima, Quito, Colombia, Puerto Rico y Costa Rica, sin apenas dejar rastros. "Intentó hacer una especie de Hollywood en Sudamérica fracasando conmovedoramente en todos los intentos", apunta Alfredo Barría, director del certamen porteño.
Por ello es que su figura es recuperada en el festival con cuatro conferencias sobre su periplo por Chile, Perú y Ecuador (la primera fue ayer), y con la exhibición de dos filmes, Bajo la Cruz del Sur (Chile, 1947), co-dirigida con Adolfo Berschenko, proyectada ayer, y Yo perdí mi corazón en Lima (Perú, 1933), que se muestra hoy. Hasta ahora, es lo único que se ha rescatado de su filmografía.
"Estamos hablando de un gigante que transitó entre el cine mudo y el sonoro", explica Hans Mulchi, investigador que trabajó en el documental Antofagasta, el Hollywood de Sudamérica, y que prepara un libro y otro filme basado en las peripecias de Santana. "Hizo las primeras películas sonoras en Perú, Ecuador y Colombia. Y en Chile levantó la industria del cine en Antofagasta con ocho películas en dos años, cuatro dirigidas por él", cuenta. El secreto de Santana era su delirante capacidad de seducción: lograba involucrar desde empresarios a curas salesianos. Así, entre 1923 y 1934, hizo 27 filmes.