Desde los 10 años que pesco con mosca. Aprendí cuando nadie sabía de este deporte porque los papás de mi amigo Marcelo fueron los primeros chilenos en tener un lodge de pesca. Los veranos que pasé en ese lugar son incontables.
A los 21 años me fui de Santiago a Osorno a estudiar técnico agrícola con ese mismo amigo. A meses de terminar la carrera, supimos que unos inversionistas norteamericanos estaban pensando poner un lodge en la zona. A Marcelo, que ya se había graduado, lo contrataron y el semestre siguiente yo me sumé al equipo.
Como los norteamericanos tenían mucha plata, fueron los primeros en Chile en crear un fly out lodge, del que sales con hidroaviones y helicópteros a pescar. Se llamaba The Río Puelo Lodge, dentro del Valle del Río Puelo. Al principio, mi trabajo era visitar zonas aptas para la pesca, teníamos que explorar lagos y ríos desde Osorno por la cordillera hacia el sur en hidroaviones y helicópteros. Volábamos todos los días entre tres y seis horas. Era como el sueño del pibe, ya que conocíamos lugares maravillosos, cada uno más impactante que el anterior.
A veces, nos dejaban ahí dos días, acampábamos, recorríamos, pescábamos, fotografiábamos y volvíamos al lodge a entregar un reporte para crear los futuros programas de pesca. Estoy seguro de que en muchos de los lugares que estuve fuimos los primeros en poner un pie.
En ocasiones, en las aeronaves nos metíamos en unos cañones muy encajonados con mal clima y sólo salíamos vivos por las destrezas del piloto. Nunca nos instruyeron sobre qué debíamos hacer en caso de una emergencia, tampoco preguntamos. Nunca sentí miedo. Cuando tienes 25 años crees que eres invencible, que nunca nada te va a pasar.
Varias veces conversamos con otros guías del lodge sobre qué haríamos en caso de peligro, a raíz de la muerte de un cercano en un helicóptero de la FACH, mientras buscaba a unos jóvenes en el Cajón del Maipo. Todos coincidimos en la respuesta: "Si no hay escapatoria, salto".
Tras dos años, el lodge comenzó a recibir turistas con alto poder adquisitivo, ya que los viajes sólo se promocionaron en el extranjero, y comencé a desarrollar mi trabajo como guía profesional de pesca.
El 27 de enero de 1992 el día estaba despejado y soleado. Casi una postal. Me subí a un helicóptero Bell Jet Ranger 206, temprano en la mañana junto al piloto y tres turistas norteamericanos. Mientras volábamos sobre la zona de Lagos Inexplorados, dentro del Parque Nacional Hornopirén, escuché un ruido fuerte, como si se hubiese roto algo y de inmediato el helicóptero empezó a girar en su mismo eje, a una velocidad indescriptible. Era la primera vez que vivía ese nivel de descontrol.
El piloto comenzó a gritar: "¡No lo puedo controlar, nos vamos a morir!". Gracias a la experiencia del piloto, después de unos segundos dejamos de girar y comenzamos a caer en picada sobre un glaciar, a más de mil metros de altura y luego detuvimos la caída y volvimos a girar de manera descontrolada. Ahí, mi puerta izquierda se abrió. Como no tengo miedo a las alturas, me asomé por fuera para cerrarla, con la ayuda del norteamericano que estaba a mi lado, pero la fuerza del viento lo impidió.
"Estoy sentado acá, sin ninguna herida y me voy a morir", pensé y me acordé de la conversación con mis amigos, y era el momento, parecía lo más adecuado. "Me voy a tirar", le dije al piloto. Solté el cinturón de seguridad, saqué los pies y esperé estar a una distancia apropiada cercana a los 20 metros (unos cinco pisos), que es la altura que mi cuerpo podría resistir en la caída. No soy una persona religiosa y en ese momento sólo pensé en que no quería morirme, que esa era mi única oportunidad. Y salté.
No recuerdo nada de lo que ocurrió mientras caía. Esa parte se me borró con el impacto que me di en las rocas. Sin duda caí de pie, pero me golpeé en la cara, me corté gran parte de mis manos, me fracturé la mandíbula y la columna en tres partes y tuve una contusión cerebral severa por tres días que casi me mata.
Desperté y vi a uno de los turistas a mi lado. "¿Por qué están vivos? ¿Nos morimos todos? Es imposible porque yo salté", pensé. Pero estábamos todos vivos, con fracturas de columna y con muchas heridas, pero ellos estaban en mejor estado.
Antes de impactar contra las rocas, el piloto aplicó potencia en el helicóptero, frenó su fuerte caída en último momento y luego se estrelló de lleno donde yo iba sentado, así es que si no hubiese saltado, probablemente hubiese muerto.
Comencé a sangrar por la fractura en mi mandíbula y uno de los norteamericanos no pudo seguir a mi lado porque pensó que moriría ahí. Pero no, seguía vivo y no fui el único con suerte. Cuando el helicóptero se estrelló, el estanque de combustible se rajó por completo y los bañó a todos. No sé cómo las millones de chispas que salieron al chocar contra suelo no los tocaron. Mi única explicación es que ese día no le tocaba morir a ninguno de nosotros.
Cuatro horas después, el piloto pudo ir tras mi radio portátil que estaba en los restos de las mochilas y logró hacer funcionar la mía y comenzó a comunicar mayday. Por ese sector no circula nadie, pero ese día, por lo despejado, un avión de marinos, que estaba sacando fotos, recibió el llamado e informó a Carabineros en Puerto Montt.
Después de unos 40 minutos llegaron a rescatarnos, pero no pudieron aterrizar por las rocas del terreno y todo se realizó desde el aire. Nos llevaron hasta Puelo donde nos esperaba un avión de la FACH y nos trasladaron a Puerto Montt. Desperté después de tres días de coma inducido por la contusión severa que tenía en mi cerebro.
Estuve cerca de dos meses internado y otros ocho rehabilitándome. Me pusieron varios fierros en las vértebras quebradas y no quedé con ninguna secuela salvo eternos tratamientos dentales, lo que es nada comparado con lo que pudo haber pasado.
Mucha gente cuestionó mi decisión, ya que salté y todos sobrevivieron igual, incluso La Tercera publicó: "Pasajero presa del pánico saltó al vacío".Eso me molestó. Si le preguntas a un piloto, te va a decir que no debes tirarte, pero yo me la jugué porque iba a morir. Fue una reacción valiente, temeraria y un instinto calculado, yo no tuve pánico ni salté gritando. Incluso esperé el momento adecuado.
Hoy mantengo una relación de amistad con los tres norteamericanos que estaban ese día. Después de una experiencia así, se produce una cercanía eterna. He estado en sus casas y hace un tiempo uno de ellos me dijo: "Te la jugaste porque querías vivir y sobreviviste. El resto se entregó a lo que fuera, fácilmente pudiste haber sido el único con vida".
Han pasado 25 años y tengo una vida normal. Vivo en Puerto Varas, junto a mi esposa y dos hijos. Todos los años corro la Maratón de Santiago y sigo en el rubro turístico y además soy empresario. He vuelto a volar en helicópteros. Muchos me preguntan si volvería a saltar y sí, en esas condiciones extremas, sin duda lo volvería a hacer.