Alexis Salazar está rodeado. El zaguero de Cobresal fue invitado por tres amigos a ver el partido entre Colo Colo y Audax Italiano, de cuyo resultado dependía la opción de que los mineros pudieran abrochar el título del Clausura en la próxima jornada. Pero había un detalle. En la casa del sector Rinconada, en Maipú, la mayoría es alba. Por paliza. El único que no cumple esa condición es el defensor, quien cedió la titularidad  después de la expulsión que recibió ante Universidad de Concepción, pero que volverá a la oncena inicial frente a O'Higgins, por la suspensión de Miguel Escalona.

Cada cierto rato, se lo hacen sentir. Entre risas y bromas, al lotino le dejan claro que, más allá de que el día anterior lo hayan acompañado en La Pintana en el triunfo sobre Ñublense, en casa aún sueñan con que el equipo de Dalcio Giovagnoli tropiece y el de Héctor Tapia, al menos, lo alcance.

El sarcasmo sazona la sobremesa. Elías, uno de los anfitriones, dispara sin contemplaciones. "Antes de que llegara Alexis a esta casa, yo no sabía que existía Cobresal", afirma. Y saca a relucir el historial de éxitos del Cacique. Mauricio y Roberto lo avivan.  Salazar se ríe, pero una mueca de desagrado delata incomodidad. Igualmente, devuelve la talla. "Da lo mismo cómo les vaya. Igual no nos van a alcanzar", desafía.

El penal de Jaime Bravo sobre Felipe Flores se transforma en la primera materia de controversia. Todos coinciden en que la infracción fue leve, pero se impone la celebración, que se intensifica con el acierto de Emiliano Vecchio. El invitado se resigna.

"Dependemos de lo que haga Cobresal. Nada más. Tampoco sentimos presión. Y si existe, es distinta a la que hemos enfrentado en otras partes de nuestras carreras. Me ha tocado vivir otras experiencias en el fútbol. Ésta es para disfrutarla. Estamos a dos fechas de cumplir un sueño". afirma.

También se entusiasma con el relato de su campaña. "Estuve en gran parte del torneo. Y siempre sentí el apoyo de Federico Martorell. Es un jugador de trayectoria al que seguramente no le resultaba cómodo esperar. Cuando tuve que salir, le di todo mi respaldo. Lo mismo a Miguel (Escalona).  A ambos los respeto mucho. En Cobresal no hay egoísmo", sostiene.

Paralelamente, recuerda que, en su momento más amargo, el de la expulsión ante el Campanil, quien más sufrió fue su hijo mayor, Matías. El niño, de 10 años, sorteó todos los controles hasta llegar a pedirle explicaciones al juez Patricio Polic. "Él vibra, llora por los resultados y lleva los números de la campaña. Ese día estaba muy enojado. Ahora me dice 'papá, estamos a un paso' y que le va a guardar todos los recuerdos a su hermanito menor, Emiliano", confidencia.

En La Florida la emoción escasea. En el entretiempo, Salazar y sus amigos suben al segundo piso. En una sala de juegos hay una mesa de pool. La tensión disminuye y ya no se habla de fútbol. Ahora la discusión tiene que ver con la destreza con el taco. Con quien tiene más capacidad para echar las quince bolas a las buchacas. "Ojalá jugaras tan bien como parece en las fotos", lo molestan.

El segundo tiempo mantiene la monotonía del primero. El equipo de Jorge Pellicer tuvo apenas dos ocasiones de gol, pero ni Javier Elizondo ni Felipe Mora acertaron. Ahí se diluyó la opción de que Cobresal diera su primera vuelta olímpica en la próxima jornada, en Rancagua. A Salazar tampoco pareció importarle demasiado. Prefiere destacar las virtudes de su equipo  de cara a las tres fechas más importantes de su historia. Colo Colo ya había ganado. Los amigos del defensor celebran con mesura. Igualmente, le desean suerte. Y comprometen un asado para festejarlo por el título. A punto de irse, suena el celular. Es Matías, desde el sur: "Papá, no pasa nada, seguimos a un paso".