La última obra en que Alfredo Castro actuó fue Eróstrato (2007), de Carlos Bórquez. Entonces llevaba cinco años tras bastidores, dirigiendo, hasta que sintió la necesidad de descargar energías actuando. Después, volvió a suspender la actuación teatral. El miedo al escenario, fobia que arrastró toda su carrera, lo superó. "No creo que se pueda estar sobre el escenario más que como uno mismo, no se puede estar ahí como otra persona, no existe otra persona. Ahí estaba mi crisis y mi confusión", explica. El 24 de julio vuelve a la carga con Almagro, última obra de Cristián Plana (Comida Alemana), basada en poemas de Purgatorio de Raúl Zurita, sobre el desierto de Atacama, y en la novela Hijo de mí de Antonio Gil, sobre Diego de Almagro, para presentar una "versión perversa" del descubrimiento de Chile. El montaje lo deja prácticamente solo en escena.
¿De dónde salió ese miedo?
Tuve una formación muy rigurosa que me hacía pensar en el escenario como una prisión. Empecé a detestar estar ahí. Antes era gozoso, estuve sobre el escenario 30 años, pero luego se convirtió en un suplicio: el texto, enfrentar al público, el terror. Igual podía actuar, no era pánico escénico, pero me sentía incómodo. Poco a poco fui rechazando proyectos, no queriendo estar ahí, y se acabó.
¿Cómo empezó a desaparecer?
En cuanto me di cuenta empecé a trabajarlo. Primero en Jamás el fuego nunca, donde entraba a escena como Alfredo Castro, sin vestuario, y le soplaba el texto a Millaray Lobos. Esa fue la primera estocada. Luego, en Santiago a Mil, conversaba con el público antes de Historia de la sangre y Hechos consumados. Hablaba 5 ó 10 minutos, como un ejercicio para romper el terror. Finalmente apareció Cristián Plana, y ahí estoy. Siento que lo logré.
Almagro no es una obra fácil para vencer el miedo al escenario...
No. Estoy en escena sólo con Ariel Hermosilla, actor que me acompaña tocando la zampoña y con quien no tengo diálogo alguno. Es una manera completamente expuesta de volver a actuar: botado en el suelo durante una hora, de espaldas al público, con la cabeza hacia abajo, sin mover un músculo. Es como un tratamiento de shock.
¿Qué hay en esta "versión perversa" del decubrimiento de Chile?
Almagro vuelve a Perú después de haber venido a Chile, por no encontrar nada. Es el momento en que hubo una gran batalla, muchos han muerto, Almagro se ha caído del caballo en el desierto de Atacama y se ha roto la columna. Ahí entran los textos de Antonio Gil y de Zurita, que también fueron escritos en un momento de quiebre. Yo veo que en Purgatorio Zurita hace aparecer muchos personajes: está él con su examen médico, cuyo diagnóstico es de "sicótico", está Raquel, una prostituta perdida en la mitad de su vida, está el desierto.
¿Este descubridor se parece al que todos imaginan?
Es el Almagro que uno recuerda del colegio, que cruza los Andes con 60 años, siendo muy viejo para la época. Cuando leí la obra, recordé que me encantaba esa historia de hombres que en las mañanas se sacaban los zapatos y se les congelaban los dedos. Aquí habla de los actos de traición mutuos: él viene con un grupo de soldados, dos de ellos conspiran contra él, se van. El manda tres soldados adelante, arrasan un pueblo indígena, violan a las mujeres, matan a todo el mundo; después se une a otros indígenas para seguir hacia el sur, a la mitad los indios dudan, roban, matan caballos, se van... Yo leía eso y pensaba que eso mismo pasa hoy.
¿Qué busca este Almagro?
Busca un territorio soñado. Como dice Antonio Gil: "De la vida vivida y de mi vida soñada queda sólo este cuerpo que quieren romper en mil pedazos". Para Almagro, el desierto de Atacama es ese purgatorio. Zurita dice: "Helo allí Helo allí/ suspendido en el aire/ el Desierto de Atacama". Yo creo que nunca he estado más cerca de la locura que en el desierto. Me acuerdo del campo minero El Salvador, donde fuimos con el Teatro Itinerante en 1978. Hay un camino recto por donde subes miles de metros de altura sin darte cuenta. Llegamos al atardecer, con un naranja indescriptible, y me empezó a dar una angustia que no podía más. Cuando Zurita escribe, sé perfectamente lo que ese hombre está viendo. Es un estado muy desagradable de neutralidad. Ese desierto está en Zurita junto a su estado mental, que vio a Dios, que le chupaba el alma, que dice que estaba en el baño y vio algo como un ángel, y también está en las bellas alucinaciones de Antonio Gil sobre Almagro.
¿Y qué hace Ariel Hermosilla en medio de este purgatorio?
Es la presencia de lo que Almagro encontró acá, una presencia muy provocadora. Es un indio que mira este cuerpo botado de poeta, actor, Almagro, de todos esos espejismos, y que no hace nada por él. Si la obra siguiera una línea argumental realista... un tipo que está tocando la zampoña durante una hora frente a un cuerpo que tiene la columna quebrada, es bastante insoportable. Pero, ¿por qué ese pueblo tendría que responder al pueblo invasor? Ese indio es un espectador sonriente y gozoso. Está tocando su música en su territorio, al revés de ese cuerpo, que no está ni en su cuerpo. Al final creo que todos estamos en la búsqueda de nuestro territorio, nuestro cuerpo, nuestra lengua. Pero hay algunas columnas más quebradas que otras.