Hace 25 años, antes de llegar a la treintena, Alfredo Perl (1965) se embarcó en una tarea que Claudio Arrau sólo se atrevió a hacer después de los 60 años: grabó las 32 sonatas de Beethoven. Lo hizo entre 1992 y 1996 y entre dos estudios de Bremen y Munich. No todos los discos aparecieron en orden cronológico, sino que más bien en orden anímico. Es decir, fue tocando a Beethoven según su seriedad, su humor, su ferocidad o su candidez. Por ejemplo, el segundo volumen contenía la Cuarta sonata, creada cuando el compositor aún no tenía síntomas de su enfermedad, pero además traía la 24, producto del Beethoven sordo y eremita que todo el mundo conoce.
Para el concierto que el pianista chileno dará el próximo viernes a las 19 horas en el Teatro Municipal, se estructuró un programa que tampoco sigue un orden cronológico. Por el contrario, Perl tocará más bien de acuerdo al temperamento de cada pieza, empezando con la Sonata N°10, siguiendo con la 27, pasando a la 31, haciendo un alto para que el público saque sus conclusiones y retomando todo desde la 16 para rematar con la 26, la más popular de este grupo, conocida como Los adioses. "Mi idea era abarcar la mayor cantidad posible de aspectos de Beethoven. Y también tocar cosas conocidas y otras no tan conocidas", explica el músico chileno radicado en Alemania.
Con una carrera paralela de profesor en la Academia de Música de Detmold y director de la Orquesta de Cámara de la ciudad renana, Perl ha tenido en los últimos años una forma diferente de acercarse a los grandes clásicos que alguna vez tocó en su juventud. Han cambiado la perspectiva y las certezas. Tocando a Haydn, por citar un ejemplo, el pianista se enfrenta de otra manera a Beethoven. "En el concierto que daré ahora, haré la N° 10, una sonata muy plácida, donde hay mucho humor y que lo acerca a Haydn, que fue el maestro de Beethoven.", comenta.
Si ahora Alfredo Perl se acerca a Beethoven con el modelo de Haydn bajo el brazo, en sus primeros años también figuraban los pianistas de referencia en el horizonte. "Cuando recién empecé hubo tres pianistas que para mí eran ejemplares y por los que de alguna forma tuve que pasar para ir creando mi propio camino: Artur Schnabel (1882-1951), Claudio Arrau (1903-1991) y Alfred Brendel (1931). De alguna manera hubo un enfrentamiento interno con estos tres grandes maestros a la hora de dar conmigo mismo. A estas alturas, en cualquier caso, ya soy muy independiente. ¿Ya era hora no? De alguna manera tengo una confianza mayor al interpretarlo que al mismo tiempo me da mayor libertad", dice al teléfono desde su casa en Berlín.
¿Qué tienen en común Schnabel, Arrau y Brendel ?
Creo que una especie de serenidad apasionada. Hay una seriedad muy particular en su trabajo. No es una seriedad pedante y su apego a la partitura no tiene que ver con cobardía, sino que con la intención honesta de estar cerca del compositor.
¿En nuestros tiempos ya no existe esa seriedad al tocar a Beethoven?
Sí existe, pero creo que han cambiado los focos de atención en la sociedad. Es decir, me toca ver a muchos pianistas serios y dedicados en Alemania que hacen conciertos de gran nivel, pero que no tienen la atención que otros músicos sí poseen. No son considerados por los grandes sellos, que gastan mucho dinero, pero en otras cosas, no en el compositor.
¿Quizás en las portadas de los discos importan más los nombres de los intérpretes que del compositor?
Claro, o importa el peinado. O que toquen a Beethoven de una forma que nadie haya hecho antes. Cuando eso se transforma en un valor en sí mismo, hay problemas.
Hablando de Beethoven, ¿Qué es lo que usted encuentra en él que lo hace único?
¡Uf! Es que Beethoven tiene tanto. Pero lo que más me estremece es esa enorme capacidad de darle un sentido afirmativo a la vida. Quizás podía ser algo autorreferente al hablar de sí mismo en sus cartas, o al referirse a sus dolencias, pero, ¡por Dios!, todo lo que nos entregó a cambio es impagable. El podría haber tomado otro camino en su vida en un momento dado. Podría haber bebido más, ser todavía más autodestructivo, terminar de ser creativo. Sin embargo, cuando está en su peor momento es capaz de cambiar y darle un sentido a la vida. Eso se nota, por ejemplo, al final de la Sonata N° 31 (presente en el concierto de la próxima semana). Me da mucha envidia y al mismo tiempo encuentro electrizante cómo es capaz de salir de aquellos baches y reafirmarse.
Se dice también que Beethoven no componía con la misma facilidad que Mozart...
Cuando Beethoven creaba había mucho de voluntad. Si lo comparamos con otros relativamente contemporáneos, como Mozart o Schubert, vemos que Beethoven tenía tal vez mucho menos fluidez. Mozart y Schubert ya tenían todo en la cabeza y sólo se demoraban en pasar la creación al papel. Beethoven no. En su caso había un camino mucho más tortuoso y de lucha. Sin embargo, al mismo tiempo creaba nuevos caminos. Es decir, no sólo estaba elaborando una obra, sino que al mismo tiempo estaba cambiando la música de su tiempo. No seguía caminos preestablecidos y por esa misma razón fue tan influyente. Nadie puede obviar a Beethoven hoy. Todos deben tomar una posición frente a él.