En el centro de todo, casi como protagonista sin contrapesos de la imagen, un imponente piano blanco: que quede claro desde un comienzo que este espectáculo concentra su potencial en los dotes artísticos y las facultades escénicas. Porque ahí donde Jennifer Lopez o Shakira son carne, sudor y lágrimas, y otras como Beyoncé ceden a la pirotecnia tecnológica y coreográfica, Alicia Keys ha levantado su prestigio en una puesta en escena en extremo sutil, donde sólo deja brillo a sus capacidades vocales y al discreto encanto de su figura.
Así lo ha establecido desde que irrumpió en la escena R&B, en 2001, y así lo subrayó anoche, en su primera vez en Chile, en un Movistar Arena con cerca de 11 mil personas -según cifras de los organizadores- y luego de un tedioso atraso de 60 minutos, que hizo que el recital abriera fuegos cerca de las 22 horas. Desde el inicio con Karma -antecedido por un video con imágenes de los rascacielos neoyorquinos-, la estadounidense se pasea bajo los focos con la misma delicadeza de un equilibrista dominando la cuerda floja: con movimientos sigilosos, casi imperceptibles, avanzando a puntillas y secundada por un cuerpo de cuatro bailarines que funcionan como un decorado sin estridencias.
Con una pantalla trasera que proyecta imágenes de modo muy esporádico y un vestuario plateado que varió sólo al final -otras dos muestras de su austeridad-, la cantante va y viene al piano, recordando por momentos la silueta de la Whitney Houston multiventas que inauguró los 90. Y la similitud no sólo es física: su garganta rasguña timbres conmovedores, en un set de baladas que remata con su hit Fallin', o cuando se sienta al piano en solitario, como si estuviera en su cuarto, para despachar If I ain't got you, detonando una ovación sin compasión con los tímpanos sensibles.
Todo sumado a un encanto para comunicarse con el público y para hilvanar sus temas, que mantiene a raya cualquier asomo de monotonía en un espectáculo dominado por las baladas, aunque sobre el final ejecuta las percusiones machacantes de su éxito Girl on fire. En la férrea batalla librada por el R&B -convirtiéndose en el género más rentable del mercado norteamericano-, Alicia Keys ha elegido una ruta donde el sentido del espectáculo empieza y termina en su propia figura, tal como las leyendas inmaculadas del soul sesentero que le han servido de referente. Por eso ha trabajado con nombres tan dispares como David Bowie, Jack White o la propia Beyoncé. Y por eso, anoche, Santiago pudo presenciar a un crédito ineludible del mejor pop del último decenio. Y sin mayores artificios.