"Entre broma y broma /Algunas verdades amargas", escribió Nicanor Parra a propósito de una arraigada creencia popular. Aunque comúnmente es considerada poco seria y de menor prestigio que otras artes, la caricatura siempre tiene algo que decir. El escritor y poeta Jorge Montealegre lo sabe bien. Considerado el más exhaustivo historiador del humor gráfico chileno, por estos días acaba de editar su último trabajo, distinguido con el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura al mejor ensayo inédito de 2014: Carne de estatua. Allende, caricatura y monumento.
El libro ofrece una colección de anécdotas ilustradas que circularon por décadas en publicaciones como Ultimo Minuto, Sepa, Punto Final y Topaze. El material es cuantioso. Además de sus peripecias como Presidente de la Nación, Allende fue dirigente estudiantil, diputado y ministro de Salubridad y Previsión Social del gobierno de Pedro Aguirre Cerda. A esto se suman tres infructuosas campañas presidenciales en 1952, 1958 y 1964.
El título del nuevo volumen alude a una frase que el propio Allende repetía con frecuencia. Golpeándose uno de sus brazos, decía a sus seguidores: "Toca. Aquí hay carne de estatua". Se vanagloriaba de ser un pedazo de historia. "Como la Coca Cola, soy un producto que ya está metido. A Allende lo conocen en todos los rincones de Chile", ironizaba.
Montealegre anota en su libro: "La trayectoria de toda su vida lo fue incluyendo en un imaginario que lo reconocía entre sus mitos y personajes. Tanto es así, que la sátira lo hacía imaginable como un actor principal en la política del siglo XXI". El autor alude a una de las caricaturas emblemáticas del dibujante de Topaze Fernando Daza, quien, bajo el título "El Senado del año 2000", presenta a Allende como un anciano que todavía dirige la Cámara Alta.
AMOR Y ODIO
A la hora de retratarlo, muchos dibujantes -Rein, Click, Pequén, Lugoze y Jimmy Scott, entre otros- destacaron su contextura atlética (fue campeón juvenil de decatlón), nariz prominente, manos anchas y mandíbula cuadrada. Respecto de su carácter, hay visiones contrapuestas. "La caricatura y el monumento son deformaciones. Mientras el monumento enaltece, la caricatura permite revelar los defectos de la persona representada. De Allende, por ejemplo, se decía que era elegante (lo apodaban 'el pije'), mujeriego y que le gustaba el vino y el whisky. Sin injurias -ya que ninguna de estas representaciones es desmentible-, la caricatura, sobre todo en los inicios de su carrera, se dedicó a resaltar estos aspectos", afirma Montealegre. Con el tiempo, sin embargo, se transforman en un medio de ataque. "Cuando Allende se convierte en un peligro para los empresarios y los norteamericanos, las caricaturas se tornan denostativas".
La situación llegó a tal extremo, que Montealegre dedica un capítulo completo a recopilar caricaturas que manifiestan un ánimo de agredir y lo representan en situaciones de muerte: Allende en el cementerio, en una funeraria, dentro de un ataúd o hablando desde el cielo. El destino fatal del ex Presidente había sido anunciado en el humor político de la época.
"El humor gráfico es una fuente de investigación pertinente que hay que validar, pues nos permite hacer memoria. Gracias a él podemos entender la cotidianidad y descubrir mensajes que están fuera del discurso oficial", concluye el autor.