Inseparable compañero de Evo Morales durante los últimos 12 años, el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera (Cochabamba, 1962), no buscará una nueva reelección en 2019, pero cree que es imprescindible que lo haga Morales, cuya capacidad para "unificar a los subalternos" -dice- no puede perderse "por apego muerto a la palabra institucional de la democracia representativa".
Dice que no hay contradicción entre el resultado del referendo de 2016, que no autorizó una nueva reelección del Presidente, y el reciente fallo del Tribunal Constitucional, que sí la autorizó. ¿Cuál es su argumento?
Se planteó al Constitucional que no debería establecerse límites para que una persona se candidatee, en cumplimiento el Pacto de San José sobre derechos humanos. Y el Constitucional, que es el único intérprete de la Constitución, estableció que esto es correcto. A raíz de esta consulta de la Asamblea Legislativa y de esta respuesta del Tribunal, varias autoridades actuales, entre ellas el Presidente, si quieren candidatearse de nuevo pueden hacerlo en 2019. El único límite es el voto, que decidirá si el pueblo acepta que una autoridad vuelva o no.
Para habilitar al Presidente, el MAS acudió al Constitucional mientras dejó de lado lo dicho por el poder constituyente en el referendo. ¿No ve una contradicción entre estos eventos y la primacía que antes usted le asignaba al poder constituyente?
No. El poder constituyente fue la sublevación de la gente, en 2001, 2003, 2005, que se expresó en la votación por Evo, por un indio, algo inédito. Se eligió al que se consideraba descalificado, inepto, para ser autoridad. Las clases dominantes están en el poder porque pueden ejercer un mando unificado y articulan en torno a este a las clases subalternas, que por definición son clases fragmentadas. Entonces, una revolución es el momento en el que los subalternos abandonan su subalternidad porque se unifican. Lo interesante es que la persona que permite la unificación y le da cuerpo visible, palpable, es Evo. La lógica del poder constituyente sigue prevaleciendo en la candidatura de Evo, porque Evo es la personificación de la unificación de lo popular.
¿Esto se dará mientras Morales viva?
Ojo, no fue algo que hayamos buscado. Lo ideal es una renovación generacional y colectiva de estos liderazgos fuertes. Pero por la adversidad en que ha nacido nuestro poder, en estos 10 años no nos hemos preocupado del asunto. Ahora tenemos siete años para eso. El objetivo es que en 2024, cuando haya nuevas elecciones, podamos tener líderes sustitutivos de Evo y una estructura colectiva mucho más sólida que la que tenemos.
Las encuestas señalan que usted es el mejor candidato del MAS después de Morales. ¿Lo que dice es una renuncia?
No. Simplemente una reafirmación de mi ser individual e intelectual. Yo he peleado para que los indios lleguen al poder. No para que Álvaro García lo haga, porque Álvaro García no es indio. Nunca ha buscado sustituir, representar ni ha querido disfrazarse. Él sabe cuál es su condición social. Entonces no hay renuncia personal. Álvaro García jamás ha imaginado, sería un contrasentido, sería una especie de traición a mi ser revolucionario, asumir un cargo presidencial.
Sus rivales son partidarios de la democracia como cumplimiento de reglas y por eso han dicho que después del fallo del Constitucional el país ha entrado en un momento no democrático. Algunos incluso hablan de "dictadura", "totalitarismo"...
Nosotros siempre hemos reivindicado la democracia como algo más, como la igualación de las oportunidades de las personas para decidir, para participar en los asuntos comunes. Igualación cultural y política, no solo económica, en el acceso a bienes y a oportunidades. Me encanta la definición de (Jacques) Rancière: "hay democracia cuando los que se considera que son incapaces de ejercer los cargos son quienes los ejercen". Es fantástica. Por esto digo: ¡Cómo los subalternos van a dejar escapar su símbolo de unificación! Sería un suicidio político. El subalterno pasa el 98% de su historia fragmentado; cuando vive el 2% unificado, sería una locura que lo deje pasar por un mero apego muerto a la palabra institucional de la democracia representativa.