"Hoy, es el día de recordar a "un amigo por encima de un compañero". Así inaugura este diálogo José Emilio Amavisca (Laredo, Santander, 1971) que físicamente sigue como el futbolista de ayer, tan delgado como entonces y con las mismas proporciones, misma talla de ropa. "Conservo cada cosa en su sitio", explica con la ironía del hombre inteligente. "Si no fuese por las canas, seguiría siendo el mismo". Retrocede entonces al extremo zurdo, al hombre que en aquella temporada 94-95 hizo una fantástica sociedad con Zamorano. Entre los dos admitieron goles imposibles, pases que siempre llegaban a su destino y que hoy provocan el dulce recuerdo. Así lo interpreta Amavisca, director de la Escuela Municipal de Fútbol de Santander, donde a veces les cuenta a los niños, que él conoció a un hombre como Iván Zamorano, "capaz de mantenerse durante horas en el aire". Vuelve a sonreír, aunque "no creas", matiza, "no creas que me separo tanto de la verdad". Quizá porque los buenos recuerdos son inseparables de la verdad. "Si, puede ser que sí", admite.

Entonces somos cómplices de un gran recuerdo ¿no?

Bueno, yo ya me ha olvidado de la fecha, no soy hombre de nostalgias ni añoranzas, pero ahora que me lo recuerda, ¿qué le voy a decir? ¿cómo no voy a pasar un buen rato al volver a 1995?

Fue un gran año y tal vez inmejorable.

Fue un gran año porque tanto Zamorano como yo estábamos con pie y medio fuera del Madrid. Y, sin embargo, no nos resignamos, aunque tampoco hay que glorificarnos tanto por ese motivo. Hay mucha gente que hace lo que nosotros, que se niega a irse y no le sale. Nosotros, sin embargo, tuvimos esa suerte, nos quedamos en el equipo y descubrimos un mundo que desconocíamos.

¿Hasta qué punto uno desconoce la victoria?

Cuando no has ganado nada, y nosotros no lo habíamos ganado. Pero si estás en el Madrid, si llegas al Madrid, es porque eres un ganador. De lo contrario, ni puedes estar ahí ni puedes identificarte con ese escudo, es totalmente imposible. Pero si Zamorano y yo nos identificamos es porque éramo s ganadores, teníamos esa cosa que nos impedía resignarnos.

¿No era más fácil resignarse?

No, la resignación no vale de nada, pero es que quizá no nos dio ni tiempo. A ver, me explico: aquella Liga empezó y Zamorano metió el primer gol en Sevilla, lo recuerdo como si fuese hoy, ¡a los 30 segundos! Fue tan increíble que ese presagio tenía que servir de algo, tenía que definir todo lo que iba a pasar después, y lo definió; definió un año, sinceramente, extraordinario.

Hablemos ahora de la nostalgia.

No, nostalgia no, no la hay. Tuve la suerte de vivir eso y de saber que no iba a durar toda la vida. Por eso lo viví a fondo y si hoy me pide que recuerde, sí, claro, pero no me hable de nostalgia porque entonces ha elegido al hombre equivocado.

¿Qué había de verdad en Iván Zamorano?

Era un hombre que no saltaba, volaba. Aún desconozco cómo era capaz de mantenerse durante tanto tiempo en el aire. Los defensas caían y él seguía ahí. Saltaba casi hasta el cielo y las enchufaba con una fuerza enorme, y créame que no exagero, aquello no era normal, aquello era impresionante. La pena es que no durase toda la vida.

Entre los dos hicieron una sociedad como si fuesen DiStefano y Gento, Hugo Sánchez y Butragueño. 

Pero no se pase. No llegue a tanto. Lo que sí es verdad es que cada vez es más complicado destacar y hacer una cosa como la que hicimos nosotros. Ahora el fútbol es muy físico. Antes con la técnica se podía sobrevivir. Pero ahora la primera condición para ser futbolista es la de ser atleta. De lo contrario, no hay manera.

Pero ustedes dos ya eran atletas.

Nosotros, sí, porque corríamos  muy rápido y nos gustaba correr. Teníamos esa interpretación del fútbol, esa genética que consentía mi zancada y en la suya esos saltos. Nosotros ya éramos dos buenos atletas y supongo que no hubiésemos tenido problemas en el fútbol de hoy. Pero no todo el mundo de nuestra época era como nosotros.

¿Fue todo tan perfecto, en realidad?

Fue maravilloso, sinceramente, convencerse de todo eso que podías hacer. Yo no lo sabía. Zamorano tampoco lo sabía. Ni siquiera nos conocíamos. Sabía que era un gran rematador, sí. Teníamos, si acaso, un pequeño nexo de unión porque a los dos nos patrocinaba la misma marca y a veces coincidíamos, pero cuando realmente nos conocimos fue cuando empezamos a convivir en el vestuario, a ganar tantas veces o a vivir lo que sólo se vive una vez.

¿Y hoy?

Pues, ya ve, aquí ando, me sigo manteniendo. Y, si acaso, la única pena es que no pueda hacer más deporte, porque no me quedan meniscos en las rodillas. Me operaron de los cuatro, el fútbol se cobró ese precio. Pero, por todo lo demás, bien. Vivo en Santander, en la ciudad que elegí, y trabajo en lo que me gusta. No se puede pedir más.