Desde niño pasaba frente a esas casas en Videla, una de las grandes avenidas coquimbanas, y soñaba con ser el dueño de alguna de ellas. Construidas a principios del siglo pasado sobre la base de pino Oregón, traído como lastre por los cargueros desde el estado del noroeste de Estados Unidos, responden al clásico modelo de aquellos años: cielos sobre los cuatro metros, mamparas y zaguán. Desde inicios de los 80, cuando tuvo los recursos para comprarla, tiene ahí su refugio José Sulantay, un hijo del puerto de la Cuarta Región con profundos lazos con esa tierra y, al mismo tiempo, con un extenso recorrido, que abarca medio mundo.
Con cinco hijos, 11 nietos y una bisnieta, a Sulantay y su mujer, Marcia Olivares, les sobran cariño y recuerdos. Basta con entrar al living de esa centenaria casa para tener una cuenta cabal de ese periplo. Acumula decenas de mates, platos de porcelana, añosos relojes de péndulo y artesanías que recibió de federaciones tan lejanas como Japón o Nueva Zelandia, además de la mayoría de las latinoamericanas.
El Negro es hoy considerado el fundador de un grupo que cambió la historia del fútbol chileno. Y para eso, recurrió a su casi medio siglo como delantero y entrenador.
"Tengo 76 años y cuando comencé a trabajar con las Sub 20 tenía 63", apunta. Y luego precisa: "Yo no era un formador y ellos no eran unos niños al comenzar a trabajar conmigo. No era un formador, porque era un entrenador de primeros equipos, que intentaba transmitirles a esos jóvenes todas mis experiencias e ideas. Y ellos ya no eran niños, porque a los 18 ó 19 años comienzan a ser adultos y les queda poco por aprender en el plano técnico, individual".
Su relación con el fútbol es eterna. "A los 17 años me avisaron que querían que fuera a entrenar en La Serena, club que había sido fundado apenas dos años antes. Apenas terminé la primera práctica, esa misma noche, mi papá tuvo que ir a firmar mi contrato", recuerda, no sin nostalgia, el ex goleador, quien pasó muchas temporadas alternando las camisetas serenenses y coquimbanas, además de cuatro años en Centroamérica (El Salvador y Guatemala, donde impensadamente se volvió fan de Creedence Clearwater Revival) y temporadas en O'Higgins, Palestino y Antofagasta.
Y desde ese momento, pese a algunos problemas en la incipiente integración de las regiones con el fútbol santiaguino, fue considerado en las selecciones juveniles, paso que dio con los apoyos de Alberto Buccicardi (DT del primer título de Universidad Católica y seleccionador en el Mundial de 1950) y Fernando Riera, quien venía llegando desde Europa y dirigía a los jóvenes.
Por eso, conocía todo el proceso al que se sometería, inicialmente, la generación que llegó al Mundial de Holanda 2005, con José Pedro Fuenzalida, Matías Fernández, Gonzalo Jara, Marcelo Díaz, Carlos Carmona y Fernando Meneses entre los nombres más notorios. Con ellos, Sulantay comenzaba a manejar un aspecto esencial, más allá de la canchas, que era conocer cómo vivía y de qué medio venía cada uno de los escogidos: "Fui a los lugares de donde crecieron. Anónimamente los vi jugar en sus clubes, pero también me preocupé de conocer sus entornos, como el caso de Gonzalo Jara, quien venía de una población brava, muy brava, en Hualpén... Y al otro lado estaba Fuenzalida, con formación universitaria, con un origen, no sé cómo decirlo, aristocrático. Ahí uno tiene los elementos para hace grupo, para lograr un espíritu de cuerpo".
Con todo eso, comenzó a construir un plantel que logró llegar a octavos de final en Holanda, poniendo la piedra basal para el proceso siguiente, que culminó con la medalla de bronce en Canadá 2007. Ahí, el método se repitió. "Había chicos que eran muy pobres, pero mucho, como Isla, Sánchez, Medel y Vidal, pero con una personalidad tremenda, sobre todo Vidal, que estaba sobre la media en términos de liderazgo; era un duro, pero su personalidad estaba mal encaminada, era un líder negativo, y lo que hice fue mantener esa capacidad de encabezar un grupo, pero reencauzándola hacia lo positivo. Lo mismo con Gary, que venía de un barrio donde si él pegaba un puñete, era porque antes ya había recibido dos", matiza, sobre los nombres que hoy son ejes de la Roja.
Y explica que su trabajo fue, sobre todo, a nivel sicológico y disciplinario. "Les advertí un día que no les perdonaría una, que aquel que se portara mal tenía que tomar sus cositas e irse", explica. Y uno de los que tuvo un tropiezo fue precisamente Medel, en mayo de 2007, a un mes del inicio del Mundial. "Gary estuvo metido en una pelea de discoteca con el delantero de la UC, Lucho Pato (Núñez), y yo lo llamé al segundo piso en Juan Pinto Durán... '¿Qué te dije, Gary?', le pregunté... 'Toma tus cosas y mándate a cambiar', le ordené... Se me puso a llorar y me mostró los tatuajes en sus brazos, con los nombres de sus mellizos. Y ahí se las canté claritas: 'Bórrate esa hueva, asqueroso... Eres mentiroso, como todos los jugadores. Antes de hacer leseras, debieras haber pensado en ellos... Pero lo perdoné diciéndole que 'yo fui futbolista y joven como tú, pero nunca fui tan bruto. Esta es la única oportunidad que te voy a dar ".
Pero de fútbol también hubo trabajo. Y mucho, con ideas que hoy parecen traídas desde Argentina, pero que él reivindica en torno a una escuela técnica específica. "Soy admirador de Rinus Michels y del fútbol que privilegiaba la polifuncionalidad, la presión y la dinámica", dice sobre el DT de la Naranja Mecánica en Alemania 1974, justamente un año después de que el coquimbano se retiraba como jugador para comenzar a formarse como técnico (profesión en la que debutó en 1976, en Coquimbo Unido).
Por eso, entre sus rutinas de trabajo con los Sub 20, incluía hacer jugar a delanteros y zagueros con funciones invertidas, o juegos de presión alta, en espacios reducidos.
Hoy, Sulantay está recibiendo todo el crédito que merecía, aunque sin desconocer el aporte que en la selección mayor hicieron algunos de sus entrenadores, con particular énfasis en el caso de Juan Antonio Pizzi. "Él es un entrenador muy criterioso, muy inteligente".
El deporte, pese a formar la esencia de su vida, no lo es todo para él. Es consejero regional, representando a la provincia de Elqui. Dos veces por semana debe asistir a reuniones en la Intendencia, en La Serena, donde se discuten asuntos que abarcan desde los planos reguladores hasta los presupuestos regionales. "Yo soy contador, me preocupé de estudiar más allá de mi condición de futbolista", explica, mientras muestra un alto de legajos del Core, al que asiste como "independiente, más allá del apoyo de un partido (RN, en su caso). Yo no soy muy político, pero el trabajo de gobernar una región o una comuna tiene que ver mucho más con aspectos prácticos, concretos, que con ideología", matiza. Su actividad incluye también la gestión de su gimnasio, contiguo a su casa, y de un complejo deportivo en el barrio Sindempart. Y de la contabilidad, por cierto, se ocupa él. "Es harto trabajo", dice, además de contar que hasta hace un par de meses jugaba con cierta asiduidad, "aunque uno ya salta a cabecear con algún miedo o no mete tanto el pie", aludiendo a sus 76 años.
Mientras muestra algunas fotografías con Marcelo Bielsa, Franz Beckenbauer o Joseph Blatter ("esta debería sacarla", dice, sonriendo), también se refiere a sus ancestros. "Tengo entendido que mi apellido es diaguita, pero creo que también puede ser quechua; es casi idéntico a algunos lugares del antiguo imperio inca... y ellos llegaron hasta acá. Mi hermano se ha metido más en este tema, con la Conadi, y estamos orgullosos de nuestros orígenes... Uno debe saber de dónde viene... Eso lo aplico al fútbol y a la vida".