Ya escribía sobre vidas ajenas, primero como reportero del periódico Buenos Aires Herald, entrevistando a cineastas, escritores y artistas, y luego como asistente del cineasta argentino y compatriota suyo, Alberto Fischerman (1937-1995). Era 1986, y un veinteañero Andrés Di Tella (1958) tuvo entonces su primer acercamiento formal con el género documental en Gombrowicz, o la seducción, un filme que transitaba por la vida del autor polaco que durante 24 años vivió en Argentina, aunque fue a morir a Francia en julio de 1969. "Fue un descubrimiento meter la cabeza en la vida de alguien más y poder descifrar varios enigmas de su personalidad a partir de lo que había vivido", dice Di Tella al teléfono desde Buenos Aires. Luego hizo otro documental para Amnistía Internacional en 1988, y terminó por convencerse "de que la verdadera libertad no estaba en la ficción, sino en la verdad de las cosas", agrega.
Aún durante sus "vergonzosos" años como periodista, Di Tella quiso entrevistar al autor argentino Ricardo Piglia. "Enganchamos desde el comienzo, pues él siempre fue un tipó muy cinéfilo, veía tres o cuatro películas por día. Nunca conocí a alguien que supiera más que él del cine noir estadounidense", cuenta. La charla fue extensa, pero el autor de Plata quemada quiso asegurarse de que sus palabras no fuesen malentendidas. "Me pidió que le enviara la transcripción del texto y al día siguiente me reenvió uno completamente nuevo", recuerda: "Sí tenía que ver con todo lo que habíamos conversado, pero realmente era un texto de Piglia disimulado en la forma de una entrevista. Incluso él redactó algunas preguntas como si yo se las hubiera hecho, para hilarlo todo, y finalmente así salió publicada. Me abrió los ojos sobre lo que se podía hacer con la forma documental, y cómo podía engañar o torcer la visión de realidad del resto", añade.
Se reencontraron varios años después, primero para la escritura del guion de Macedonio Fernández (1995), otro filme biográfico sobre el escritor argentino para la TV Pública, y luego a mediados de 2012, cuando Piglia acababa de renunciar a la Universidad de Princeton, en EEUU. "Yo estaba con la idea de hacer un 'diario cinematográfico', y me había comprado una cámara que no conocía bien. Lo primero que filmé, recuerdo, fue a Ricardo mientras levantaba su oficina de la universidad. Botaba papeles inservibles y guardaba todos los libros que tenía en varias cajas", cuenta. Nunca imaginó, sin embargo, que con el tiempo ese registro terminaría convirtiéndose en una de las primeras escenas de 327 cuadernos, el documental que Di Tella estrenó el año pasado y que por accidente retrató desde muy cerca los últimos meses de vida del autor de Los diarios de Emilio Renzi, el álter ego del también Premio Rómulo Gallegos 2011, quien falleció el 6 de enero pasado, a los 75 años, víctima de una esclerosis lateral amiotrófica (ELA).
El próximo jueves 6 de julio, a seis meses exactos de la muerte del escritor argentino, Di Tella, quien además fundó en 1999 el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici), vendrá a Chile, a la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño de la UDP, para hablar del anecdótico rodaje del mismo documental y, de paso, reafirmar su afán por el género de no ficción. "Fue realmente una coincidencia que Ricardo estuviera interesado en revisar su propia vida con la lectura de estos diarios, y más lamentable aún, que mi cámara fuese testigo de una de las primeras advertencias de su enfermedad", cuenta. "Un día íbamos a filmar y le pusimos el micrófono bajo la camisa. Incluso para él fue extraño que su mano izquierda tuviera algunos problemas motrices para abotonarla. Tiempo después ya casi no podía ocuparla, tampoco hablar ni ponerse en pie. Nos comunicábamos casi solo por mail, pero nunca perdió su sentido del humor y el filme tiene mucho de eso", dice.
Hoy, mientras trabaja en dos nuevos proyectos; uno que hasta ahora lleva por título Ficción privada, y que arranca con la muerte de su padre en 2016, y otro sobre el Instituto Di Tella, un reputado centro de investigación en ciencias sociales y arte fundado también por su progenitor en los 60, el cineasta cuestiona los límites de la ficción: "Hay una crisis allí, pues está cercada a lo que está en la cabeza de quien escribe, a su imaginación, inclusive en formatos estandarizados de dramaturgia", opina. "Por eso creo en la superioridad del documental, pues la investigación que te planteas al inicio no siempre te conduce hacia donde querías llegar, y eso como creador te sitúa ante el asombro, al igual que a los espectadores. Un documental se escribe casi al final del proceso, y esa libertad te acorrala y a la vez te abre múltiples salidas".