Antes de las 10 de la mañana de ayer, el director del Teatro Municipal, Andrés Rodríguez, se reunió con los dirigentes sindicales del coliseo. Fue un encuentro a puertas cerradas, íntimo. Rodríguez no quería que se supieran más cosas por rumores o por la conferencia de prensa que estaba por comenzar. El directorio había acordado que su cargo llegaba a su fin y que antes de 18 meses se elegiría a un nuevo director. En tal clima, una cantante del coro le preguntó por su estado de ánimo. La educada y evasiva respuesta la decepcionó: "Estamos trabajando en el futuro".
Sobre su sensación anímica, nada. Alguna opinión a título personal, menos. Rodríguez había sido notificado hace menos de 12 horas que se acababa su gestión de 33 años, un récord en Chile y cifra difícil de igualar en el mundo, y declinó decir cómo se sentía. "Andrés Rodríguez se va a ir de acá y nunca lo habremos conocido", comenta Loreto Mardones, presidenta del sindicato del coro y con 20 años en el Municipal.
Hermético, educado, políglota, cantante frustrado, amigo de sus amigos, gran agente internacional del Teatro Municipal de Santiago. Los calificativos son múltiples, pero ninguno es capaz de mostrarlo de frente y perfil. Ayer, en plena conferencia de prensa en la Sala La Capilla, tampoco habló demasiado. Las palabras para referirse a los cambios estructurales del teatro estuvieron en boca de la alcaldesa Carolina Tohá y el vicepresidente del directorio, Enrique Barros Bourie. Rodríguez, sentado a la derecha de la edil, sólo se limitó a mirar y asentir. Al término, salió raudo hacia la puerta principal por calle Agustinas escoltando a la alcaldesa, de quien se despidió con cortesía. Educación ante todo.
Nombrado director ejecutivo del teatro en 1981 por el entonces alcalde Carlos Bombal, a quien conocía desde sus tiempos de estudiante de Derecho en la UC, Rodríguez llegó a ser director general en 1986. Su permanencia en la institución, que equivalió a siete gobiernos, incluyendo ocho años de Pinochet, es un caso único. Para algunos, como la soprano chilena Cristina Gallardo-Domâs, "puede integrar perfectamente el libro de los Guinness". Estudiante de canto en el conservatorio Benedetto Marcello de Venecia, este abogado con estudios escolares en los Padres Franceses debió enfrentar desde siempre una realidad que lo tuvo volando alto en lo artístico, pero con caídas en lo laboral y financiero.
Uno de los episodios polémicos fue la salida de Juan Pablo Izquierdo. En 1986, el director preparaba el estreno de la obertura Egmond, de Beethoven, y pretendía que el monólogo de cierre -a cargo del actor José Soza- fuera recitado en español. El texto, tomado de Goethe, es una proclama de la libertad. Rodríguez lo impidió: el monólogo debía decirse en alemán. Este fue uno de los capítulos que motivó la renuncia de Izquierdo.
Ya a fines de los 90, las crisis económicas golpearon con fuerza al teatro. Incluso, bajo la alcaldía de Joaquín Lavín (2000-2004) se intentó infructuosamente desligarlo de su cargo. Como una realidad paralela, Rodríguez estrechó sus lazos con algunos cantantes, en particular con Plácido Domingo, su amigo, y quien estuvo en el Municipal en cuatro ocasiones (1990, 1997, 2007 y 2012). A estas venidas habría que agregar una quinta el próximo 7 de julio. En 1991, además, se concretó el recital de Luciano Pavarotti, el tenor más popular de la segunda mitad del siglo XX.
A nivel de visitas orquestales, el equivalente a Plácido Domingo ha sido la Orquesta Filarmónica de Israel y su titular, Zubin Mehta, que entre 1997 y 2013 completó cuatro presentaciones. Entre los solistas destacan los pianistas Lang Lang, en 2013, y Daniel Barenboim, en el 2000.
En el año 2006, la soprano Cristina Gallardo-Domâs triunfaba en el Metropolitan de Nueva York con la ópera Madama Butterfly y canceló dos conciertos en el Municipal por diferencias comerciales con la dirección. Ese mismo año, el teatro enfrentó su peor crisis financiera y el alcalde Raúl Alcaíno suspendió la temporada lírica. Se sucedieron las malas noticias como efecto dominó, incluyendo la renuncia del director titular, Max Valdés, y el despido de 17 músicos de la filarmónica. Pronto serían reemplazados por instrumentistas de Europa del Este y se terminaría con la sindicalización en la orquesta.
Desde el 2007, Rodríguez había logrado sacar adelante el Teatro Municipal, consolidando la imagen de un organismo estable y sólido, con un cuerpo de ballet particularmente fuerte, dirigido por la brasileña Marcia Haydée. Sin embargo, el precio pagado ha sido la nula relación con los trabajadores, el estigma de elitismo y la inequívoca sensación de que su extenso mandato es un fantasma de otra época. Tal vez una postal de un Chile que desapareció.