Columna de sismología: El año más sísmico en Chile (o cuándo fue que realmente pensamos que estábamos en problemas)
En Chile somos un tanto indolentes frente a los terremotos. Es cierto, hemos tenido tantos que ya forman parte de nuestra cultura popular. De hecho, nuestro país es el único donde nos permitimos hacer bromas respecto a un movimiento telúrico (clásico es el "si tiene magnitud menor a 7, no me levanto"), y también es aquí donde no falta quien se preocupa de salvar la TV o la consola de videojuegos durante un terremoto, una vez de confirmar si familia está más tranquila. Esto incluso va más allá, puesto que sólo en Chile le asignamos dos palabras distintas al mismo fenómeno: hablamos libremente de "temblor" y "terremoto", asumiendo que el primero es un movimiento menor, y que el último es algo de lo cual hay que preocuparse, porque es distinto al anterior. Lo interesante de esto es que en realidad las palabras "temblor" y "terremoto" se refieren al mismo fenómeno, que puede ser más grande o más pequeño.
Sin embargo, y pese a que nuestra cultura popular en algo nos prepara para enfrentar emocionalmente un terremoto, en términos de educación más formal quedamos muy al debe. En general somos un país que reacciona bien frente a una situación de emergencia, pero hacemos poco para prepararnos para la siguiente. Además, faltan científicos que estudien estos temas (y el financiamiento para ellos), ya que si bien tenemos excelentes investigadores, somos pocos los que trabajamos en geociencias. También tenemos una tendencia a entregarnos a la búsqueda de una respuesta fácil, lo que ha alimentado la proliferación de personajes que nos entregan visiones sobre un futuro usualmente apocalíptico, y que a la larga nos lleva a sobrepensar temas que no debemos, y a sobrereaccionar frente a estímulos en los que tenemos que mantener la calma. Finalmente, otro problema muy importante es que olvidamos fácilmente. Y en nuestro país la historia sísmica es fundamental para poder entender cuáles son los escenarios que podríamos llegar a enfrentar más adelante. Así que tomemos una pregunta que nos ayude a entender mejor lo que ha pasado anteriormente, y cómo se contrasta nuestro presente con el pasado: ¿Cuál fue nuestro año más sísmico?
Primero, ¿cómo definimos cómo un año es más sísmico que otro? ¿Por la cantidad de sismos ocurridos? ¿o por la magnitud de éstos? Lo interesante es que estas dos preguntas están ligadas. Esto es porque los terremotos se auto-organizan. Si uno toma una ventana espacial (por ejemplo, Chile), se da una ventana temporal (supongamos, desde 1817 hasta ahora), y cuenta cuántos sismos de magnitud mayor a 3 ocurrieron, luego cuenta cuántos de magnitud mayor a 4 se registraron, y sigue así, se encontrará con algo notable: sólo ocurrió un terremoto de magnitud mayor a 9, 16 con magnitud mayor o igual a 8, muchos más con magnitud mayor o igual a 7, y más sismos todavía con magnitud mayor o igual a 6.
Obviamente, los sismos menores ocurren casi todo el tiempo. Esta forma de organización de los terremotos se da en todo el mundo, y tiene un nombre: la Ley de Gutenberg-Richter. Por lo mismo, cuando ocurre un terremoto grande, uno espera que se generen muchos terremotos medianos, y muchos más de los pequeños. Entonces, el año más sísmico de Chile debería ser aquel donde ocurrió el terremoto más grande de todos: 1960.
En la animación aparece el momento sísmico acumulado por todos los sismos de magnitud mayor o igual a 7 en Chile, en el tiempo. El momento sísmico es una cantidad que nos muestra el tamaño de un terremoto, y la energía liberada por un evento está ligada a él. Al principio hay varios saltos importantes, que corresponden a terremotos de magnitud mayor a 8, de esos que dejarían países completos en el suelo. Pero aquí son la norma. Todo chileno va a vivir al menos uno o dos de ellos en su vida. Sin embargo, toda la contribución de estos grandes eventos se ve opacada con el terremoto de 1960. ¿Ven el salto? domina toda la estadística. Ese terremoto fue precedido por una secuencia de 7 terremotos de magnitud mayor a 6, con 4 terremotos de magnitud mayor a 7, ¡e incluso uno con magnitud 8.3! Luego vino el megaterremoto de magnitud 9.5, que fue seguido por una secuencia de réplicas que movió todo el sur de Chile por muchos años.
La historia del tsunami producido por este terremoto siempre se menciona, pero quizás no todos hemos visto dos fotos de Puerto Saavedra, donde las personas están en el cerro, viendo cómo el mar destruye su pueblo. Menos de dos días después el Cordón Caulle hizo erupción, después de años de calma. Este volcán está ubicado en la Región de los Lagos, en la zona de ruptura del terremoto. Además se generó un derrumbe que tapó la salida del lago Riñihue, en la Región de los Ríos, y comenzó a llover mucho, provocando una subida drástica del nivel del lago. ¿El problema? Que la salida del lago es el río San Pedro, que es afluente del río Calle-Calle, que llega a... Valdivia. Sí, la misma Valdivia que ya estaba en el suelo post-terremoto, y que además había sufrido el peor tsunami de toda su historia. Y ahora estaba a punto de sufrir los efectos de un aluvión proveniente del desborde del lago Riñihue. Afortunadamente todos los entes de la sociedad ayudaron, pala en mano, a destapar esta salida, de modo que esto no ocurrió. Una pequeña alegría dentro de la catástrofe.
Ese año, 1960, sí que estuvimos en problemas.
¿Y en qué nos ayuda esto en nuestro presente? El mundo ha cambiado, y Chile también. Ahora tenemos muchas más construcciones, y nuestra economía es más grande. Sin embargo, no hemos crecido tomando en cuenta los riesgos de vivir en el país en el que vivimos. Y si hoy ocurriera un nuevo megaterremoto, el daño sería enorme. Es cierto, no se caerían tantas casas, ya que las construcciones son muy buenas, pero los tsunamis, los derrumbes, los aluviones, y las erupciones volcánicas serían nuestros problemas en el corto y mediano plazo. Es necesario que tomemos conciencia. Y que aprendamos de nuestra historia.
Cristian Farías Vega (@cfariasvega)es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.
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