La educación, tal y como existe hoy en Chile, es motivo de un diagnóstico sombrío para el PNUD, al menos en torno a sus capacidades de producir movilidad social a futuro.
En Chile, tal como en otros países latinoamericanos, la posición socioeconómica de los padres es un determinante importante de la de sus hijos. Para probar ese punto, por ejemplo, los investigadores hicieron un ejercicio que seguramente va a llamar la atención: analizaron los apellidos de más de ocho millones de adultos chilenos que egresaron de la enseñanza media entre 1960 y 1990, y los asociaron a sus oficios, títulos, sexo y edad, y buscaron los que tienen más representación porcentual en las profesiones más prestigiosas y mejor pagadas: médicos, abogados e ingenieros.
En un escenario de perfecta igualdad de oportunidades, en el que la cuna no determina la trayectoria, el resultado debiera ser aproximadamente similar para todos los apellidos. El cuadro que resultó, en cambio, es radicalmente distinto. En la mitad izquierda predominan los ligados a la antigua aristocracia castellano-vasca y otros que eran comunes en los inmigrantes que se incorporaron a la elite en el siglo XIX. En la mitad derecha, donde no hay ningún profesional de prestigio, casi todos los apellidos son de origen mapuche. "Esto sugiere fuertemente que la actual estructura de oportunidades reproduce desigualdades de muy larga data".
La principal manera de romper ese patrón es precisamente ampliar el acceso a la educación superior, algo que en las últimas décadas en Chile ha ocurrido de manera espectacular: Entre 1990 y 2015 el número de estudiantes aumentó casi cinco veces y el crecimiento se concentró principalmente, gracias a la ampliación del financiamiento, en los jóvenes de estratos medios y bajos.
Esto es un gran sueño para muchas familias, ya que de acuerdo a lo que plantean los investigadores, no haber podido educarse más es una de las principales situaciones que lamentan las clases populares. El título profesional es visto como el gran instrumento para surgir y quienes no lo tienen ponen sus esperanzas y esfuerzos en que sus hijos, o incluso nietos, lo consigan.
Sin embargo, de acuerdo al PNUD el panorama no es tan feliz por distintas razones. Una de ellas es que la segmentación del sistema escolar en Chile reproduce las desigualdades de los hogares. Como consecuencia, la mayoría de los alumnos de primera generación de los estratos populares estudia en "instituciones de escasa calidad, a lo que se suma que tienen elevadas tasas de deserción". A eso se suma la pregunta por el destino laboral de ese más de un millón de jóvenes que hoy cursa la educación superior. "El volumen de estudiantes ha crecido a tasas mucho mayores que la economía chilena en los últimos 10 o 15 años, y es probable que la cobertura de educación superior esté próxima a tocar techo en términos de empleos que el país puede proveer a los egresados".
Es decir, la fórmula en que la mayoría de las familias chilenas tiene puestas sus expectativas podría estar agotándose.