1. Big Little Lies fue de menos a más, pero ese menos inicial era bastante mejor que muchas series. Era, después de todo, un "evento televisivo", como los que le gusta hacer a HBO, tratando de arrancarnos de las garras de Netflix y obligándonos a servirnos semana a semana. Cuando no lo consigue con dragones y Jon Snow, HBO lo ha conseguido con series como The Night Of y, ahora, con una serie protagonizada y producida por una ganadora del Oscar, Reese Witherspoon, y su pandilla: Laura Dern, Nicole Kidman, Zoe Kravitz, Shailene Woodley.
2. Hay pocas series sobre mujeres. O sea hay, pero a veces no se adentran en lo que importa, o que interesa. Está Olivia Pope y Scandal y su versión teleserie de House of Cards, está Robin Wright en House of cards, pero rodeada de un mar de testosterona, están las de Ryan Murphy que es un creador que ama a sus mujeres, como a Sarah Paulson en American Crime Story o a Jessica Lange y Susan Sarandon en Feud. Está Carrie Mathison en Homeland y está Kerri Russell en The Americans. Pero el día a día, la amistad, la pelea chica y la grande, la maternidad, sólo están presentes en Girls, confinadas a la realidad de veinteañeras. Big Little Lies se presentaba como "los ricos también lloran", pero terminó siendo una ventana a las interacciones femeninas adultas, a cómo se relacionan con los hombres en su vida y la tendencia casi genética que tenemos a convertirnos en hermandad, incluso cuando no nos caemos ni bien. A pesar de ser Big Little Lies una serie con arquetipos -la ejecutiva, la perfecta, la hippie-, su éxito demuestra que las mujeres queremos ver más historias de mujeres en pantalla, algo que cada cierto tiempo asombra a Hollywood pero es una obviedad. Como cualquier producto de cultura pop, necesitamos reflejos para sentirnos parte y dar sentido a lo colectivo.
3. Celeste: el personaje de Nicole Kidman quizás ha hecho más por las víctimas de violencia intrafamiliar que cualquier otro en la TV. En la pantalla chica, cuando una mujer es golpeada por su pareja, todo es negro o blanco y se vuelve artificial. La violencia no tiene grises: el personaje de Perry, el marido de Celeste, era un animal que eventualmente -como le dijo su terapeuta- terminaría matándola. Pero ella necesitaba, como muchas veces las víctimas necesitan, ayuda, fuerza y sobre todo convencimiento. Porque generalmente las víctimas han sentido amor por su pareja. Y tienen miedo. Y esas dos cosas juntas son difíciles, y explican por qué muchas mujeres se quedan con un abusador o, como Celeste, tratan de excusarlo una y otra vez. Son secuestros emocionales que pocas veces se retratan en la cultura pop, porque no tienen fácil resolución, y Big Little Lies encontró ahí su línea argumental más fuerte y, probablemente, un Emmy para Kidman.
4. La mejor: Reese Witherspoon es la buena con alma de mala.
5. El final: y ahora los spoilers. Se veía venir que nuestro malvado abusador iba a recibir un castigo, porque Big Little Lies era una serie de mujeres y cómo estas se ayudan, se cuidan, se esconden cosas, se las cuentan, se odian, compiten, y se aman. La amistad femenina en sus múltiples caras, no excluyentes. Perry (Alexander Skarsgard), además resultaba ser el violador de la joven Jane. Quizás algunas decisiones del director eran cursis, pero acá estuvo muy bien manejada la tensión de no tener que explicitar lo obvio: ante el ataque del depredador, la manada femenina cerró filas, y sin importar quién fue la que lo empujó al vacío -¡Bonnie!-, se cubrieron las espaldas y siguieron adelante. Terminaron tomando vino en la playa, libres al fin.