Fue el día en que volvieron las carreras entre escenarios, en que se apostó a favorito o se abrazó el riesgo de las nuevas propuestas: ayer, Lollapalooza cerró su cuarta edición con una curatoría abrumadora en el papel y que en la cancha ratificó su potencia. Al final, una jornada ecléctica, a la altura de una convocatoria que se sintió más numerosa que el primer día -probablemente, por la migración constante de los públicos- y que la producción cifró en 80 mil personas. En total, dos días de música que recibieron a 160 mil asistentes, el récord desde que la franquicia estadounidense puso pie en Chile, en 2011.

Un número que se hizo evidente cuando los cabezas de cartel se apropiaron de la fría noche en el Parque O´Higgins: primero Arcade Fire, que eligieron Reflektor para abrir un debut que subió la temperatura con Neighborhood #3 (Power out) y Rebellion (Lies), de su disco Funeral. Y como reafirmando la diversidad de la concurrencia, mientras Win Butler y su pequeña orquesta indie agradecían a sus feligreses, al otro lado, en el escenario Coca Cola, miles ya tomaban palco para ver la primera vez de Soundgarden en Chile.

Y así se fueron dibujando los extremos del día. La electrónica convertía el Movistar Arena en una olla a presión con Axwell, en una cocción que empezó temprano, con el chileno Vicente Sanfuentes marcando el beat de la misa electrónica. Hubo metal -casi invisible el primer día- y desde temprano, con los locales Rama abriendo La Cúpula y estridencia con la aparición de Julian Casablancas, que reincidió en el ruidismo desprolijo de su banda The Voidz. "Con lo curado que veía, hasta se le olvidó tocar Instant crush", reclamaba una fanática a sus amigas, justo a tiempo para correr a ver a los abanderados del indie (y la onda), Vampire Weekend: partieron con la enérgica Diane Young y fueron relajando su propuesta -hasta donde lo permitía el griterío hormonal que celebraba a su vocalista Ezra Koenig- para despedirse con Walcott.

El rock de guitarras independiente tuvo un arco que abarcó desde lo fundacional (ahí estaban Pixies, en una nueva visita con nueva bajista, Paz Lenchantin) hasta la sorpresiva actuación de la joven banda estadounidense Portugal. The Man. En paralelo, Natalia Lafourcade congregaba banderas colombianas, mexicanas, chilenas, y el aire cosmopolita siguió creciendo con el italiano Jovanotti en La Cúpula.

MITOLOGÍA PROPIA
Regresaron los cintillos de flores, las poleras de crochet y los shorts tapando el ombligo; y en el caso de los hombres, la barba cuidada, la camisa abotonada hasta arriba y un par de máscaras de caballo de goma, como dicta la norma nunca escrita de Lollapalooza. Pero mientras el primer día fue un regalo para los fans más jóvenes, el cartel de ayer sedujo también a quienes nacieron antes de los años 90; una audiencia claramente más adulta frente a músicos experimentados. Los accesos fueron más expeditos que el primer día -la mayoría de las pulseras ya estaban repartidas-; las barras de comida, siempre accesibles y los baños con esperas comprensibles. Y para el calor, también habían alternativas: los tarros de basura con ruedas y fondo falso: de abajo salían los bolsos con agua mineral y bebidas, fuera del sistema de fichas con que opera el festival.

El que quisiera, podía armar una pequeña ruta manchesteriana, partiendo por el guitarrista de The Smiths en clave solista Johnny Marr. Pasando, luego, por Savages: evidentes deudores de Joy Division, que desenvainó su pospunk vampírico frente a un público acotado y efusivo, con su vocalista Jhenny Beth rompiendo su estampa elegante y gélida en Fuckers -ensayó sinónimos chilenos para traducir ese título. Y abrochando con New Order, carta máxima de esa escena, frente a un Playstation stage lleno, en un show sólido que adornaron con las gráficas de sus discos y cumbres como Bizarre love triangle y Temptation.

Los de Blue Monday permitieron, además, que el Movistar Arena se viera menos sobrepasado que en otras ediciones, pero protagonizaron también uno de los topes de escenario más dramático frente a la poderosa actuación de Soundgarden, con Chris Cornell y los suyos haciendo testimonio de los 90 con éxitos como Black hole sun y Spoonman. Han pasado décadas y Lollapalooza ya no será lo mismo que era cuando nació, pero en los cuatro años que la franquicia ha estado en Chile, el festival dio con el mejor día en una historia que ya es propia.