La barrera de los cuartos de final del Mundial se había convertido en los últimos 20 años para Argentina en un obstáculo insalvable. Lucía impenetrable. No pudo con ella Gabriel Batistuta en 1998, ni Hernán Crespo en 2006, y menos Diego Maradona, como técnico, en 2010. Era la delgada línea que dividía el éxito y el fracaso de una Selección que no consigue el título desde 1986.
Por eso la victoria sobre Bélgica en Brasilia por la cuenta mínima tiene mucho de alivio. No sólo porque instaló a los argentinos entre los cuatro mejores de la Copa del Mundo. Si no que además se dejó atrás esa maldición que suponía la ronda de los cuartos de final.
Quizás por la misma trascendencia de la clasificación quede en segundo plano el bajo nivel de juego que sigue mostrando Argentina. Sólo una genialidad de Gonzalo Higuín en los albores del partido, cuando recién iban 8 minutos, le permitió al conjunto transandino construir una ventaja.
Los albicelestes siguen siendo un equipo cuando Lionel Messi tiene el balón y otro cuando desaparece la figura de Barcelona. Sí, se podrá argumentar que no sufrieron tanto en defensa como ante Suiza, por ejemplo. Pero eso se debió también a la indolencia de Bélgica, que pareció desde temprano satisfecha con ya estar entre los ocho mejores.
De aquel equipo punzante, alegre con el balón, en Brasilia asomó una versión apática, sin chispa, sobre todo en el primer tiempo. Las modificaciones que hizo Marc Wilmots en la alineación titular le quitaron desequilibrio, especialmente sin Dries Mertens.
Y aún así, con un rival apagado, Argentina no hacía gran diferencia en el juego. Al contrario, se acomodaba con el resultado y esperaba abanicándose una genialidad de Messi. Hasta ahora, aquello le sigue bastando para superar a equipos como Bélgica, Nigeria, Bosnia y el resto de los rivales que ha enfrentado.
Pero ahora la exigencia que se viene el miércoles ya es mayor. Por calidad individual, dentro de la cancha y en el banquillo, la posibilidad de un despegue siempre está latente. Pero muchas ideas no caen. La apuesta de Sabella de juntar cuatro aviones en ataque, rodeando a Messi con Higuaín, Lavezzi y Di María, deja al resto sólo para defender. Es decir, un cuadro partido en dos.
El problema ahora para Sabella no sólo será mejorar lo colectivo, sino que además encontrarle un sustituto a Di María. El volante de Real Madrid, hasta acá el mejor socio de Messi en la cancha, salió por un problema muscular y es muy probable que se quede afuera del resto de la Copa del Mundo.
Afortunadamente para Argentina, la ausencia de Di María no la terminó afectando puesto que a esa altura ya se había echado unos metros más atrás en la cancha, apostando a un contragolpe de Messi e Higuaín.
Con todo, jugando de regular para abajo, Argentina volvió a instalarse en una semifinal de una Copa del Mundo, como no lo hacía desde 1990. Y de paso acabó de una vez por todas con esa maldición que parecía interminable.