Ricardo Arjona (45), el cantante que posa de juglar urbano, el guatemalteco de los versos que se aprenden aunque no se quiera, ya no es sólo palabras; ahora también es imagen. La pirotecnia visual en equilibrio con su retórica para retratar al mundo cotidiano. Así al menos lo demostró la noche del sábado 10 en el inicio de su tour argentino, en Mendoza, el mismo que lo traerá a Chile en noviembre.
Es que el diseño escenográfico de su gira Quinto piso simula un barrio neoyorquino donde desfila todo el imaginario de personajes que lo obsesionan. Aunque el centroamericano siempre ha sido generoso en su oferta estética, este periplo califica como lo más ambicioso de su trayectoria.
Arjona salta al escenario con El del espejo. Para entregar la idea de un recinto con varios pisos, lo hace luego de que en la pantalla LED del fondo baja un ascensor. Y ahí está: vestido de negro informal, con barba de tres días y una facha de apóstol de taberna que en Argentina rasguña el culto mesiánico. Con una salvedad: las casi 20 mil personas que llegaron al estadio Malvinas Argentinas son mujeres. Un público de aullido al límite de lo permitido y que repleta el recinto.
Si su decorado visual a momentos es casi embriagador, su impronta artística casi no ha sufrido variaciones y sigue el manual del bohemio cuenta historias. Por eso que ahí pasan un batallón de éxitos, como Historia de taxi, Como duele y Dime que no.
Todo acompañado por una compacta banda de nueve músicos. Un conjunto de interpretación precisa y que incluso se da el lujo de apurar el pulso de los himnos de Arjona con sutiles toques caribeños. El cantautor mantiene su enfático timbre vocal casi intacto y también se da lujos: critica a los noticiarios y ocupa el término "jodido" para hablar sin distinción de las penurias amorosas y de Obama. Todo muy Arjona. Luego de poco más de dos horas de show, sólo queda una conclusión: en los últimos 20 años, Arjona tiene un sitial de popularidad, profesionalismo e intensidad escénica tan grande como el que ostentan Ricky Martin y Luis Miguel. Y eso, pese a todas las caricaturas que se arman sobre sus letras y su figura, no es poco.