El armisticio de Jaime Castillo Petruzzi
Después de 23 años en distintas prisiones de Perú por una condena de terrorismo, el mirista de 60 años vuelve donde comenzó su historia, una cargada de ideales, pero también de violencia. Ya sin armas en la mano, habla de los aciertos y los errores de su vida como revolucionario.
La gente entra al vagón a empujones, se pone sus audífonos y se concentra en la pantalla de su celular. Nadie levanta la cabeza para hacer contacto visual con el otro. Jaime Castillo Petruzzi ha observado esta escena cotidiana con asombro. No recordaba que Santiago fuera así, "tan individualista", dice. Tampoco se acordaba de que el aeropuerto fuera tan moderno, que el transporte urbano costara tanta plata y que hubiese tanta variedad en el parque automotriz. "Es impresionante la cantidad de autos bonitos que hay. Es positivo en lo estético, unos modelos maravillosos. Bueno, yo estoy desfasado como 25 años, como si hubiera despertado recién", comenta Castillo Petruzzi, quien lleva apenas un mes en Chile.
La noche de su retorno fue el 15 de octubre. En Pudahuel lo esperaban familiares, amigos y ex compañeros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Después de responder un extenso cuestionario en Policía Internacional, que se extendió por casi dos horas, Castillo Petruzzi salió a saludar a sus cercanos, que ya comenzaban a impacientarse con la demora. Allí fue recibido por Roberto Márquez, líder de Illapu, a quien había conocido en Francia en los años posteriores al Golpe de Estado. Juntos cantaron el coro de Vuelvo para vivir, el tema que el grupo popularizó a comienzos de los 90 tras regresar del exilio. Posteriormente, Márquez le dedicaría la canción en el concierto aniversario de los 45 años de Illapu, realizado el 12 de noviembre en el Movistar Arena. Castillo Petruzzi estaba en el público, pero no fue reconocido.
El ex mirista ha logrado asentarse bastante rápido. En cuestión de semanas consiguió un trabajo como comerciante de antigüedades, encontró un departamento en Ñuñoa para traer a su familia de Perú y un colegio para sus dos hijos más pequeños. Aun así, se mueve por la ciudad a un ritmo más calmo que el de sus demás habitantes, como disfrutando de una libertad que ya había olvidado luego de 23 años en diversas cárceles de Perú, condenado por delito terrorista como integrante del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) tras un controvertido proceso judicial. "Acá parto de cero, con una mano adelante y otra atrás", dice.
A simple vista, las huellas de esa historia violenta de guerrilla y cárcel no se notan en Castillo Petruzzi. Hasta que él se decide a contarlo todo, reconociendo los errores que terminaron en crímenes, pero siempre justificando que era en el contexto de una guerra, en nombre de la "revolución". Hoy, a punto de comenzar una nueva vida a sus 60 años, dice que no ve las cosas de la misma manera: "Nadie puede pensar ni hacer lo mismo después de 23 años detenido. Es imposible".
La opción del "Torito"
La familia Castillo Petruzzi es originaria de Linares. Jaime nació ahí y fue el primero de sus tres hijos. Cuenta que la miseria lo incomodaba desde chico, cuando jugaba con los hijos de los campesinos. Su padre, Jaime Castillo Navarrete, era un comerciante de licores y militante radical que conocía a Salvador Allende de sus reuniones en la masonería, mientras que su esposa, María Petruzzi Castro, era dueña de casa. Después de algunos años se trasladaron a Santiago, al sector de Ñuñoa, en el eje de Macul.
Castillo Petruzzi asistió al colegio Stanford, cuyo rector era Carlos Martínez Vicente, un comunista republicano español que había huido del régimen franquista. A fines de 1972, el rector decide irse de Chile por temor a enfrentar una nueva guerra civil. El nuevo administrador comenzó a arrendarles espacios a grupos del MIR para realizar sus reuniones. Castillo Petruzzi los veía con admiración. Simpatizaba con los asaltos armados y sus acciones propagandísticas. También percibía que el poder había que tomarlo a la fuerza, que la vía electoral no era viable. "Uno llega a la política, más que por estudios teóricos, por identificación con actores y situaciones", explica.
Comenzó a militar a comienzos del 73, con 16 años, ya en el Liceo 7 de Ñuñoa. Le decían "Torito" por su contextura robusta y su habilidad para la pelea a mano limpia, que puso en práctica en los choques callejeros con la derecha y en las tomas de colegios. El Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 no los sorprendió. Su unidad territorial era el Grupo Político Militar 3 (GPM-3), que reunía a militantes jóvenes de Ñuñoa, La Reina, Providencia y Las Condes. Esa mañana se sumó a un contingente de 20 militantes en la población Rosita Renard para hacerles frente a las fuerzas del Ejército, pero terminó participando solo de un par de escaramuzas a distancia. "Teníamos un armamento muy casero. No había forma de enfrentar a la dictadura. Fue un saludo a la bandera muy digno, pero también un momento muy duro. Todo nuestro mundo se derrumbó", recuerda Castillo Petruzzi.
En los meses que siguieron, varios de sus compañeros miristas desaparecieron. Se dice que el GPM-3 fue especialmente golpeado por el conocimiento que el agente de la Dina Osvaldo "Guatón" Romo tenía del sector como antiguo dirigente social en Peñalolén. Castillo Petruzzi no había sufrido represalias, pero su familia y compañeros temían por él. En 1974, repitió cuarto medio en el Liceo 20 por sus inasistencias del año anterior, pero solo se quedó hasta mitad de año. Entonces, su polola y correligionaria, Vanessa, le habló de la posibilidad de dejar el país con ayuda del partido rumbo a Francia. Castillo Petruzzi le pidió ayuda económica a su padre y partió. Llegó a vivir donde sus cuñados, los hermanos de Vanessa, en una pensión universitaria en las afueras de París. Aunque no había terminado cuarto medio, se puso a estudiar historia y conoció el ambiente de la izquierda latinoamericana en el exilio dentro de la Asociación de Estudiantes Latinoamericanos de Francia (Aelaf). En ese círculo trabó amistad con el peruano Víctor Polay, quien sería fundador y líder del MRTA años después. "Eramos como hermanos", reconoce.
También entabló una relación cercana con Carlos Ominami, su pareja Manuela Gumucio y el hijo de esta última, Marco Antonio Enríquez, hoy conocido como ME-O, el segundo de los tres hijos que dejó el líder del MIR, Miguel Enríquez. "He seguido la carrera política de Marco, su quehacer y su cine. Lo he seguido con mucha ilusión y ahora con mucha desilusión y tristeza con la situación que enfrenta. Me da mucha pena", dice el "Torito", refiriéndose a los problemas judiciales de ME-O por financiamiento irregular de su campaña política.
Castillo Petruzzi se quedó hasta 1977 en Francia, donde, además, trabajó estacionalmente como temporero y como mano de obra en el montaje de escenarios para los grandes espectáculos de rock en París. Así vio en vivo a The Rolling Stones, Cat Stevens y Santana. Sin embargo, y pese a lo cómodo que estaba en Francia, decidió seguir las instrucciones de la dirección del MIR y partir a entrenarse militarmente para combatir al régimen de Pinochet en Chile. Esto significó romper con Vanessa, su pareja desde 1971.
Según ha comentado Andrés Pascal Allende, secretario general del MIR por esos años, sus combatientes se prepararon en lugares como Cuba, Nicaragua, Libia, Vietnam y Corea del Norte, que poseían condiciones similares a los lugares cordilleranos donde pensaban impulsar el "teatro de operaciones sur" de la guerrilla chilena. Castillo Petruzzi prefiere no confirmar dónde se preparó, pero señala que el proceso "era continuar la política, pero con otros medios".
El desastre de Neltume
Para marzo de 1980, Castillo Petruzzi estaba en la precordillera de lo que ahora es la Región de Los Ríos, preparando la resistencia mirista a Pinochet con apenas 10 hombres, como parte del destacamento "Toqui Lautaro". Había llegado con una identidad falsa -la de su compañero mirista desaparecido Víctor Hugo Acuña- desde Lima y tomado un tren a Temuco para acercarse a la zona. Su familia no sabría nada hasta mucho después, ya que ésta pensaba que él estaba en Mozambique, pues recibían cartas suyas remitidas desde allá.
Durante esos primeros meses en el monte -como dice Castillo Petruzzi-, no tenían armas de fuego, solo cuchillos y machetes. Dormían en carpas y para comer complementaban la cacería con alimentos no perecibles; al desayuno tomaban leche con quaker y azúcar; por las noches, cebaban mate mientras escuchaban alguna radio internacional por onda corta. Ellos simulaban ser estudiantes de Ingeniería Forestal delante de los campesinos de la zona, mientras acondicionaban cuevas como refugios y barretines. Para fines de año, ya tenían las armas y eran cerca de 20 combatientes.
El 27 de junio de 1981, una patrulla militar emboscó al grupo mirista luego de haber sido alertada de su presencia en la zona. Desarmados, se dividen en dos grupos que no se juntarán por algunos meses. El Ejército incautó el campamento base de los miristas, dejándolos en una situación aun más precaria. Luego de un nuevo enfrentamiento con una patrulla, Castillo Petruzzi queda aislado del grupo con su compañero "Pequeco" (Juan Angel Ojeda). Ambos escapan en diferentes direcciones: "Pequeco" decide quedarse en la zona y posteriormente es asesinado. Castillo Petruzzi, en cambio, decidió volver a la ciudad ante la imposibilidad de encontrar a sus compañeros. Inicia una marcha de una semana hacia Temuco con apenas una bolsa de avellanas y charqui como provisión.
"Llegué en un estado calamitoso, después de una semana caminando y metiéndome a la mala en camiones madereros. Cuando avisé era tarde. No pudieron hacer nada sobre los compañeros del monte, pero sí en la ciudad, así que se salvaron vidas", dice.
Para fines de 1981, la rebelión de Neltume había sido extinguida por el Ejército y 11 miristas habían sido asesinados.
El MIR decidió sacar a Castillo Petruzzi y a su pareja, Beatriz Bataszew, del país en junio de 1982. Partieron de regreso a Francia, donde nació Bárbara, la primera hija de ambos, y luego, en 1983, a Nicaragua, donde nació Claudia. Ahí, Castillo Petruzzi trabajó en el Ministerio del Interior como analista de seguridad y también como periodista en la radio Sandino. Su familia se quedó allá hasta 1988. Por esa época, él comienza a colaborar con el MRTA de su amigo Víctor Polay, que luchaba al mismo tiempo contra el gobierno de Alan García y contra el principal movimiento insurgente de ese país, Sendero Luminoso.
Emerretista
Dice que no está seguro, pero Castillo Petruzzi asume que ha matado. Lo más probable es que haya ocurrido en la provincia de San Martín, en la selva peruana, en combates del MRTA con el Ejército. "Si tienes armas es para usarlas. Participé en varios enfrentamientos, tanto en primera como en segunda línea, pero no tuve tiempo de ver las bajas del enemigo, pero siempre las hubo. Tú nunca sabes si una bala tuya ha causado un herido o una muerte", asegura.
Entre 1988 y 1990, "Torito" o "Sergio", como era conocido entonces, viajó constantemente entre Nicaragua, Perú y Chile, que estaba por recuperar la democracia. En ese nuevo proceso, el MIR estaba fraccionado. Castillo Petruzzi trató de unificarlos, pero no lo consiguió, y quedó políticamente a la deriva en su país. Desde Perú tenía el llamado más concreto de Polay, con quien venía colaborando un tiempo, que pidió asistencia para organizar una fuga masiva de prisionero desde la cárcel de Castro Castro, en Lima. El 9 de julio de 1990, 47 emerretistas fueron liberados de prisión a través de un túnel de más de 300 metros. "Iba por tres meses, pero me quedé 30 años", comenta el guerrillero. Esa decisión significó su separación de Beatriz Bataszew, quien eligió establecerse en Chile luego del retorno a la democracia.
Para ese entonces, el cese al fuego con el gobierno de Alberto Fujimori ya había terminado y éste tomaría una actitud mucho más agresiva contra el MRTA y Sendero Luminoso.
En 1991, Castillo Petruzzi fijó residencia en Lima para hacerse cargo de la planificación logística y estratégica de la unidad especial del MRTA encargada de los secuestros y atentados. Los blancos solían ser grandes empresarios que podían pagar altos rescates. "Los secuestros eran parte de las tareas de aprovisionamiento de la organización (...). Nosotros les llamábamos retenciones. Nunca te olvides de una reflexión de Bertolt Brecht: 'Robar un banco es delito, pero más delito es fundarlo'. Hubo dos veces en que compañeros a cargo de esas tareas no supieron controlar la situación y provocaron la muerte de los retenidos. No recuerdo los nombres (David Ballón y Pedro Miyasato). Fueron asesinados. Fueron crímenes. Fue mal manejo. Nunca fue la idea de la organización que un retenido muriera", asegura.
Hay gente que considera al MRTA como un grupo terrorista. ¿Es usted un terrorista? ¿Qué es el terrorismo para usted?
Que nos digan terroristas es un insulto. Es la antítesis de lo que somos y hemos querido ser. El terrorismo existe cuando se inmiscuye a la población civil contra su voluntad y se le causa daño. Tanto el MIR como el MRTA no tenían como política incluir a la población civil en sus políticas de resistencia. Hemos sido educados en el respeto de las leyes de la guerra. Te hablo de fuerzas militares. En el caso de los retenidos por cuestiones económicas probablemente no tienen la misma opinión. No fueron torturados físicamente, pero sí sometidos a un alto estrés psicológico.
¿Eran amedrentados?
Estaban retenidos contra su voluntad en condiciones muy difíciles, pero recuperaban su libertad. Era una pesadilla para ellos, lo entendemos. Pero no era nada personal, era el lugar económico que ocupaban en la sociedad, acumulando en base al atraso y la explotación del pueblo.
¿Es eso justo?
Obviamente, depende del cristal con que lo veas. Para nosotros es una acción de justicia, de reparación a nuestro pueblo, y para otros es un crimen que no tiene nombre.
El 15 de octubre de 1993, la Dirección Nacional contra el Terrorismo (Dincote) coordinó la "Operación Alacrán", en la que se detuvo a Castillo Petruzzi y otros tres emerretistas chilenos: Lautaro Mellado, María Concepción Pincheira y Alejandro Astorga. Los cuatro fueron acusados ante un tribunal militar de delito terrorista por el secuestro del empresario Raúl Hiraoka y por traición a la patria, sin ser peruanos. "Torito" también fue acusado de integrar la cúpula del MRTA, por su cargo en el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) de la organización.
El 7 de enero de 1994, luego de pasar meses en bases militares y precarias condiciones humanitarias, un tribunal sin rostro los condenó a cadena perpetua, sin darles a sus abogados derecho a visitar a los acusados ni a los antecedentes del caso por más de media hora. En mayo de ese año, los cuatro chilenos fueron trasladados al penal de Yanamayo, en la ciudad de Puno, a cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Durante el primer año no estuvieron autorizados a recibir visitas.
Estas irregularidades abrieron un espacio para que diversos organismos denunciaran a la Comisión Interamericana de DD.HH. y esta llevara el caso a la Corte Interamericana de San José. En su fallo del 30 de mayo de 1999, el tribunal invalidó el juicio previo por faltar a garantías esenciales y atentar contra el debido proceso. Finalmente, en 2001, el caso fue tomado por tribunales ordinarios y la sentencia de Castillo Petruzzi por delito contra la tranquilidad pública (terrorismo) pasó a ser de 23 años. Estos se cumplieron el 14 de octubre recién pasado. Fue el último de los chilenos en salir.
Libertad
La historia da vueltas. Castillo Petruzzi tiene esa sensación cuando recuerda que Fujimori, el hombre que dijo que lo único que volvería a Chile de los emerretistas nacionales serían "sus huesos", fue capturado en Chile y luego extraditado de vuelta a Perú, donde cumple una condena de 25 años por violaciones a los DD.HH. Después de mucho tiempo, las posiciones se han invertido.
El lugar donde se encuentra ahora le promete ciertas cosas. Tiene la tranquilidad de que estará en el mismo país que cuatro de sus cinco hijos y junto a su pareja, Maite Palacios. También tiene la esperanza de sacar adelante las carreras de Psicología y Periodismo que dejó avanzadas en la U. Alas Peruanas y que podrá terminar desde acá para seguir una vocación diferente a la "revolución" que guió toda su vida.
Una pulsera en la mano derecha, sin embargo, sirve de recordatorio de todas las guerras que ha librado. Es roja y negra, como la bandera del MIR, y la muestra de que Castillo Petruzzi no se arrepiente de la vida que escogió, de lo que ha hecho y lo que ha sufrido. "No reniego de la vida que he tenido. He sido consecuente con mi verbo y mi acción", dice.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.