Todo comenzó en un lujoso hotel de Buenos Aires. De visita en Argentina, Arturo Pérez-Reverte (1951) -uno de los escritores de habla hispana más exitosos del último tiempo- presenció una escena reveladora: un joven bailarín profesional invitaba al escenario a una mujer madura, pero extremadamente hermosa. Fue entonces cuando comprendió que, incluso en el tango, las apariencias engañan: aunque el hombre simule llevar la batuta, ellas mandan.
Obsesionado con el tema, decidió consagrarle su próxima novela. Sin embargo, a juicio del propio autor -que en ese entonces recién lanzaba su primer éxito masivo, El club Dumas-, aún no estaba listo para asumir el desafío. De hecho, escribió 40 páginas y abortó la misión. "Me faltaba mirada. Me faltaban arrugas, canas, que me dolieran los riñones cuando me levanto por las mañanas. Me faltaba esa sensación que tiene un hombre de 60 años de que el tiempo se va y la vida se desmorona", ha declarado.
Veinte años después, con varios bestsellers en el cuerpo, la idea vio la luz. Se trata de El tango de la Guardia Vieja, un texto que revive una historia de amor tan larga como fugaz: dos amantes se encuentran sólo en tres ocasiones a lo largo de cuatro décadas. Y a pesar del paso del tiempo, la intensidad se mantiene intacta.
La historia arranca en 1928, cuando dos reconocidos músicos hacen una apuesta. Maurice Ravel debe componer un bolero, y su amigo Armando de Troeye, un tango. Quien conciba la mejor pieza será homenajeado por el otro con una cena en el restaurante Lhardy de Madrid o en el Grand Vefour de París. Decidido a ganar, De Troeye se embarca en Cádiz rumbo a Argentina, para empaparse del ambiente porteño. Lo acompaña su esposa, Mecha Inzunza, una hermosa e inteligente mujer de la alta sociedad, hija de un empresario granadino. A bordo del Cap Polonio, la pareja conoce a Max Costa, un bailarín y ladrón de guante blanco criado en los arrabales de Buenos Aires. Lo de Max y Mecha fue un amor a primera vista. Como el de Jack y Rose a bordo del Titanic. La diferencia está en que el barco no se hunde y ambos vuelven a toparse una década después, en medio de un complot de espionaje en la ciudad de Niza, con la Guerra Civil española como telón de fondo. El tercer y último encuentro se desarrolla en 1966, en Sorrento, Italia, durante una importante partida de ajedrez. Ambos, casi viejos, protagonizan -quizás- una de las escenas más románticas del libro, mientras rememoran todo lo que pudo ser y no fue.
"Por razones de estructura literaria, comencé en los años 20 y concluí en el 66. Son tres décadas muy importantes. Tres momentos de transición que vienen muy bien para montar la historia", declaró el creador del capitán Alatriste en la presentación del libro, en Madrid. Sin renunciar a la acción y suspenso que lo caracterizan, Pérez-Reverte se atrevió esta vez a describir una verdadera historia de amor y sexo en tres actos. "El tango es la manera musical más evidente de manifestar el sexo entre un hombre y una mujer vestidos. Y eso me ha hecho dedicar muchas horas a pensar sobre el tema".
Pero no sólo el tango lo mantuvo ocupado. Pérez-Reverte se preocupó de visitar cada escenario donde se desarrollaba la novela y de estudiar a fondo las modas, músicas y lecturas propias de cada época. El proceso le tomó casi dos años y -en parte para apaciguar la curiosidad de sus seguidores- fue publicando en internet diversas anotaciones en torno al proceso de construcción del libro.
Fiel a su estilo, en El tango de la Guardia Vieja habla de todo. Y de todos. A juicio del crítico español José Belmonte, "entre Max y Mecha queda resumido el mundo. El origen y el destino del ser humano. Y también la belleza, la ternura, la sagacidad, el fracaso, la ambición y la derrota".