Un domo de aspecto galáctico y discotequero asoma por uno de los rincones, un DJ se apresta a montar la enésima mezcla de la noche y casi un centenar de personas se agitan, alzan la mano y bailan libres sobe la pista: la escena sucedió anoche en la localidad de Indio, California, y podría ser una secuencia más del festival de Coachella que se levanta todos los años en este mismo lugar, cita hoy convertida en una suerte de imán de súper modelos, actores que residen en el cercano Hollywood y, de fondo, algo de buena música.
Pero no. Hoy los que bailan superan los 40 años, probablemente no visitarían una discoteca ni por equivocación y el pinchadiscos no dispara la electrónica que animará el próximo verano nórdico: los visitantes se mueven con The Beatles, Grand Funk, ZZ Top, Jimi Hendrix y Led Zeppelin.
Es la previa del festival Desert Trip, la cita donde las guitarras también se bailan y que a partir de esta noche pretende reunir a seis de los iconos que dieron cuerpo a la idiosincrasia artística y cultural del siglo XX. Por ello, todo empieza a rodar hoy cerca de las 22.30 horas de Chile, con Bob Dylan y The Rolling Stones.
Un tándem que marca presencia inmediata: ayer, en las horas iniciales en que se habilitó el campo de polo del evento para la llegada de la primera tanda de público (básicamente los que se quedarán a acampar), la lengua húmeda y roja que los ingleses multiplicaron como franquicia se reproduce voluminosa en poleras, banderines o autoadhesivos. Todo mientras Mick Jagger y los suyos probaban sonido en un área contigua.
En su mayoría, el público ya sorteó las tres décadas de vida y pone a prueba el avance de los años al aguantar las máximas de 35 a 39 grados que golpearán el lugar todo este fin de semana.
Los primeros arribaron cerca de las 13 horas de y, aparte de las insignias Stones, exhiben orgullosos sus banderas patrias, de Argentina y México a Alemania y Venezuela, transformando en un lugar en un pequeño desfile babélico .
Por eso, la fiesta debe seguir. Mañana será el turno de Paul McCartney y Neil Young, para rematar el domingo con The Who y Roger Waters. Un cartel para el infarto melómano, pero, sobre todo, para reverenciar a la era dorada del rock, ese género que hoy parece diluir sus mejores años entre la inconsolable muerte de sus iconos, la escasez creativa y la victoria de otras tendencias.