"Había gente que agonizaba, gente tumbada que echaba espuma por la boca", recuerda Kiyoka Izumi, de 26 años. Kiyoka trabajaba en el departamento de relaciones públicas de una compañía aérea extranjera y la mañana del lunes 20 de marzo de 1995 viajaba rumbo a su trabajo en unos de los vagones del Metro de Tokio, donde fue esparcido el gas sarín. Eran pasada las 8 am y el terror comenzaba a expandirse.
El testimonio de Kiyoka abre el libro Underground, y fue recogido por su autor, el japonés Haruki Murakami (1949). El escritor oriental más popular de Occidente en la actualidad reúne en 500 páginas más de 60 voces de heridos y afectados por el ataque cometido por miembros de la secta Aum Shinrikyo (Verdad Suprema). Un monumental registro que cierra con las entrevistas a ocho integrantes de la secta religiosa liderada por Shoko Asahara, quien aún espera en la cárcel la fecha de ejecución tras ser condenado a muerte.
"No es sólo un impresionante ensayo de literatura testimonial, sino también una exploración en la mente japonesa", comentó sobre el libro el diario británico The Independent.
Murakami se encontraba viviendo en Estados Unidos en 1995, cuando dos hechos aterradores lo hicieron regresar a su país natal: el terremoto del 17 de enero en Kobe y el atentado de marzo, que dejó 13 muertos, 54 personas heridas graves y casi mil afectados.
De la primera tragedia escribió el libro Después del terremoto. Mientras Underground sería una construcción mayor. Murakami realizó entrevistas que duraron entre dos a cuatro horas y terminó asistiendo a los juicios contra los culpables.
"Una mañana como muchas otras. Nada especial. Uno de esos días imposibles de diferenciar en el transcurso de una vida hasta que cinco hombres clavan la punta afilada de sus paraguas en unos paquetes de plástico que contienen un líquido extraño...", anota en la apertura del ejemplar.
Funcionarios del Metro, hombres y mujeres trabajadores de diferentes edades, médicos que atendieron a los afectados y los integrantes de Aum estuvieron frente a la grabadora de Murakami. La mayoría de los hombres de Aum eran ingenieros, doctores, gente con educación superior, que se rindió ante la promesa de un mundo mejor sirviendo para Shoko Asahara.
"En Aum todo el mundo aspiraba a lo mismo, a elevar su espiritualidad (...) Ya no dudábamos, porque todas nuestras preguntas tenían una respuesta. Todo estaba resuelto", contó Hiroyuki Kano (1965) al autor de libros como Tokio blues y 1Q84.
Los efectos secundarios para los afectados, que respiraron el gas que emanaba del líquido químico, fueron mutando en la medida que avanzaban los días, incluyendo el estrés postraumático. Las cientos de personas que respiraron el gas, "parecido al hedor que desprende una rata muerta", como recuerda Toshiaki Toyoda, sufrieron daños pulmonares, la pérdida parcial de la memoria, y la mayoría tuvo problemas a la visión.
Con el tiempo, tras el atentado, muchos perdieron sus trabajos, se destruyeron sus familias, quedaron solos envueltos en una pesadilla que afectó a la psicología de un país entero. "Tres días después me subió la fiebre hasta los cuarenta grados. No podía moverme. Cuando al fin me bajó la fiebre, me atacó una especie de tos asmática que me duró un mes entero. (...) En mis sueños veía cientos de cuerpos alineados tendidos en el suelo, se perdían en la distancia", dice Kiyoka Izumi, la joven que durante varios meses no regresó a su trabajo en una compañía aérea.
Underground es un viaje detallado a la tragedia del Metro de Tokio, ocurrida hace casi 20 años, pero también una asfixiante experiencia que ahonda en un día que no logra capturar ni siquiera un obsesivo historiador.
"La crónica de Murakami resulta claustrofóbica por su obsesiva meticulosidad policial, por sus miles de sentimientos embutidos en medio millar de palabras que se leen como si no fueran hijas de la crónica, sino de una novela coral", señaló hace dos semanas sobre el libro el diario español El País.
Esa mañana de lunes 20 de marzo, de 1995, había amanecido despejado. El viento aún era fresco antes de las 8 am. Un bello día de inicios de primavera. Entre un domingo y un martes feriado.
"Así que usted se ha despertado a la misma hora de siempre, se ha lavado la cara, ha desayunado, se ha vestido y se dirige a la estación del metro. Se sube a un tren lleno, como de costumbre", escribe Murakami en el último párrafo del prólogo que le da paso para que hablen decenas de sobrevivientes como Kiyoka Izumi, Kenji Ohashi (41) o Tatsuo Akashi (37), quien dice: "La noche anterior al atentado cenamos en familia y nos felicitamos por nuestra suerte".