Tomarse vacaciones muy largas suele ser un arma de doble filo. Cuando el director Terrence Malick pasó 20 años sin hacer largometrajes tras Días de cielo (1978), muchos pensaron que sería incapaz de igualar los logros de aquel lírico drama de granjeros ambientado a principios del siglo XX. Malick, sin embargo, volvió con La delgada línea roja (1998), una de las mejores películas de los 90 según Martin Scorsese. Por el contrario, los 10 años que Francis Ford Coppola dedicó al negocio vitivinícola entre El precio del poder (1997) y Youth without youth (2007) terminaron de oxidar su habilidad como realizador y hoy el autor de El padrino (1972) es una sombra de lo que fue.

James Cameron (1954), el realizador canadiense  autoproclamado "rey del mundo" en marzo de 1998 tras ganar 11 Oscar por Titanic (1997), parece haber mantenido en excelente estado físico sus músculos creativos. Este jueves en Londres fue la premiere mundial de Avatar, su primera cinta en 12 años, y las primeras críticas son apabullantes, con superlativas alabanzas que hablan de "espectáculo incontenible que nos mantiene fascinados" (The Times) o "algo simplemente fuera de este mundo" (The Daily Telegraph).

Este tipo de impresiones también bendice la habilidad narrativa de Cameron e indican que el director de Terminator (1984) vuelve en gloria y majestad tras haber colgado los guantes con Titanic. Desde la próxima semana ya aparecerán las reseñas en medios como The New York Times, Cahiers du Cinéma o Village Voice, coincidiendo con el estreno mundial para el miércoles 16 de diciembre. A Chile, la cinta llega con 97 copias, de las que 84 son tradicionales y 13 utilizan la técnica del 3D, tecnología que justamente es la guinda de una torta cuidadosamente armada por Cameron con su fábrica de efectos especiales.

A excepción del periódico The Guardian (al que no le gustó la producción y habla de un "filme denso, lento y flojo de un director que antes era el más rápido de la clase"), todas las críticas destacan el nivel excepcional de la técnica.

Como todo lo que ha dirigido su megalómano realizador, Avatar es descomunal por donde se la mire: costó 230 millones de dólares y dura dos horas 42 minutos. La historia se ambienta en el siglo XXII, época en que la Tierra ha agotado sus recursos naturales y debe valerse de las reservas minerales de la lejana luna Pandora, verde territorio de grandes junglas habitado por una civilización llamada Na'vi. Los alienígenas entran en guerra con los humanos al oponerse a la explotación de su ecosistema y en este ir y venir de  batallas emerge la figura de Jake Sully, un veterano de guerra que es tetrapléjico y cuya única oportunidad de volver a la acción es retornar a Pandora bajo la apariencia de un Na'vi.

Su misión es infiltrarse entre los nativos con su nuevo aspecto (el "avatar" u "otro yo" del título de la película) para desde dentro socavar a esta civilización dura de roer. Sully (Sam Worthington) se encuentra abocado a esta tarea cuando conoce a la princesa local Neytiri (Zoe Saldaña). Desde ese momento su mundo de certezas sobre la implacable labor militar contra los Na'vi se va a pique y surge un amor interestelar.

La vieja premisa del amor con barreras (raciales, sociales y en este caso interplanetarias) es un clásico en Hollywood y es síntoma de que Cameron, como Steven Spielberg, es un nostálgico que viste con tecnología de última generación a una historia simple, eficaz y milenaria.

Pero Avatar respira, además, la buena conciencia de Hollywood por todos sus poros y el descalabro ecológico que los terrícolas perpetran contra Pandora remite con evidencia al espinudo tópico del desequilibrio ambiental y el calentamiento global actual.

UN DIRECTOR DE ACCIÓN
Considerado el estreno más esperado del año, Avatar tiene también dos marcas registradas de Cameron: el amor por la acción pura y el guión original. Sobre ello, el diario especializado The Hollywood Reporter remarcaba ayer: "Estamos ante un entretenimiento de dimensiones titánicas. La película dura 161 minutos y pasa volando... Y además no hay ninguna gran novela ni mito en que esté basada, como suele suceder ahora".

Ejemplo de narración clásica al estilo Cameron es su Aliens, la segunda y más violenta de las cuatro partes de la serie espacial. Si el primer Alien (1979), de Ridley Scott, era un gran filme de terror interestelar, la secuela de Cameron fue una máquina de acción que catapultó a Ellen Ripley (Sigourney Weaver)  como invencible heroína de matiné. Por esta misma época, el realizador se encargó de co-escribir el guión de Rambo II (1985), otra secuela hiperviolenta en comparación con su primera parte.

Hijo de un ingeniero eléctrico y ratón de biblioteca ("soy un autodidacta en efectos especiales y en mi época de estudiante fotocopiaba y tomaba notas de todas las tesis de óptica y electrónica que encontraba en la universidad"), Cameron pasó de ser un estudiante de Física a manejar camiones por las carreteras californianas. En los tiempos libres escribía guiones (siempre influido por la literatura de ciencia ficción de los años 40 y 50) y veía películas.

Esta vida algo errante sufrió un cambio radical en 1977, cuando tras ver La guerra de las galaxias decidió que lo suyo era el cine. Al igual que George Lucas, Cameron enfilaría para siempre en el territorio de los guiones originales, patentando su primer gran hallazgo en 1984, al escribir y realizar Terminator, la influyente producción acerca de un androide del futuro que venía a eliminar la raza humana.

Avatar es la culminación (por ahora) de esta ambición más grande que la vida, rehuyendo el manido recurso de la adaptación, un arma  que tan bien le ha redituado a sagas fílmicas como Harry Potter, El señor de los anillos o Spider-man. Se trata también de la prueba de fuego en un año brillante para Hollywood en recaudaciones, pero agotado hasta la médula en creatividad. Si la película funciona, será el primer éxito de un largometraje con una historia propia desde los tiempos de The matrix, en el año 1999. Ya era hora.