La semana pasada, la sicóloga Paula Narváez volvió a trabajar en La Moneda, pero ya no  como jefa de gabinete de la Mandataria, Michelle Bachelet.

La ex delegada presidencial en Chaitén había sido nombrada en ese puesto a fines de febrero, pero sólo desempeñó el rol hasta julio, cuando inició su prenatal anticipadamente, debido a una orden médica. Desde entonces, el cargo lo ocupó Ana Lya Uriarte, abogada de 52 años, ex ministra, militante socialista y con una larga experiencia en el servicio público.

Fuentes de La Moneda y de la Nueva Mayoría señalaron que Uriarte ya fue confirmada por la Presidenta Bachelet como su jefa de gabinete. El reordenamiento de piezas, afirman las fuentes consultadas, se debería a la buena evaluación que existe de la gestión de la ex titular de Medioambiente. La permanencia de Uriarte en su cargo -el más cercano en lo cotidiano a la Presidenta- viene a resolver un aspecto de la pregunta más recurrente en La Moneda y en la Nueva Mayoría este año: a quién escucha Bachelet.

De carácter fuerte y perfil ejecutivo, conocida por los funcionarios de Palacio como una "facilitadora" de tareas, la experta en temas de medioambiente se ha empoderado de tal forma en su cargo que hoy, junto al ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, y la jefa de la Secom, Paula Walker, pasó a formar parte del círculo más íntimo de la Mandataria en su segundo gobierno.

Son ellos, junto al ministro de Hacienda, Alberto Arenas, quienes mantienen línea directa con Bachelet. Prueba de ello es que en distintas instancias han repartido instrucciones "por expreso encargo de la Presidenta", según señalan, lo que se traduce en una petición prioritaria y urgente para sus destinatarios.

La cercanía de Uriarte con Bachelet la ha convertido en uno de los principales nexos entre los partidos políticos y la Presidenta. La jefa de gabinete asiste a la reunión de los lunes del comité político con los jefes de partidos y de bancadas de la Nueva Mayoría que se realiza en La Moneda. En esa instancia, ella toma nota de los mensajes que buscan transmitir los timoneles de la coalición. Cuando se trata de temas más complejos, los presidentes de partidos -algunos de los cuales han revelado no haber hablado en meses con Bachelet- y algunos parlamentarios llaman directamente a Uriarte y le plantean la situación. La jefa de gabinete, afirman, es mucho más que una correa transmisora y suele ponderar y hasta discutir con los dirigentes políticos.

Uriarte también es quien se contacta con los ministros sectoriales para ver la marcha de las agendas y entregar las instrucciones de la Presidenta.

Fuentes del oficialismo aseguran que la forma en que Ana Lya Uriarte está desempeñando su cargo se asemeja en mucho a como lo hizo Peñailillo como jefe de gabinete durante el primer gobierno de Bachelet.

Esa, sin embargo, sería una de las pocas semejanzas.

ESTRUCTURA DE PODER

En este segundo gobierno, Bachelet quiso dar un giro radical en el diseño de su administración.

A diferencia de 2005, la Gobernante optó por prescindir de un "segundo piso" que esté compuesto por sus asesores históricos, con un alto perfil político. Atrás quedaron figuras con una alta influencia en la Presidenta, como María Angélica Alvarez -la Jupi- o Juan Carvajal.

Hoy, el "segundo piso" cumple con un perfil más técnico, con otros nombres -como el sociólogo Pedro Guell, a cargo de los discursos de la Mandataria- y con un margen de maniobra mucho más acotado.

En cambio, quienes ejercieron como sus colaboradores más cercanos durante la última campaña presidencial pasaron -para sorpresa de varios- a ocupar los puestos de primera línea: Peñailillo (PPD), en Interior; Alberto Arenas (PS), en Hacienda; Alvaro Elizalde (PS), en la vocería, y Javiera Blanco (pro DC), en Trabajo.

A ellos se sumó Fernanda Villegas, en Desarrollo Social, militante socialista de bajo perfil, que también tuvo un rol en el comando y mantiene una relación de amistad con la Mandataria, hoy resentida por las fuertes críticas a su gestión ministerial.

Un caso aparte lo constituye el ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, uno de los pocos miembros del gabinete que estuvieron en casa de la Mandataria en septiembre pasado, para la celebración del cumpleaños de Bachelet. Su cercanía con la Presidenta y el hecho de que está al mando de una de las reformas más importantes de la actual administración -cuyo éxito o fracaso marcará en buena medida el resultado general del gobierno de Bachelet- abrieron inicialmente la posibilidad de que Eyzaguirre ingresara al comité político, junto a los ministros Peñailillo, Arenas, Elizalde y Rincón. La idea, sin embargo, fue desechada casi de inmediato, en las primeras fases de análisis sobre la forma en que se ordenaría la estructura de poder del gobierno.

Antes de asumir, Bachelet rayó la cancha. Esta vez, optó por rodearse de sus colaboradores, no aceptó imposiciones de los partidos y buscó cultivar, de ese modo, una mayor complicidad con sus ministros, algo de lo que careció en su primer mandato.

Esa apuesta, sin embargo, no ha funcionado del todo. En la última medición del 2014, la encuesta CEP de noviembre, Bachelet llegó al 38% de aprobación y al 43% de desaprobación, números que sólo son comparables a los peores momentos de su primera administración, durante la implementación del Transantiago.

Junto a ella, todos los ministros del comité político bajaron en aprobación respecto de la medición del mismo centro de estudios realizada en julio.

La CEP arrojó, además, otro dato que da cuenta de la correlación de fuerzas en el oficialismo. La evaluación positiva del gobierno apenas supera por 13 puntos porcentuales a la que recibe la coalición de partidos que respaldan a Bachelet, alentando el interés de las tiendas políticas por ejercer un mayor peso en las decisiones de un gobierno que partió con una gran cuota de autonomía.

El resultado de las encuestas activó, además , voces de los partidos de la Nueva Mayoría que piden -con urgencia- un cambio de gabinete, uno que apunte hacia el ingreso de figuras de mayor trayectoria, capaces de contrarrestar uno de los principales cuestionamientos en el oficialismo: el déficit en la gestión política.

Los jefes de los partidos de la coalición creen que Bachelet se está jugando su capital político para apuntalar el desempeño del gobierno. El problema es que en esa tarea, varios de los ministros del gabinete que ella eligió no están haciendo su parte.

Las dificultades en la tramitación de las reformas eje del programa de gobierno -en especial en materia educacional, que ha evidenciado las diferencias al interior del bloque-, la poca coordinación entre algunos ministerios y los parlamentarios de las comisiones respectivas, y la falta de experiencia política de algunos de los ministros le empiezan a pasar la cuenta a Bachelet y sus decisiones.

De hecho, en la cita que los presidentes de la Nueva Mayoría sostuvieron el martes 23 en la sede del PS, el diagnóstico fue claro: a pesar de que ya hay un acuerdo en el oficialismo respecto del déficit existente en la conducción política, desde Palacio no se vislumbra ninguna señal de cambio.

En esa reunión, que según varios de los presentes fue especialmente dura con la trayectoria que ha seguido el gobierno de Bachelet, los dirigentes responsabilizaron a los ministros del comité político.

Para los partidos, aunque Peñailillo y Arenas siguen siendo los ministros más poderosos del gabinete y con mayor capacidad de influir en la Presidenta, hoy por hoy las acciones de ambos son un 13% más bajas que a comienzos del gobierno.

En el comité político, en tanto, hay una muy mala evaluación del rol que ha jugado el llamado "segundo piso". A ese grupo se le responsabiliza de las principales falencias en la gestión de la Presidenta Bachelet. Por lo mismo, una alta fuente de La Moneda  da como un hecho que en los próximos días el grupo de asesores debería ser modificado.