Entre los años 2002 y 2003, un brote de sarampión dejó a miles de personas enfermas en Reino Unido. En 2011, fue el turno de Francia, país donde en tres meses se contabilizaron cinco mil casos de la misma enfermedad. En 2014, Estados Unidos registró 667 casos, el brote más grande de esta infección que se había declarado erradicada desde el año 2000.
Las tres situaciones tienen un factor común: la disminución en la cobertura de la vacunación por debajo del 90-95%, que es el nivel que todavía permite la protección del efecto rebaño o de grupo, según la OMS. Con un porcentaje menor que ese aumenta la posibilidad de que una persona incube el virus y lo reparta a su entorno con un solo estornudo.
Un estudio realizado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) después del brote de California de 2014 reveló que entonces las tasas de vacunación entre las personas expuestas al virus fluctuaban entre el 50% y el 86%. A comienzos de 2000, la cobertura en el Reino Unido también estaba muy por debajo del 80%.
"El problema surge cuando disminuye la cobertura de vacunación. Aumenta la circulación del virus y, con ello, el riesgo de enfermar en las personas expuestas. La vacuna contra el sarampión se puede indicar recién en niños que tienen un año de edad. Antes de eso, los pequeños sólo tienen la inmunidad que reciben de su madre. Ellos, junto a las personas que por razones médicas no se pueden vacunar, pueden enfermar gravemente", dice Susan Bueno, investigadora del Instituto Milenio Inmunología e Inmunoterapia (IMII) y académica de la UC.
Problema sociológico
Bueno agrega que cuando existen campañas de vacunación con alta cobertura, como el caso del sarampión, que cuenta con una vacuna efectiva, se logra un nivel de inmunidad, porque logra disminuir la circulación del virus y por un tiempo protege no sólo a las personas que están inmunizadas, sino también a la población que no se puede vacunar o no quiere hacerlo.
Precisamente, para evitar la exposición a estos grupos y como consecuencia del brote de 2014 es que en California, estado en el que surgió el último brote en EE.UU., se tomó la decisión de endurecer las normas y eliminar la posibilidad que hasta entonces tenían los padres de declarar que, por sus "creencias", no vacunaban a sus hijos.
"Hay vacunas tan efectivas que se ha logrado la erradicación y eliminación de virus, como el de la viruela. Ya no necesitamos vacunarnos contra él. Pronto podría ocurrir lo mismo con el virus de la polio. Cuando son virus cuyo hospedero específico y único reservorio es el hombre se puede pensar en eliminarlo, porque se queda sin posibilidades de replicarse", dice Bueno.
Para ella, el problema detrás de estos brotes es sociológico. "Como se registran tan pocos casos, la conciencia colectiva olvida lo grave de la enfermedad y sus secuelas, y se queda sólo con los efectos secundarios que puede producir la vacuna, pero porque ya no conoce lo que hace el virus. Perdemos el miedo", insiste.
España revivió ese temor. En junio de 2015, un menor de sólo seis años murió afectado de difteria, una enfermedad de la que no se tenía registro desde hace 30 años en ese país. Una decena de niños que había tenido contacto con él también se habían contagiado.
La poca presencia de enfermedades prevenibles, como el sarampión, tétanos, difteria, rubéola y tos ferina, también ayuda a levantar los cuestionamientos de los grupos antivacunas. Olvidados los síntomas y secuelas de éstas, lo que prima son los efectos secundarios y el malestar que causan las vacunas. "Pareciera que someterse a una vacunación que podría causar efectos adversos no tiene sentido", dice Bueno
Según cifras de la OMS, gracias a las vacunas se evitan entre dos y tres millones de muertes al año. Si se lograra aumentar la cobertura por encima del 90%, las muertes se reducirían a la mitad.