La gentrificación avanza por el mundo como una aplanadora. Caza barrios con el ojo de lince de un desarrollador inmobiliario experimentado: sectores empobrecidos, medio peligrosos y, sobre todo, baratos. Luego, una dupla que funciona: limpieza y arte. Se les inyecta arte y cultura. Los lugares se vacían y se vuelven a llenar.
La transformación lleva algunos años y finalmente ocurre: viejos negocios como el almacén de don Manolo y la panadería de doña Panchita cierran para que abran otros de nombre cool, muchas veces, en inglés o en francés. La propiedad se revaloriza, aparecen las marcas y los restaurantes de autor, las galerías de arte, los hoteles boutique, las tiendas de bicicletas livianas y las cafeterías. Llegan los hipsters con barba, sombrero y costumbres de moda, como tener un cerdo pigmeo de mascota. Lo vi en la colonia Roma, en el DF, un hipster de look inconfundible paseaba un chancho con correa por la avenida Álvaro Obregón. Era negro y peludo y se retobaba para cruzar la calle.
Los barrios gentrificados tienen onda. Cuando los recorremos como turistas nos encanta entrar en la tienda del nuevo diseñador y tomar un café suave de Honduras cultivado a la sombra, de tostado natural, hecho en prensa francesa (fair trade, por supuesto). Le sacamos fotos al mural de la esquina y disfrutamos de la nueva librería con foco en editoriales pequeñas y del negocio de música que sólo vende vinilos.
Cuando llegan los turistas, el daño está hecho y no es visible. La gentrificación implica gente desplazada. Hay una identidad colectiva que se pierde. Los vecinos se ven obligados a emigrar a barrios más baratos con alquileres accesibles.
En la última década pasó, además de en la colonia Roma, en el DF y en Wynwood, en Miami; en Palermo, en Buenos Aires, y en Lastarria o en el barrio Italia, en Santiago. Pasó en Chueca, en Madrid, y en la ciudad vieja de Barcelona. También fueron gentrificados, en su momento, el SoHo, Nolita, TriBeCa y Brooklyn, en Nueva York, y hace menos tiempo, varios hutongs de Beijing y el centro de San Petersburgo. Y los laneways de Melbourne, en Australia. Unos años atrás, los viejos pasajes se convirtieron en el hot spot de la ciudad. Hay bares a puertas cerradas, restaurantes de culto, tiendas gourmet y de diseñadores. En tiempos victorianos, los alimentos se entregaban por la puerta de atrás, por donde también entraban el servicio y los carruajes. Esa puerta no daba a la calle principal, sino a un pasaje. En la última década esos laneways son la moda urbana.
Pasa también en Londres, claro, donde nació el término gentrificación que viene de gentry, una clase social inglesa compuesta por nobles, y hace referencia al proceso de desplazamiento de la población de un barrio céntrico y popular venido a menos que luego de una "limpieza" es repoblado por vecinos de un nivel adquisitivo mayor. A propósito, después del East End, el nuevo barrio gentrificado de Londres es Peckham, en el sur de la ciudad.
En español se usa el neologismo gentrificación y también términos como aburguesamiento y recualificación social, sin embargo, y tal como señala la Fundación del Español Urgente (Fundéu), esas expresiones "no recogen los matices de este proceso". Matices que en todos los casos son conflictivos. "La gentrificación es el nuevo colonialismo", se leía en un stencil en la colonia Roma.
El arte es parte
Diez años atrás, Wynwood, entre el Midtown y el Design District de Miami, era una zona peligrosa, de venta de drogas y prostitución. Así la encontró el desarrollador Tony Goldman, el mismo que revivió el SoHo de Manhattan en los setenta y South Beach en los ochenta. Ni bien puso el ojo empezó a comprar depósitos o warehouses donde se almacenan zapatos y ropa. Todavía quedan algunos.
El paso siguiente fue traer artistas que cumplían una función: revitalizar la zona. A cambio le pidió al condado recolección de residuos y protección policial porque está cerca de áreas marginales.
"Los artistas somos los gusanitos que limpiamos todo y después nos echan", me dijo una artista rumana que alquilaba un depósito en Wynwood y hace dos meses resolvió mudarse porque el alquiler se había ido a las nubes.
Los viejos depósitos industriales se convirtieron en galerías, restaurantes, lofts, tiendas, negocios de antigüedades, espacios culturales o microbreweries, pequeñas cervecerías de autor. Hoy se habla de Wynwood como Wynwood Art District. Todavía quedan algunos talleres de autos, estacionamientos y un par de terrenos baldíos, pero todo indica que será por poco tiempo.
El dueño del depósito donde trabaja y expone el artista dominicano Danilo González es de un coreano que pide más de 30 millones de dólares para venderlo. Wynwood se cotiza en alza. Es una de las galerías a cielo abierto más extensas, con murales en todas las cuadras, incluidos varios del artista brasileño Eduardo Kobra.
En estos años llegaron a Wynwood las firmas consagradas: el maestro venezolano Cruz Diez y el brasileño Romero Britto. Los alquileres subieron y los artistas se mudaron a Little River, Little Haiti, lugares con rentas más accesibles, aunque se rumorea que Little Haití, ya está en la mira. Gentrificación al día.
Cerveza artesanal en un hutong
Se llama hutong a un barrio de calles angostas y enredadas, y también al tipo de viviendas: casonas de ladrillo gris, de varias habitaciones y un patio central, con una cocina, donde vivían varias familias. El baño estaba afuera, baños públicos, letrinas que todavía se usan. Hace algún tiempo, especialmente antes de los Juegos Olímpicos de 2008, los tiraban abajo, pero en Beijing ya hay muchos hutongs protegidos por el gobierno chino.
Como pasa en todas las ciudades del mundo con las zonas venidas a menos, hace algunos años los hutongs fueron redescubiertos y rescatados por artistas y gente con onda que puso un restaurante, un bar de café seleccionado -no mucho tiempo atrás era difícil conseguir buen café en Beijing-, una tienda de objetos, un taller de caligrafía, un hostal, un hotel boutique, una galería de arte, un bar de vinos, un spa, un restaurante vegano. Wudaoying, el hutong donde estuve unos meses atrás, tiene todos estos locales.
Las nuevas tribus urbanas, que muchas veces incluyen extranjeros y parejas mixtas, ocupan casas de muchas familias tradicionales que se fueron. Todavía es una etapa de transición y también hay negocios de antes, chinos jugando ping-pong, baños públicos. Y dos calles más allá, The Great Leap, una cervecería de autor. Carl Setzer, un camionero de Estados Unidos que después de venir a China varias veces por trabajo se quedó acá y es dueño de una de las cervecerías de moda (patio cervecero incluido) en un hutong de la capital. Hace nueve años empezó haciendo él mismo su cerveza, ahora tiene cien empleados. Todavía falta, pero todo indica que en algún tiempo los hutongs serán las áreas de compra y entretenimiento preferidas de la ciudad. Parienta cercana de la globalización, la gentrificación hace que muchos barrios del mundo se parezcan un poco. O bastante.