A pesar de que el país está destrozado, completamente fragmentado, controlado por las más diversas facciones, que es tierra fértil para el extremista Estados Islámico, que diversas potencias extranjeras operan militarmente dentro de sus fronteras, que entre 200.000 y 400.000 de sus habitantes han muerto producto de los seis años de guerra civil, y que casi cinco millones de personas han dejado el país y otras 6,5 millones se han desplazado internamente, el gobernante de Siria, Basher Assad, se mantiene en el poder y no se vislumbra un momento en que pueda abandonarlo.

El líder de 51 años, que lleva 16 años al frente del régimen tras la muerte de su padre Hafez, ha resistido todos los embates de las potencias que hicieron todo por arrinconarlo y forzar su salida. Estados Unidos, Turquía, Francia o Arabia Saudita apostaron por el fin de su gobierno. Pero el resistió, primero con sus fuerzas, luego con el apoyo de Irán y de la guerrilla libanesa Hizbulá y más tarde con el respaldo abierto de Rusia.

Assad ha sido dado por derrotado o al menos con los días contados en innumerables ocasiones en estos seis años de brutal conflicto interno. En julio de 2000, cuando tomó las riendas del gobierno, nadie podría haber sospechado el aguante ni la frialdad que iba a tener para hacer frente a los opositores y enemigos. Y para eso no ha escatimado ni recursos ni maniobras, incluidos los asedios contra ciudades controladas por los rebeldes, el uso indiscriminado de los barriles-bomba y, ahora supuestamente, el uso de armas químicas como el gas sarín.Se trata literalmente de un dictador por accidente.

El escogido para suceder a Hafez Assad (quien se hizo con el poder en 1970) era otro de sus hijos, Basel. Basher, en cambio, estaba enfocado en su carrera profesional como oftalmólogo para lo cual inició estudios de posgrado en Londres. Estaba en la capital británica cuando, en 1994, le comunicaron la muerte de Basel en un accidente de tránsito. Por este motivo debía regresar a Damasco, pero no solo para asistir a los funerales de su hermano, sino para tomar su lugar como heredero político de su padre.

La llamada Primavera Árabe, que se inició en enero de 2011, puso fin a los regímenes de Ben Alí en Túnez, de Mubarak en Egipto, de Gaddafi en Libia y de Saleh en Yemen. Algunos gobiernos aplastaron o controlaron las revueltas, como el Arabia Saudita, Marruecos y Jordania. Libia y Yemen se mantienen en estado de guerra civil. En Siria, en cambio, Assad intentó reprimir a los detractores, pero la revuelta se transformó en guerra civil, y luego en un conflicto "subterráneo" en el que intervienen iraníes, turcos, rusos, libaneses e incluso estadounidenses.Aunque ha visto sus dominios reducidos considerablemente, en torno a un tercio del territorio, se mantiene como gobernante. De hecho, parece haberse contentado con mantener bajo su control la mayor parte del territorio occidental del país, una zona estratégica por el acceso al Mar Mediterráneo y donde son mayoritarios los alawitas (la facción del chiismo a la que pertenecen los Assad), y por las rutas que conectan al país con Líbano, claves para el abastecimiento de sus aliados de Hizbulá. Por eso es que defiende ese territorio con dientes y muelas. Pero el factor que ha sido determinante en los últimos dos años para el mantenimiento del régimen sirio es el apoyo ruso.

Moscú, aliado de los Assad desde los comienzos, le comenzó a proporcionar abiertamente apoyo militar a Damasco en el marco de la guerra civil en septiembre de 2015, algo que inclinó la balanza a favor del dictador sirio, cuando parecía acorralado. La duda ahora es si, tras el cambio de estrategia de Trump luego del ataque de este viernes contra la base de Al Shayrat, ese abastecimiento y cooperación rusos se mantendrá, se congelará o se incrementará.