Una noche memorable se vivió el sábado en el Teatro del Lago. De esas que relucen con todas sus letras. En la que el ballet como protagonista se revistió de luminarias que hicieron brillar un ya radiante atardecer sureño. La noche respiró frescor y talento por doquier y dejó un halo de ensoñación.
Dedicada al fallecido bailarín y coreógrafo Ivan Nagy, la tercera versión de la Gala de Estrellas no se anduvo con pequeñeces; por el contrario, hubo un despliegue de grandes figuras internacionales que atrajo a un público -entre ellos, muchos santiaguinos- que repletó la sala El Tronador, y se mostró entusiasta desde el primer minuto, irrumpiendo con aplausos y vítores que se justificaron ante una verdadera muestra de arte.
Porque en eso se convirtió este espectáculo, en un fuerte y punzante despliegue de talento, en el que se dieron cita la pasión, la calidez y la sutileza interpretativa de manos de primeros bailarines de compañías como el Royal Ballet de Londres, el American Ballet Theater, el Ballet Nacional de Cuba o el Colón de Buenos Aires, por nombrar sólo algunos. Y entre ellos, artistas consagradas, como la estadounidense Julie Kent y la argentina Marianela Núñez, a las que se sumaron otros que quedarán también en la retina.
Fue un despliegue de excelencia, donde afloraron las virtudes de los bailarines, magnetizaron cada pieza y dieron lecciones interpretativas que calaron profundo: el apasionante y conmovedor dramatismo de Julie Kent y el completo artista que es el brasileño Marcelo Gomes, con sus memorables La dama de las camelias y Eugene Oneguin; Luiza Lopes, también de Brasil, y su desgarradora interpretación de Bachiana; la aterrizada técnica -incluyendo sus asombrosos fouettés- y la estampa de mujer de carne y hueso, más que de imagen inmaterial, de Marianela Núñez en La bella durmiente y en El lago de los cisnes (Odile). Así como la impecable y empática Anette Delgado y la mórbida técnica de Dani Hernández, ambos de Cuba, quienes brillaron en Esmeralda y Aguas primaverales, y la solidez de Agustina Galizzi y Roberto Rodríguez, del Ballet de México.
El programa estuvo compuesto prácticamente por una seguidilla de pas de deux de conocidas piezas de otro grupo de famosos coreógrafos (Cranko, Neumeier, Stevenson, MacMillan, etc.), pero también contó con algunas que no lo eran tanto, pero sí toda una revelación, como Tangos del Plata (estreno mundial), de Leonardo Reale. Con música de Piazzolla, Mores, Oliverio y Villoldo, fue una pieza plena de sensualidad, de atracción agresiva, de machismo y feminidad, y de raíces transandinas claras, que permitió apreciar a un sólido conjunto de primeros bailarines del Teatro Colón y del Ballet Metropolitano de Buenos Aires. O la también potente obra de Itzik Galili, Mona Lisa, en la que Galizzi y Rodríguez refrendaron aún más su atractiva densidad de movimientos.
Todo el conjunto dio forma a una notable gala en Frutillar. Memorable.