Entre los años 2003 y 2005, un proyecto desarrollado entre campesinos de la región argentina de Salta, la Universidad de Arizona (Estados Unidos) y el gobierno transandino de la época, dio origen a la empresa chilena Benexia. Por ese entonces, los agricultores, liderados por Alberto Baracatt, cerraron un trato comercial con Sandra Gillot, socia fundadora de Benexia, para venderle semillas de chía.
Más de una década después de ese acuerdo, Benexia importa 400 toneladas de la milenaria semilla desde Salta y también desde Santa Cruz, en Bolivia. La mitad de ese volumen es procesado en una planta que hace un año la empresa nacional abrió en Arica.
La instalación costó US$ 4,5 millones -inversión que pudo concretarse con el apoyo del gobierno al subsidio de la inversión y al soporte de Corfo en I+D- y es la única en el mundo capaz de procesar chía, asegura Gillot. La planta procesadora permite extraer las propiedades nutritivas de la semilla y convertirlas en subproductos para su uso en la industria alimenticia.
Ese proceso le ha permitido a Benexia convertirse en la principal comercializadora de estos alimentos en el mundo, aseguran en la empresa.
La chía, cuyos orígenes datan de la época precolombina, fue uno de los alimentos predilectos de mayas y aztecas, y actualmente es muy apreciada en el mundo por sus propiedades esenciales para la salud cardiovascular y cerebral de las personas.
"Es un ingrediente que en el futuro tiene una potencial carta que jugar en nuestra alimentación. Como fuente de grasa saludable, fuente de proteína y de fibra", comenta Gillot, y destaca la posición comercial que han alcanzado en el mercado mundial.
US$ 15 millones en ventas
Actualmente, Benexia factura US$ 15 millones, entre sus productos alimenticios y una línea farmacológica a base de aceite y propiedades de la chía que también forma parte de su cartera.
Benexia, cuenta la empresaria, distribuye el 94% de su producción en Europa, Asia y Estados Unidos. Abastecen a marcas globales como Glanbia, Nestlé, Kellogg's, Kraft, Pepsico y Quaker. El porcentaje restante se comercializa en Chile, a clientes como Suazo, Carozzi o Nestlé, que han apostado por añadir a sus alimentos estos ingredientes.
En la firma, no obstante, reconocen dificultades en el mercado chileno, especialmente por el Decreto 764, que prohíbe etiquetar como Omega3 a los productos de origen vegetal.
"El gobierno pone restricciones a los Omega3 de origen vegetal, entonces no nos ayuda a vender ingredientes saludables en la industria nacional de alimentos", se queja Gillot.
Debido a la sobreproducción mundial de chía a partir de 2014 la empresa redujo su producción para no vender bajo el costo. En 2017, sin embargo, pasará lo contrario. "La escasez hará subir el precio, como en todos los commodities", prevé la fundadora.
La empresa acaba de lanzar al mercado local una nueva línea de semillas de chía y derivados.