"El secretismo con el que se ha manejado Blade runner 2049 haría que incluso J.J. Abrams se encogiera de hombros", decía un artículo del portal A.V. Club esta semana, con bastante razón. Los detalles de la trama de la película, secuela de la cinta de culto de Ridley Scott de 1982, se han mantenido ocultos como si se tratara de una nueva entrega de Star Wars. Que transcurre 30 años después de la primera historia, que Harrison Ford está de regreso y que Ryan Gosling interpreta a un agente detrás de un complejo misterio.
Un aire enigmático que probablemente la producción no habría tenido si es que hubiera existido tan sólo unos años después de la primera Blade runner. Tuvieron que pasar décadas y varios cortes distintos de la cinta para que fuera reconocida de forma casi unánime como un clásico de la ciencia ficción. Una reivindicación que hace posible que la secuela -que se estrena hoy- sea una de las cintas más esperadas del año, y no la mera continuación de una película que en 1982 apenas logró recuperar su presupuesto -si se desea mantener el misterio en torno a la trama, se recomienda no leer los siguientes párrafos-.
Tres décadas después de que Rick Deckard (Harrison Ford) dejara atrás su vida como blade runner -agentes encargados de cazar "replicantes", como se conoce a los androides con apariencia humana creados para labores de esclavitud en el espacio, pero con prohibición de estar en la Tierra-, otro policía, K (Ryan Gosling), ocupa su misma función.
La diferencia es que ahora los replicantes no son ilegales. De hecho, K mismo es uno. Pero sólo son autorizados los androides creados por el enigmático magnate Niander Wallace (Jared Leto), más avanzados e incapaces de desobedecer órdenes. La labor de K es "retirar" -un eufemismo para matar- a cualquier modelo antiguo.
Pero en un trabajo que parece de rutina, K se encuentra con un montón de huesos que dan lugar a un misterio que podría alterar a la sociedad completa, y que tiene al desaparecido Deckard en el ojo del huracán, siendo buscado por todos los bandos posibles.
Las diferencias de presupuesto -la secuela costó cerca de siete veces la inversión de 1982- hacen que la aventura de K transcurra en un escenario muchísimo más grande que hace 35 años. Mientras el mundo visualizado por Ridley Scott (quien se mantiene como productor en esta cinta) era claustrofóbico, oscuro y sobrepoblado, la escala de Blade runner 2049 va más allá de Los Angeles, explorando sus desolados alrededores y una Las Vegas destruida por la radiación. El director Denis Villeneuve (Sicario, La llegada), desecha los elementos de cine noir de la original por una épica a gran escala; creando una mejor fotografía sobre qué tan distópica es el mundo futurista que inició Scott. La labor es lograda principalmente a través de sorprendentes efectos especiales, que vuelven a evidenciar que este ya no se trata del mismo proyecto de culto de su creador.
Pero quizás la mayor diferencia está en el subtexto: si la Los Angeles de Scott era un caos capitalista lleno de estímulos y decadencia, 30 años después pareciera ser mucho más solitaria y desesperada -más cercana a la novela de Phillip K. Dick que inspiró la historia original-. El mismo K pasa sus tiempos fuera de servicio acompañado de Joi (Ana de Armas) un holograma diseñado para amarlo (si es que algo así es posible). Si la vida de Deckard ya era retraída, la del nuevo protagonista es vacía y melancólica, buscando un propósito que parece prohibido para los de su clase. Por su parte, la acción es bastante más limitada que lo que sus avances podían insinuar.
En sus -algo excesivos- 163 minutos de duración, si bien la película busca ser su propia visión, una serie de referencias a la original (e incluso uno que otro cameo sorpresa) hacen que haber visto la primera Blade runner sea fundamental, en parte para entender cómo se llegó a este nuevo mundo, similar en su existencialismo y ansiedad, pero considerablemente alterado por un millonario presupuesto.