Río de Janeiro, miércoles 18 de junio, 14.55 horas. Chile y España están a punto de disputar un partido definitivo y llega el momento de los himnos patrios. El equipo de Chile, alentado por un público que supera los 40 mil hinchas en el Estadio Maracaná, canta la estrofa de Lillo y la música de Carnicer con la mano en el pecho, la voz en cuello y la letra de memoria. Cuando les llega el turno a los españoles, Ramos y Raúl miran al cielo y Piqué masca chicle. Sus seguidores corean "fo... fo... fo-foooo". La canción española ni siquiera tiene letra y siempre ha sido así, desde su creación en 1761. Chile gana el partido de los himnos y luego sólo vendrá una corroboración en la cancha.
El Mundial de Fútbol de Brasil es la más reciente prueba de que el deporte, en particular una Copa Mundial de Fútbol, es la vitrina más espectacular para los himnos patrios. Libres del polvo de la historia, estas canciones parecen recobrar su sentido, anclado a un período pretérito, al del escudo, la bandera y la batalla. Operan como estímulo de lucha y aliento en los momentos más curiosos. Un partido de fútbol, por ejemplo. Para muchos, el encuentro Chile-España, que determinó el paso de nuestro país a octavos de final, empezó antes de que comenzara el partido. Empezó con "Puro, Chile, es tu cielo azulado...".
"Uno podría decir que el fútbol es el último refugio de los himnos", dice Eduardo Carrasco, filósofo, escritor y líder del grupo Quilapayún. "En general, los himnos son convencionales y poco originales. Han sido piezas por encargo que en sus letras hablan del amor al territorio y la patria, que en su música poco tienen que ver con la cultura del país. Son imposiciones. El himno no fue elegido por votación popular", dice Carrasco, coautor junto a Sergio Ortega de El pueblo unido jamás será vencido, canción que con el tiempo se transformó en un emblema musical de resistencia en el mundo. "Eso es otra categoría de himno, el que nace de abajo. De El pueblo unido existe una versión hasta en japonés", afirma sobre la canción de 1973, que se usó tanto en la Revolución de los Claveles en Portugal, en 1974, como en la Primavera Arabe, del 2010 al 2011.
EN LATINOAMÉRICA
Sea himno o consigna, El pueblo unido debería su famoso título y estribillo a un discurso del popular político colombiano liberal Jorge Eliécer Gaitán, asesinado en 1948, durante El Bogotazo. Las palabras de Gaitán, en cualquier caso, estaban lejos de convertirse en himno en su propio país, que contaba con una composición de 1887, creada por el ex tenor italiano Oreste Síndici.
Hace dos años, el periódico The Telegraph realizó una encuesta de los himnos en las más de 200 naciones presentes en los Juegos Olímpicos de Londres. Tal medición ubicó la canción colombiana entre las más malas y, curiosamente, colocó a la británica God save the queen como la mejor. En tal ranking, Corea del Norte era último, antecedido por Uruguay, cuya canción tiene algunas partes similares a la nuestra. "Me encanta, junto con el de Brasil. Ambos tienen introducciones operáticas", dice José Manuel Izquierdo, musicólogo y encargado del Centro de Documentación del Teatro Municipal de Santiago. Izquierdo dice que esta característica es común a varios himnos de Latinoamérica, creados en el siglo XIX bajo la influencia de la ópera belcantista italiana. Es decir, de Rossini, Donizetti y Bellini. Muchas son parecidas: una introducción rápida, luego la melodía central, el estribillo y el cierre acelerado, repitiendo el comienzo. Otro rasgo común es la vieja historia del segundo lugar en el concurso internacional de himnos, donde La Marsellesa de Francia habría sido primera. La siguen, dependiendo del país donde se cuente, el tema de Chile, Perú, Colombia o México.
A propósito de bel canto, el inicio de la canción chilena es similar al final del prólogo de la ópera Lucrezia Borgia, de Gaetano Donizetti, y durante un tiempo se pensó que era plagio. Las fechas, sin embargo, lo desmienten: la música del catalán Ramón Carnicer es de 1828 y la obra de Donizetti es de 1833. "Es bastante más obvio el uso de una frase de esta ópera en el himno de Uruguay, con música de 1845, mientras que el de Perú a su vez aparece luego en una ópera francesa", explica Izquierdo.
En general, las músicas se han mantenido con el tiempo, mientras que las letras muchas veces son sustituidas, buscando el ritmo de la época. Aun así, hay algunas, como la del Himno de Perú, que permanecen. Profundamente antiespañola ("Todos juran... quebrar ese cetro que España reclinaba orgullosa..."), tuvo al menos dos intentos oficiales de cambio de lírica, incluyendo concursos públicos. A la larga, sin embargo, siempre terminó imponiéndose la vieja letra de José de la Torre Ugarte.
"El caso chileno es interesante, desde la letra original de 1819 de Vera y Pintado, pasando por la versión libre de antiespañolismo de Eusebio Lillo (1847) y después en dictadura, con qué o cuál estrofa tomar", agrega Izquierdo.
A nivel mundial, uno de los casos más curiosos es el de Rusia. Tras la disolución de la Unión Soviética, el Presidente Boris Yeltsin dispuso que se usara una vieja canción del siglo XIX del compositor Mijail Glinka como himno oficial. El recurso fue un fracaso, y cada vez que los atletas rusos estaban en una competencia internacional, se desentendían del nuevo himno. Según la agencia de noticias rusa RIA Novosti, Vladimir Putin reinstauró la antigua composición del Partido Comunista en el año 2000, pero encargó una nueva letra que, en lugar de los soviets, habla de las bondades de la patria y el paisaje rusos. Cuenta con un 86 por ciento de aprobación.
Aunque la era de los himnos tiene que ver con el inicio de las naciones modernas (siglos XVII a XIX) y su espíritu patriota puede estar reñido con nuestra época de la globalización, el musicólogo e historiador de la UC Juan Pablo González cree que no están fuera de órbita. "Son anacrónicos en el sentido de que ya nadie hace himnos, no está de moda. No hay un himno de una marca de celulares ni tampoco nadie se acuerda de cuál fue el himno del Bicentenario. Pero siguen teniendo sentido en la medida que son capaces de cohesionar a un grupo, como en el fútbol", afirma.
González también apunta a que Chile, a diferencia de otros países, mantiene un especial respeto con su propia canción: "Está normado por ley. No se puede tocar de cualquier manera ni arreglar. Por eso en Chile no se hacen versiones como lo hizo Jimi Hendrix con el himno estadounidense o Charly García con el argentino".
En un ranking elaborado esta semana por el mismo diario The Telegraph (ver página 87), la canción nacional se ubicó tercera. No fue una apreciación musical, sino más bien emocional: cómo se interpretó en la cancha. Por ejemplo, La Marsellesa, compuesta por el músico y capitán de ingenieros Claude Rouget de Lisle en 1792, se ubicó al final, en el lugar 28. Y el de Alemania, compuesto por Haydn en 1797, quedó en un mediocre puesto 21. Sólo el famoso The star-spangled banner de Estados Unidos estuvo a la altura. En fin, una buena canción siempre necesita al mejor intérprete.