Copacabana espera a Francisco. Ayer amaneció soleado en Río de Janeiro y sus habitantes se vertieron en su playa más larga. Dos vías de la Avenida Atlántica están cortadas a los autos y son terreno de juego para pequeños futbolistas, corredores, ciclistas o patinadores. Los "chiringuitos" frente al mar han alquilado casi todas sus reposeras, los vendedores de coco distribuyen su bebida azucarada, los más atrevidos desafían olas y se bañan. Pero no es un domingo cualquiera. En pocas horas, justo aquí, va a llegar el Papa Francisco, en su primer viaje fuera de Italia, un periplo a su continente, a su tierra. El obispo de Roma, que los cardenales fueron a buscar "casi al final del mundo", vuelve a casa.
En Copacabana, donde se va a desarrollar la mayoría de las celebraciones de la 28ª Jornada Mundial de la Juventud, lo esperan con emoción. Se conmueven los que se declaran católicos, parecen curiosos y atentos los que dicen no serlo. Dos mujeres de unos 50 años y el pelo teñido están comentando la noticia en el periódico: "Estamos leyendo que antes de ser recibido por la presidenta Roussef, el Pontífice dará un paseo por la ciudad", comenta Anna Lopes. "Verá desigualdades, va a ver cómo son de pobres los pobres de aquí, en este país que está lanzado hacia el futuro y tiene una economía que en el papel parece fantástica. Va a ver porque hay tanta rabia en las calles. Su gesto me conmovió. Espero que le diga algo fuerte a Dilma. Cuando la vea después", agrega.
Pocos metros y centenares de sombrillas más allá, donde Copacabana roza los pies del cerro de Leme, trabaja un grupo de obreros. Encaramados a los andamios o con los pies en la arena, luchan contrarreloj para terminar el montaje del escenario que recibirá al Papa en la ceremonia oficial el jueves. El palco tendrá 3.115 metros cuadrados y dejará al Pontífice a ocho metros del suelo. Es todo blanco y descubierto, aunque luce una parte cubierta donde se va a posicionar Francisco. En el centro, se va a erguir la cruz de 17 metros de altura.
"Va a ser complicado moverse, en los próximos días", resopla una joven madre que arrastra un carrito. Abre los brazos y parece abarcar toda la bahía: "Esta zona será off limits: llena de peregrinos, de policía y de controles. Su viaje hasta aquí, me da esperanza. Creo que merece la pena sufrir un poco de incomodidad", dice esta vecina de Copacabana, de apenas 21 años, mientras arregla el lienzo que protege a su bebé del sol.
En el mismo tramo de playa, se ha organizado el gran Vía Crucis del viernes. Los tres millones de peregrinos que los organizadores esperan deben armarse de paciencia. No todos podrán llegar hasta el escenario. Podrán seguir los eventos sentados en la arena.
De momento, ellos también, esperan. El largo viaje les ha instilado en el cuerpo cansancio, pero también alegría y conmoción. La arena del Sambódromo, suerte de ancho pasillo que en febrero se utiliza para el carnaval, está tomada por enjambres de jóvenes: cada grupo con su color de camiseta, como equipos amigos y no rivales.