Se había hablado largo y tendido de Cristiano, la principal amenaza lusa, el hombre del pestañeo mediático. También de su duelo con Alexis, y de diez o veinte actores secundarios. De la dependencia de Díaz. De la garra de Vidal. De la importancia de recuperar a Aránguiz. Pero sobre el césped del Kazán Arena, en la primera semifinal de la Copa Confederaciones, emergió por encima del resto la figura del capitán, Claudio Bravo.
No pudo elegir un momento mejor el arquero de la selección chilena, ni una instancia más importante, para volver a reivindicarse. Señalado tras su arribo a última hora a la concentración de la Roja; cuestionado por su error en el empate ante Australia; y en la que es, probablemente, la peor temporada de su carrera a nivel de clubes; el hoy arquero suplente del City (despreciado por hinchada y prensa en Inglaterra) se bastó y se sobró para meter a Chile en la final de Rusia. El zar destronado brilló con luz propia en la noche de Kazán.
Una gran intervención en un mano a mano ante André Silva, cuando el encuentro apenas arrancaba; una sólida reacción ante un disparo franco de Cristiano, ya en el segundo acto; y una enorme precisión y templanza a la hora de sacar el balón jugado desde el fondo, durante todo el partido; adornaron su actuación previa al recital ofrecido en la tanda de penales.
El arquero portugués Rui Patricio, decisivo en los cuartos de final de la última Eurocopa, asomaba también como un duro escollo en la definición desde los doce pasos. Pero Chile, que había terminado la prórroga sometiendo a su rival, tenía motivos para creer. Fue entonces, minutos antes del comienzo de la tanda, cuando el capitán tomó la palabra para arengar a sus compañeros. La suerte estaba echada.
Y el resultado fue sencillamente abrumador. Vidal, Aránguiz y Alexis convirtieron sus lanzamientos, pero ningún futbolista portugués fue capaz de doblegar a Bravo. Y eso que se trataba de tres buenos lanzadores. De tres hombres experimentados.
Quaresma, el primero en probar, lanzó hacia su izquierda, el perfil derecho de Bravo. Y el meta de Buin planeó para repeler su disparo. La misma suerte corrió, en el segundo intento, Joao Moutinho. Derechazo idéntico y misma respuesta del cancerbero, disfrazado a esas alturas de gigante. Con 3-0 en el tanteador, llegó el turno de Nani. Bravo levantó su mano derecha para marcarle el disparo y el pateador buscó el poste contrario, ése hacia el que voló para poner fin a la tanda, al partido y al Portugal de Cristiano. Y para inscribir, de paso, su nombre en la historia como el primer portero capaz de atajar tres penas máximas en una semifinal de un torneo FIFA.
"Claudio es de los mejores arqueros del mundo. Antes de los penales, dijo que iba a atajar dos o tres", desclasificaba, al término del pleito, un exultante Arturo Vidal. "Claudio estuvo impresionante, tenía bien estudiados a los pateadores", agregaba, en la misma línea, Juan Antonio Pizzi. Y era, curiosamente, el meta del Manchester City (luego de ser manteado por sus compañeros) el más prudente de todos. "Nos significaba mucho como grupo, que la gente disfrute, pero que no celebre todavía", proclamaba sereno el capitán. Su otro mensaje, a fin de cuentas, ya lo había enviado antes, en plena cancha. Y era para Pep, para Chile, para los anales de la Confederaciones.