Breve diccionario de la literatura policial
Con Sherlock Holmes en el cine, 170 años de fecunda historia y un público ávido, las novelas policiales siguen activando la fascinación de enfrentar lo más perverso. Este es un breve glosario de sus principales componentes, personajes y autores.

Asesinato: Thomas de Quincey, en su célebre ensayo El asesinato considerado como una de las bellas artes, de 1827 (que leyó Poe, padre del género), definió las bases del hecho: propósito adecuado, lugar preciso y momento justo. "Un buen asesinato exige algo más que un par de idiotas que matan o mueren, un cuchillo, una bolsa y un callejón oscuro. El diseño, la disposición del grupo, la luz y la sombra, la poesía, el sentimiento, se consideran hoy indispensables en experimentos de esta naturaleza". Hoy se agregan la crítica política y social.
Black, Benjamin: Seudónimo policial del autor irlandés John Banville desde 2006. Con él firmó El secreto de Christine y El otro nombre de Laura, ambientadas en Dublín, llenas de personajes complejos y protagonizadas por el médico forense Quirke, antihéroe clásico: disfuncional en sus afectos, está saliendo del alcoholismo y la muerte aún lo afecta. La última novela de Black es la recomendada El lémur.
Caos: "¿Qué es una novela policíaca? Un intento por organizar el caos". Witold Gobrowicz en su diario, 1962, mientras escribía una, Cosmos.
Cine: Se ha nutrido glotonamente de la novela policial, con resultados dispares: son muy buenas A pleno sol, El sueño eterno, Los Angeles confidencial; dudosas La dalia negra, Plata quemada y la recién estrenada Sherlock Holmes de Guy Ritchie.
Confesión: Cuando se produce, el lector ya tiene los cabos atados, o es una trampa que lleva a una nueva explicación. Ejemplo: El halcón maltés, de Dashiel Hammet, protagonizada en el cine por Humphrey Bogart.
Detective: Desde los veteranos algo extravagantes y asexuados, como Poirot, hasta los cínicos atractivos con buen corazón y vidas quebradas, como Marlowe, la intimidad del detective siempre es esquiva y compleja. El prototipo incluye honestidad, pesimismo y astucia infalibles, además de gustos marcados y no tan típicos.
Fonseca, Rubem: Como su magnífico escenario, Río de Janeiro, el maestro brasileño es fascinante, muy violento, fácil y múltiple. En los últimos años su obra ha estado felizmente a la mano: la editorial Tajamar acaba de editar dos grandes títulos suyos y en HBO pasan la espléndida versión de serie hecha en Brasil del guapo Mandrake.
Impermeable: El clásico atuendo del investigador proviene de Sherlock Holmes, que usa el modelo con capote. Prenda insustituible en el lluvioso clima de París y Londres, las primeras capitales policiales, se ha mantenido en la imagen de sus héroes desde Hammet en los mafiosos años 20, aunque el soleado Los Angeles de Marlowe lo vuelva completamente inútil.
Los Angeles: Raymond Chandler la volvió escenario del crimen profesional en los años 30 y hoy es una de las grandes capitales de la novela negra. Ahí nació James Ellroy, que llevó su ciudad a la gloria del terror corrupto con Los Angeles Confidencial. El prolífico Michael Connelly es otro de sus ciudadanos ilustres.
Mafia: Leonardo Sciacia aplicó su excelente pluma en notables novelas sobre la mafia siciliana: El día de la lechuza y A cada cual lo suyo. Lo propio ha hecho Andrea Camilleri y su entrañable inspector Montalbano. En México, Elmer Mendoza ha escrito policiales a partir del narco, integrando clásicamente los excesos de la violencia y el color local. Sus novelas Balas de plata y Quién quiere vivir para siempre están protagonizadas por el detective Edgar Mendieta, un solitario lector ávido, precisamente, de las aventuras de Montalbano.
Maigret, inspector: El héroe de Simenon tiene 103 historias: él escribió casi 200 con 27 seudónimos: producía una novela cada dos semanas. Si hablamos de cifras, también dijo que le había hecho el amor a 30 mil mujeres. Maigret, en cambio, es un tipo sin pretensiones, que se hizo policía tras fracasar en la medicina y siempre fue fiel a su mujer. Sus aptitudes son psicológicas más que lógicas, pues le interesa la gente y es capaz de pensar como cualquier hijo de vecino.
Marlowe, Philip: Acaba de aparecer un volumen (RBA) con las ocho novelas que Raymond Chandler escribió con el duro, idealista y sufrido detective privado. Su imagen persiste en la interpretación de Humphrey Bogart, aunque Chandler hubiese elegido a Cary Grant. Su enfrentamiento al mal y la estupidez es más interesante que cualquiera de los crímenes que resuelve. Ama el whisky, el ajedrez y la poesía; descree de la fragilidad y de las buenas intenciones, aunque posee ambas.
Negra: El nombre viene de la revista Black Mask en Estados Unidos y la Serie Noir de Francia. La evidente oscuridad del crimen, más el pesimismo y la crítica social lo hizo perdurable.
Piglia, Ricardo: El argentino tomó un caso real en la novela Plata quemada, quizá el mejor policial escrito en esta parte del mundo. Piglia, que además de narrador es un gran teórico, ha reflexionado sobre el género y su trascendencia, al exponer que más que un juego matemático, el policial es la forma que tiene la literatura hoy para exponer los conflictos de la sociedad.
Poe, Edgar Allan: En 1830 escribió cuentos de misterio y oscuridad, y en 1841 inventó la estructura del policial con Los crímenes de la calle Morgue, que resuelve genialmente en París el detective aficionado Auguste Dupin. Los hechos son narrados por su amigo, igual que en Holmes y Watson: de ahí tomó el modelo Arthur Conan Doyle. Macabro y cómico, como sus contemporáneos, el primer asesino de Poe es un orangután.
Poirot, Hercule: Agatha Christie se inspiró en los muy racionales y algo ridículos policías franceses, pero Poirot es belga por la amistad de guerra entre Bélgica e Inglaterra. Perfeccionista, frío y egocéntrico, después de 30 novelas hasta su propia autora lo odiaba, pero no logró matarlo y defraudar al público. Peter Ustinov lo personificó inolvidablemente en Muerte en el Nilo. Christie inventó a otra investigadora prototípica, Miss Marple, la tía solterona sonriente y brillante que lo descubre todo.
Policía, departamento de: Debieran descubrir los delitos, pero suele ocurrir lo contrario: la policía de novela negra es corrupta, burocrática e ineficiente. Suele entorpecer las investigaciones o coludirse con la mafia. De ahí el aura ética que resplandece en la figura del detective privado y su pésima relación con la autoridad.
Prolífico: Los autores policiales suelen ser prolíficos y continúan fieles a sus héroes. Pocos han sido tan premeditados como la norteamericana Sue Grafton, que desde 1982 ha publicado puntualmente las novelas del alfabeto, todas protagonizadas por la detective privada Kinsey Millhone: A de adulterio, B de bestias, C de cadáver…. La última en castellano es T de Trampa, y para este año se espera la última, U for Undertow (resaca).
Ripley, Tom: En el policial clásico, el asesino termina por ser casi irrelevante; el motivo, banal y no complejo, más cerca de la estupidez que de la trasgresión. Patricia Highsmith fue la primera en convertir al criminal en el tipo más atractivo de la novela: Tom Ripley es muy culto y snob, perverso y complejo, refinado y responsable con sus tremendos deseos de ser y tener. En su líneas están Harry Starks, el psicópata mafioso gay del inglés Jake Arnott, y Dexter, el forense asesino en serie de Miami creado por Jeff Lindsay.
Sallander, Lisbeth: La protagonista de Millenium de Stieg Larsson ha cautivado a los millones de lectores que devoran las casi dos mil páginas de la trilogía. Larsson pensó en el personaje infantil nórdico Pippi Calzaslargas: "¿Qué aspecto tendría actualmente?, ¿qué tipo de adulta sería? ¿Cómo la calificarían? ¿Una sociópata, una autista? Es una chica que se siente como una extraterrestre entre la gente. No conoce a nadie ni tiene capacidades sociales en absoluto". Fuma como loca, es bisexual y superdotada; la trilogía podría resumirse como la historia de su triste vida y genialidad como investigadora. Natalie Portman la personificará en la próxima versión de Hollywood.
Séptimo círculo: Célebre colección de 139 novelas policiales seleccionada por Borges y Bioy Casares entre 1945 y 1956. El nombre viene del lugar del infierno de Dante donde padecen los violentos. La mayoría de los títulos es de origen anglosajón: tradujeron la mamá de Borges, su amiga Estela Campo, Juan Rodolfo Wilcock, José Bianco, entre otros. También para Emecé, en 1943, Borges y Bioy escogieron los mejores cuentos policiales, dos tomos excelentes para quien busque iniciarse (reeditados el 2002).
Soledad: El detective resuelve el crimen solo. Watson es una figura mental de Holmes, un recurso literario para activar el diálogo: cuando Sherlock descubre el crimen, tiene que explicarle al ignorante doctor. Las ideas le vienen a Holmes cuando se retira a fumar su pipa (o a consumir cocaína).
Traición: Hay tanta traición en el crimen como en la herida del detective. El comprende la traición porque la ha sufrido (de un socio, de un amor) pero no tiene resentimiento, sino una imperiosa e inconsciente necesidad de justicia.
Urbano: A pesar de la repetida mansión en la campiña donde el mayordomo es el culpable, las novelas policiales son eminentemente urbanas. La ciudad, con sus recorridos y espacios secretos, son su escenario natural. Barcelona, Nueva York, Miami, Buenos Aires; también Montreal, Estambul, Delhi, Sydney; toda ciudad carga con sus crímenes e investigadores. ¿Santiago? Parece que aún no.
Vicio: Los detectives son viciosos. La cercanía del mal perturba, y los más duros son también los más débiles y necesitados de evasión.
Wallander, Kurt: Diez novelas tiene este detective melancólico de pueblo chico creado por Henning Mankell, que cautiva a los lectores porque se equivoca, se empecina, se lleva pésimo con su hija y sigue adelante. Es el primer autor policial nórdico internacionalmente famoso, antes de Larsson; grupo al que se acaban de incluir Asa Larsson y Camilla Lackberg.
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