Para un hombre que alguna vez se propuso rivalizar con The Beatles en los 60, y que en algunos de sus últimos álbumes luce a coristas invitados como Elton John o Paul McCartney, la megalomanía no es una excepción en su obra; es la norma y la regla. Si precisamente para esa institución del pop barroco y los arreglos exquisitos llamada Pet Sounds (1966) se impuso facturar "el disco de rock más importante de todos los tiempos", para su última entrega las ambiciones son más mesuradas, aunque no menos ávidas de impacto.

"Este proyecto está sacudiendo mi mente", dijo el líder y cerebro de The Beach Boys -cuya vida está siendo plasmada en la película Love & Mercy- para ilustrar la trastienda de No pier pressure, su más reciente producción, estrenada el pasado martes 7 y que esta vez buscó reunir a un pequeño equipo soñado de luminarias del pop actual, con el propósito de actualizar su figura.

Mal genio

De hecho, los primeros fichajes fueron el rapero Frank Ocean y la cantautora Lana del Rey, aunque a última hora abortaron su participación, argumentando problemas de agenda y varias desavenencias con Wilson, lo que reactivó otro de sus fantasmas: su carácter obsesivo y meticuloso.

Incluso, el proyecto contó en sus inicios con la participación del guitarrista inglés Jeff Beck, quien se encargaría de todos los arreglos más eléctricos, aunque casi un año después ambos optaron por no dar tiraje a las grabaciones en conjunto. Según Beck, el hombre de Good Vibrations apenas le hablaba durante las sesiones y lo hacía sentir "como si no existiera".

Como fuere, el estadounidense volvió a la carga para sumar otros ilustres de ayer y hoy: la cantante y actriz Zooey Deschanel; el vocalista de la banda Fun., Nate Ruess; la cantautora country Kacey Musgraves; y una de las mitades del dúo de pop electrónico y bailable Capital Cities, Sebu Simonian.

Con este último, Wilson materializó Runaway dancer, una pieza servida para la pista y de pulsación acelerada que lo imagina en pleno trance discotequero, una fantasía, a estas alturas, difícil de digerir. Un experimento que cuaja forzado y que no rasguña la excelencia que Tom Jones alguna vez alcanzó en su sociedad con la banda electrónica Art of Noise al refaccionar Kiss, el punto de inicio de esta clase de alianzas. "En el caso de Wilson, es un terrible paso en falso", dijo The Guardian.

Los puntos más sobresalientes los alcanza cuando mira de cerca su herencia -las armonías exuberantes, las trompetas tenues, los pianos que tejen letras evocativas- e invita a sus ex compañeros de grupo, Al Jardine, Blondie Chaplin y David Marks. Con ellos, en el tema The last song, envía un adiós casi definitivo, un mensaje que advierte que este álbum es quizás el último testimonio de una personalidad única: "No estés triste / Hubo un tiempo y lugar para lo que teníamos".