Bruce Springsteen (63) camina sólo por un pequeño tramo de un Santiago aún a oscuras. Cerca de las 4.15 de la mañana de ayer, el cantautor más popular y reverenciado de la canción norteamericana en los últimos 30 años, se baja de una camioneta negra que lo trajo desde el aeropuerto de Pudahuel, apenas secundado por su personal de seguridad, ingresa por la puerta central del hotel Hyatt y -vestido de chaqueta negra, lentes oscuros y pañuelo rojo en el cuello- cuenta a La Tercera que recién en el avión, en el vuelo que lo trajo desde Miami, supo su visita coincidiría con los 40 años del Golpe Militar.
Por eso, en un cambio de roles donde por unos segundos se calza el papel de periodista, empieza a preguntar: "¿Cómo se trata a los derechos humanos ahora en Chile? ¿Cómo es la experiencia del aniversario acá? ¿De verdad se cumplen 40 años de la muerte de Víctor Jara?".
De algún modo, sus inquietudes, lanzadas en plena madrugada y cuando apenas contaba un puñado de minutos en el país, sirvieron de prólogo para su debut en el país: las horas previas a su concierto de mañana en el Movistar Arena estuvieron cruzadas por su interés en torno a los hechos de 1973 y, de paso, por explotar ese carácter simple, cercano y proletario que ha perpetuado como su huella artística.
Por ejemplo, casi medio día después, en el mismo Movistar Arena, "el Jefe" tuvo una particular cita con la prensa. Tras culminar un ensayo de cerca de una hora, se acerco al borde del escenario, se agachó y, con piernas flectadas y vistiendo polera negra, jeans desgastados y bototos, habló con mayor calma.
"No sabía que mi concierto tendría una coincidencia tan significativa con lo que sucedió en Chile. Cuando llegamos acá me di cuenta que es un tema que aún sigue vivo, a través de la gente y los diarios. Para todos los que escribimos de música acerca de política o tópicos sociales, Víctor Jara es muy inspirador. Su personalidad, su simpleza y su historia son algo impresionante. Toda esta experiencia en Chile será muy significativa también para mí", cuenta el músico, en un guiño a su propia trayectoria: su segundo título, The wild, the innocent & the E Street shuffle, y con el que empezó a forjar un nombre, se editó justo el mismo 11 de septiembre de 1973.
Pero más allá del pasado propio y ajeno, hay otro vínculo que lo une con el país: en 1988, en su primera vez en la región, el cantante tocó en un evento de Amnistía Internacional en Argentina, al que asistieron casi cinco mil chilenos y donde participaron Los Prisioneros e Inti-Illimani. "Fueron conciertos memorables, porque tocamos para madres o hijos de detenidos desaparecidos, aparte de que pasó el año antes a que Pinochet dejara el poder. Desde ahí que teníamos ganas de volver a este continente, pero ahora con algo distinto. En esos años, ya cerca de los 90, decidimos parar, nos dedicamos a la familia, a los hijos, a otras cosas. Por eso costó tanto que regresáramos", asegura.
Ante el panorama, los organizadores apuestan a que el norteamericano mencione el significado de estas fechas en su show de mañana. Entre sus planes tentativos también figura un posible tour por la ciudad.
Calentando motores
Pero si alguna vez, tanto él como su conjunto -la histórica E-Street Band- se declararon agotados, esta vez el sentimiento es inverso: antes del cara a cara con la prensa, ofreció un ensayo donde privilegió sus temas más recientes, pero, por sobre todo, demostró que vive una tercera edad artística con total plenitud. Y el asunto no sólo involucra apreciaciones escénicas: vestido con una ceñida polera blanca, su contextura delgada apenas arroja evidencias sobre sus más de seis décadas de vida y sus más de cuatro en la ruta.
Con un inicio donde hizo espacio para sus últimas creaciones, como Wrecking ball o Death to my hometown, y la setentera Badlands, el último tramo dio pie para My city of ruins, incluida en The rising (2002) y asociada de manera inequívoca al otro 11 de septiembre, el que vio caer a las Torres Gemelas. Eso sí, en vivo la composición adquiere un tono más soul, casi festivo, apoyado en los potentes saxos de su grupo de bronces y donde aún merodea el fantasma de Clarence Clemons, fallecido en 2011 y hoy sustituido por su sobrino Jake Clemons.
Otro instante para las fotografías sucede cuando "el Jefe" se cruza la guitarra acústica, se acerca a la pequeña tarima que asoma en el escenario del Arena y, ante la mirada de la veintena de personas -entre productores, encargados de su sello y periodistas- despacha Shackled and drawn, de su último trabajo, de percusiones joviales e ideal para el karaoke. En el ejercicio se lucen protagonistas como su guitarrista, el también actor Steven Van Zandt, aunque esta vez la agrupación vino sin Patti Scialfa, esposa de Springsteen.
"Mi ética es dejar todo en el escenario, que una canción de unos minutos te cambie la vida. Y estoy muy curioso y emocionado de presentarme ante una audiencia que no conozco", lanza al finalizar la prueba de sonido. Luego, salta una pregunta acerca de una reciente elección de la revista Rolling Stone que escogió a su espectáculo como el más impresionante de la actualidad.
"¡Ellos están absolutamente en lo correcto!", dice entre la risa y el orgullo. Por lo visto en su primer ensayo, el que hoy repetirá por cerca de tres horas, no hay forma de rebatirlo.