“Ciudad de paso” es el slogan maldito que lleva colgado Bucarest, la capital de Rumania que hace dos semanas empezó a sonar en Chile como consecuencia del espectacular escape del ingeniero comercial Rafael Garay, que, sabemos, llegó hasta aquí para solicitar en nuestra embajada un certificado de soltería, presuntamente para poder casarse con una ciudadana rumana y según se especula, con eso complicar una eventual extradición.

Según han revelado la Interpol, la PDI y cuanta fuente sea útil para los medios que siguen la historia, Garay también estuvo en Bucarest sólo de paso. Unos días antes de escapar nuevamente, hacia rumbos aún desconocidos pero aparentemente dentro de Rumania, donde tiene dónde elegir: puede ser una casa de campo, las playas del Mar Negro o en una cabaña perdida entre los 66 mil kilómetros cuadrados de bosque atestados de lobos.

A juzgar por lo que se ha conocido del ingeniero comercial, probablemente si hubiera tenido más tiempo le hubiera interesado la ciudad. Porque la capital rumana no se conforma con ser sólo una ciudad de paso y está tratando de mostrar que tiene potencial turístico para atraer a las masas.

Es verdad que sus encantos no estén tan a la vista ni son tan impactantes como los paisajes y castillos las de ciudades del norte como Cluj Navoca o Brajov en la región de Transilvania, popularizadas por leyendas como la del famoso Conde Drácula. También lo es, que la primera impresión no ayuda, sobre todo si el visitante ya ha pasado por otros destinos del vecindario como Budapest, al oeste, o Sofía, en el sur, ambas famosas por su belleza. Aquí en cambio se aterriza en una metrópoli que se ve inhóspita e inabarcable, sensación potenciada por la estética soviética de edificios de concreto y avenidas interminables, que aquí dejó una huella imborrable durante la ocupación y que desde 1989 aún no ha logrado ser matizada.

Tampoco ayuda la reputación –injusta por lo demás-, de que es peligrosa. Los rumores dicen que los perros infectados de rabia atacan en manada y las mafias como los Dudueini, Gigi Corsicanu y Caran, acusadas de delitos de trata de blancas, extorsión, narcotráfico y robo de especies, mantienen en vilo a Bucarest.

Lo primero ya no es un riesgo según los locales, ya que los animales fueron ajusticiados hace algunos años en manos de los mismos ciudadanos y hoy están en serio peligro de extinción (no se andan con medias tintas, puede verse). En cuanto a lo segundo, las mafias, nadie niega que existen pero la respuesta es que a menos que no ande en malos pasos y uno se vaya a meter donde no debe, no afectan ni interfieren con el turismo.

Bucarest pide entonces una oportunidad. Demanda el respeto de capital de un país miembro de la Unión Europea y por lo mismo que se le trate con la dignidad que tal codiciado título conlleva (aunque los británicos no estén de acuerdo con eso).

Y la capital rumana sí tiene encanto, partiendo por su gente de  rasgos híbridos, producto de la buena mezcla balcánica, italiana, eslava y muchas otras, que aunque muchas veces pueden parecer un poco intimidantes, son muy amables y no tienen problema en ayudar con buena cara -y buen inglés-  al visitante que está perdido. También esconde una arquitectura soberbia, que en un par de cuadras es capaz de combinar la estética estalinista, lo neoclásico con lo medieval y el estilo moderno con el futurista, e incluso reciclar todos los estilos anteriores.

Este verdadero caso de estudio para cualquier escuela de urbanismo de mundo, ofrece sorpresas y clásicos como el Teatro y Banco Nacional –ubicados a escasos metros el uno del otro-, o el polémico Palacio del Parlamento, que es el edificio administrativo más costoso y pesado del mundo. Fue encargado, cómo no, por el dictador Nicolae Ceausescu, que lideró un régimen brutal y represivo e instauró un riguroso culto a su personalidad  hasta que fue derrocado y ejecutado en 1989. El lugar fue proyectado como su palacio personal, la sede del Partido Comunista de Rumania y varios ministerios y tuvo un alto costo para la ciudad, porque para levantar sus 315 mil metros cuadrados se demolieron barrios completos,  miles de casas, catedrales, sinagogas, teatros y monumentos históricos, y un ejército de veinte mil personas trabajó día y noche durante cinco años.

Obviamente, con esa historia, ningún tour deja de visitarlo,  pero a la par con eso también han surgido visitas alternativas gracias a iniciativas de locales que buscan dar valor a otros aspectos de su patrimonio. La agencia Interesting Times (www.interestingtimes.ro), es un ejemplo. El proyecto de un grupo de universitarios ofrece visitar la cara más under de Bucarest y encontrar en sus recorridos lo que ellos bautizaron como "belleza dentro de la decadencia". Entre otros paseos, visitan edificios históricos que se encuentran en completo abandono, o zonas como la calle Arthur Verona, que da espacio todos los meses de junio por tres días al Street Delivery Festival, en el que a través de la música y el arte callejero se busca generar un movimiento de contracultura en barrios que parecían estar cayéndose a pedazos.

Otro punto a favor para Bucarest es que en los últimos diez años sus parques han aumentado y hoy suman más de 20. Antiguos basurales y sitios que permanecían abandonados desde la Segunda Guerra Mundial hoy son áreas verdes en donde es normal ver a colegiales pasando la tarde o a amigos jugando a la pelota, mientras que al tímido afluente del Danubio, llamado Dambovita  -y que recuerda mucho al Mapocho-, se le ha hecho tratamiento de limpieza de aguas mejorando así el aspecto general de la ciudad.

Pero más que estos cambios y esfuerzos por mejorar su cara lo que indiscutiblemente es el punto más alto de Bucarest es la noche. Es cuando se acaba la luz, que la capital rumana se puede comparar con las metrópolis más movidas de Europa. En el casco antiguo la fiesta no para de lunes a domingo y los restaurantes, bares y discoteques siguen con vida a las cinco de la mañana.

Hay que decir que, como en varias ciudades de Europa del Este, aquí la oferta de clubes nocturnos y de prostitución es variada y se maneja en diferentes rangos de precio para cada tipo de clientes: desde multimillonarios a turistas que sólo quieren explorar los tabúes propios de esta parte del mundo. Algo que, sabemos, para algunos chilenos que dan que hablar por estos días tiene sus encantos.