Eran unos jovencitos amantes de la poesía con ganas de pasarlo bien como universitarios en Columbia. En esos días agitados de inicios de la década del 40 a Jack Kerouac y Allen Ginsberg se sumaría un tipo mayor, que ya había estudiado en Harvard, que sabía más que ellos, que se drogaba más que todos. Con William Burroughs la generación Beat comenzaba a rodar.
Burroughs sería la encarnación del exceso: drogadicto, bisexual, coleccionista de armas y creador de una obra que experimentaba con el lenguaje, una especie de parásito que comandaba nuestras mentes. En ese trayecto del desenfreno viajó por Europa, se casó, tuvo una hija, mató a su mujer por accidente, recorrió Sudamérica buscando una droga que lo comunicara con los dioses y se instalaría en Tánger, Marruecos, donde reunió los borradores que formaron el libro cumbre de su obra, El almuerzo desnudo (1959), el que cerraría la trilogía de la generación Beat con Aullido (1956), de Ginsberg y En el camino (1957), de Kerouac.
El más viejo de esa tropa iconoclasta que fueron los Beat no ha sido olvidado. Nacido hace 100 años, el 5 de febrero de 1914, y fallecido en 1997, a los 83 años, hoy comienza en la ciudad de Bloomington, Indiana, el Festival The Burroughs Century. El encuentro tendrá una serie de conferencias en torno a su obra, muestra de películas y música a cargo de la poeta punk Lydia Lunch.
Mientras, en Londres se muestran una serie de sus fotografías y en Nueva York y Viena (Austria) se exhiben sus pinturas y collages, de quien desarrollara en su escritura la técnica del cut-up: alterar los textos para romper con la linealidad de la literatura.
Además, acaba de publicarse en inglés la biografía Call Me Burroughs, de Barry Miles, calificada por The Washington Post como "una obra magistral y fascinante". Y también esta semana en español aparece Nada es verdad, todo es mentira (Alpha Decay), de Servando Rocha, donde se detalla el encuentro entre el líder de Nirvana, Kurt Cobain y el autor de Queer. "Me encanta todo lo que empieza por B: Bukowski, Beckett, pero sobre todo Burroughs", escribió Cobain en su diario.
Nacido en una familia acomodada, Burroughs heredó las regalías de su abuelo, dueño de una compañía de computación. Hasta los 50 años, el escritor obtuvo un subsidio mensual. Pero nunca era suficiente.
Tras estudiar en Harvard se instaló en Nueva York. De consumir heroína y cocaína empezó a venderla y a vivir con vagabundos y delincuentes. Son los años en que conoce a Kerouac y Ginsberg. El año 1944 los marcaría para siempre tras el asesinato de David Kammerer, en manos de Lucien Carr. Burroughs y Kerouac fueron detenidos y acusados de cómplices. La historia fue novelada por ambos en el libro Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques, que recién fue editada en 2005.
No sería la primera vez que Burroughs dormiría en la cárcel. En 1951, tras llegar a México en busca de droga, jugando borracho con un revólver mató a su mujer Joan Vollmer. Pasó sólo 13 días en prisión.
Su prontuario de excesos y experiencias límites lo volcó en Yonqui, su primera novela que publicó en 1953 con el seudónimo de Bill Lee, gracias a las gestiones editoriales de Allen Ginsberg.
La energía de Burroughs era un hervidero en busca de nuevas aventuras. "Fui a Colombia, Perú y Ecuador. Yo estaba interesado en la región amazónica donde tomé una droga llamada yagé, un alucinógeno más potente que la mescalina", contaría el autor a la revista The Paris Review, en 1965. Luego de Sudamérica se instala en Tánger, donde se hizo adicto al hachís. "Creo que las drogas son interesantes como medios químicos para alterar el metabolismo y de este modo lo que llamamos realidad, lo que yo definiría como un patrón constante de exploración", agregó en aquella mítica entrevista.
El almuerzo desnudo fue la prueba de Burroughs de haber pasado una temporada en el infierno. Pero también mucho más. Una feroz crítica a la sociedad norteamericana, el poder y la falta de un mejor futuro.